l diputado Muñoz Ledo describió con precisión el estado de las clases políticas, dedicadas al cochupo, los acuerdos clandestinos y la traición a los intereses del pueblo de México
. Ante la escandalosa degradación del debate político, quiso llamar la atención sobre la profunda e insondable decadencia del país
(La Jornada, 11/3/10, p. 6).
Es difícil, efectivamente, encontrar otro momento en la historia de México de mayor degradación política y más graves dificultades económicas y sociales. Pero si bien la decadencia del régimen político y económico atrae todo género de desgracias y reduce a millones de personas a una estricta lucha por la supervivencia es, al mismo tiempo, la oportunidad del cambio: la gente toma en sus manos el desafío y se empeña en la transformación desde abajo y a la izquierda, como dicen los zapatistas.
No es el momento de la disputa sectaria y doctrinaria, para acotar el camino en los términos de alguna ideología. Pero es pertinente traer a colación tradiciones políticas que se encuentran en la base de las iniciativas en curso y expresan en términos contemporáneos una forma de ser y gobernarse profundamente arraigada.
Puede ser útil traerlas a nuestro debate desde las credenciales impecables de Howard Zinn, el autor del primer libro de historia del que se vendieron más de un millón de ejemplares en Estados Unidos. Gozó de merecido reconocimiento nacional e internacional hasta su muerte, ocurrida hace un par de meses. En una entrevista reciente mostró su preocupación por el actual estado de cosas sin perder el ánimo. El cambio vendrá de abajo, de la propia gente,
comentó; así es como se producen los cambios
. Como historiador buscaba rescatar las innumerables pequeñas acciones de gente desconocida que produce los más grandes cambios sociales. Hasta gestos marginales se convierten en las raíces invisibles del cambio social.
Zinn pensaba que el anarquismo era una de las corrientes políticas más vigorosas y persistentes en la tradición estadunidense. “Pero la anarquía –escribió– perturba a los occidentales, porque se le asocia con el desorden, el caos y la violencia. Tememos esas condiciones porque hemos estado viviendo en ellas por largo tiempo… en los poderosos estados-nación que se muestran tan temerosos del anarquismo. No hay otro momento en la historia con mayor caos social. Y es precisamente esa clase de condiciones lo que los anarquistas quieren eliminar. Desean traer orden al mundo. Por primera vez.
“Los anarquistas ven el cambio revolucionario como algo inmediato, algo que necesita hacerse ahora, en este momento, donde quiera que estemos, donde vivimos, en el estudio o el trabajo. Implica comenzar ahora mismo a deshacernos de todas las relaciones crueles y autoritarias entre hombres y mujeres, entre padres e hijos, entre las distintas clases de trabajadores.
No se trata de un levantamiento armado. Ocurre en los pequeños rincones a los que no pueden llegar las torpes manos del Estado. No está centralizado ni aislado: no puede ser destruido por los poderosos, los ricos, la policía. Ocurre en un millón de lugares al mismo tiempo, en las familias, en las calles, en los vecindarios, en los lugares de trabajo. Suprimido en un lugar, reaparece en otro hasta que se encuentra en todas partes. Tal revolución es un arte. Es decir: requiere el coraje no sólo de la resistencia, sino de la imaginación.
Contra el prejuicio general, los anarquistas luchan por la ley y el orden: un sistema normativo como el de los pueblos indios, tejido desde la propia gente, y un orden social como el que soñaban los hermanos Flores Magón, concebido y mantenido por la propia gente, desde sus comunidades. Esto exige luchar contra la maquinaria jurídica impuesta a los ciudadanos, no contra la idea misma del derecho. Los anarquistas consideran que los procedimientos político y jurídico están estructuralmente encajados uno en el otro y juntos forman la estructura de la libertad.
La etiqueta anarquista se ha pegado sobre toda suerte de iniciativas y movimientos, algunos extremadamente violentos y desordenados, de propensiones terroristas, que se confunden con el seudoanarquismo capitalista. Pero el anarquismo característico de la base social se opone explícitamente a la violencia y lucha por la ley y el orden.
La idea de vivir sin gobernante
(el significado original de an-arquía) rechaza el gobierno desde arriba, pero afirma el intento de gobernar la realidad social tanto como sea posible. Se trata de gobernar-se, poniendo así fin al desorden, al desgobierno, al caos, que caracterizan infaltablemente a las despóticas sociedades capitalistas aún llamadas democráticas
, particularmente en el estado de excepción no declarado que actualmente las caracteriza.