ace una semana La Jornada publicó un suplemento sobre la educación, en el que aparecían un par de artículos y algunos comentarios en torno a la prueba de Evaluación Nacional del Logro Académico en Centros Escolares (Enlace) que la Secretaría de Educación Pública viene aplicando año con año a gran parte de los estudiantes de primaria, secundaria y más recientemente del sector medio superior en sus diferentes modalidades. Las opiniones vertidas en el suplemento me parecieron un tanto negativas y poco fundamentadas, menospreciando uno de los pocos logros del sistema educativo durante años recientes.
En particular, me pareció totalmente fuera de lugar la opinión de una maestra, quien describe la prueba de Enlace como una pérdida de tiempo, en la que los niños se dedican a rellenar bolitas con sus lápices, pues, con esa misma forma de argumentación, una clase de literatura o redacción no es otra cosa que dedicar a los estudiantes a construir cadenas de letras y, de manera muy similar, en una de matemáticas los estudiantes son puestos a escribir sucesiones de números, letras y signos de diversos tipos, haciendo a un lado el significado que todos esos símbolos puedan tener. No, la prueba de Enlace es bastante más que llenar bolitas con un lápiz.
De hecho, este tipo de pruebas vienen siendo un instrumento valioso de la educación moderna en todos los países; la razón es bastante simple y bien aceptada, porque constituyen un mecanismo utilizado por todos los sistemas regulados
que existen en el universo, incluidos los organismos vivientes y en particular los seres humanos. Así, organismos y seres humanos existen porque tienen objetivos básicos que deben lograr y que están sustentados en la supervivencia de las especies, para lo cual ellos cuentan con mecanismos de evaluación y retroalimentación que les permite modificar conductas y estrategias cuando los objetivos no son alcanzados, con el fin exclusivo de corregirlas. La teoría general de los sistemas ha sido utilizada con enorme éxito en todos los campos de actividad a partir del siglo XIX y constituye hoy una herramienta extraordinaria en las ciencias sociales y, de manera particular, en la educación. Los sistemas educativos requieren, por el bien de todos, contar con mecanismos que les permitan detectar y corregir sus fallas, que desafortunadamente no son pocas.
En nuestro país los primeros esfuerzos de evaluación educativa se dieron a partir de la década de 1970, con el propósito de certificar los conocimientos adquiridos por la población en actividades no escolares, los cuales podían ser equivalentes o incluso superiores a los enseñados en las escuelas. Este esfuerzo dio lugar a la formación de esquemas para la educación de los adultos y la certificación de sus conocimientos, pero al mismo tiempo hizo posible el desarrollo de una capacidad de evaluación similar a la existente en los países más avanzados, gracias al esfuerzo de hombres y mujeres de nuestro país comprometidos con la educación.
A partir del ingreso de México a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) –entrada que puede ser criticable, pero que no es parte de la problemática educativa–, nuestro país aceptó, entre muchas otras normas y políticas, someter a su sistema educativo a las evaluaciones internacionales que hace ese organismo a los países miembros, para percatarse y hacer del dominio público los niveles de conocimientos de los estudiantes en cada uno de ellos. Desde que se realizaron las primeras pruebas de PISA en nuestro país, lo cual se viene haciendo cada cuatro años, los resultados nos han ubicado en uno de los últimos lugares entre las naciones afiliadas a dicho grupo. No se ha tratado de resultados irrelevantes, los indicadores de la OCDE nos ubican como un país con escaza educación y trabajadores mal preparados de origen, con repercusiones inmediatas en cuanto al tipo de empresas interesadas en invertir en México.
De esta manera, la poca atención y las malas políticas educativas seguidas por los sucesivos gobiernos de la República, interesados más en dar una imagen de cobertura de los servicios educativos al total de la población que en proporcionar educación de calidad para responder a los desafíos de la globalización, fueron dejando clara la necesidad de cambios importantes en los esquemas educativos y en los contenidos de los programas de estudio, de manera que nuestro país logre mayores niveles de competitividad a escala mundial.
La instrumentación exitosa de estos cambios y su efecto en el incremento de las competencias de los estudiantes, así como la adecuación de los conocimientos y las actitudes a los requerimientos actuales de la sociedad, necesitan contar con instrumentos de evaluación adecuados y eficientes que permitan corregir errores y desviaciones. La respuesta han sido las pruebas de Enlace, construidas por profesores y especialistas, cuyo trabajo no debiera ser motivo de críticas infundadas o ligeras, por razones que poco o nada tienen que ver con las pruebas mismas. Una cosa es hablar de falta de equidad en el sistema educativo, y otra de inequidad relacionada con estas pruebas, pues si algún efecto ellas pueden tener, es sacar a flote dichas inequidades, para plantear medidas que las disminuyan o eliminen.
Cuando un profesor aplica un examen a sus estudiantes y los califica, se obtiene una medida local de desempeño de esos alumnos, pero ésta no tiene ningún significado respecto de los estudiantes de otras escuelas y regiones, cuyo desempeño es medido por separado; sin embargo, en la vida real, los individuos mejor preparados
son los que tienen mayores oportunidades, por lo que al evaluar los conocimientos y las competencias con una medida única e igual para todos desde una edad temprana lo que se busca es corregir las disparidades de origen; es por ello que en la medida que las pruebas de Enlace se puedan aplicar a todos los niños de México, y los resultados sean conocidos y aquilatados por ellos mismos, por sus padres y por sus maestros, se estará dando un paso concreto de justicia social donde la demagogia ya no puede tener lugar. Al hablar de Enlace no estamos hablando de nada más, pero tampoco de nada menos.