os mexicanos cada día estamos más desesperados y desesperanzados. Vivimos en una grisura ambiente que nos llena de zozobra. Constantemente nos agobian las penurias económicas, la inseguridad, la violencia, la injusticia, la indiferencia, la ira, el miedo y el desaliento. En este círculo vicioso de emociones, no encontramos paz ni espacio y tiempo propicios para el recogimiento y la reflexión.
La visión de una magnífica jacaranda en plena floración me lleva a evocar un poema reciente de Tomás Segovia, que dice: Las dulces jacarandas se quedan en lo suyo/ todos son verdes y ellas no/ nadie les quitará de la cabeza/ que hay mil maneras de ser árbol/ mil maneras de ser lo mismo/ de otra manera/ que se puede ser verde siendo azul/ tener flores por hojas/ tener por copa un fresco resplandor/ ser dichosas aparte y a su modo/ bien seguras están de que hacen bien/ que nos da gusto que así sean/ que no por eso las queremos menos/ que siempre nos ha sido necesario/ que haya otra cosa
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Tomás Segovia, el siempre secreto novio de la vida
nos dice, con su ejemplo, que a pesar de las adversidades, se puede estar abierto a la belleza, que brinca deslumbrante ante nosotros en el momento más impensado. Cuando los árboles nos enseñan que hay mil maneras de ser lo mismo/ de otra manera
, pienso que sólo aceptando la diversidad, al otro, al semejante y al diferente, así, y sólo así, es posible alcanzar un poco de justicia y de equidad en nuestro desmadejado país.
En palabras de María Zambrano: La visión del prójimo es espejo de la vida propia; nos vemos al verle. Y la visión del semejante es necesaria a la vida humana precisamente porque el hombre necesita verse (...) El hombre busca verse y parece vivir en plenitud cuando se mira, no en el espejo muerto que le devuelve la propia imagen, sino cuando se ve vivir en el vivo espejo del semejante
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Octavio Paz, por su parte, escribió: “la vida no es de nadie, todos somos/ la vida –pan de sol para los otros,/ los otros todos que nosotros somos–/ para que pueda ser he de ser otro,/ salir de mí, buscarme entre los otros,/ los otros que no son si yo no existo,/ los otros que me dan plena existencia”.
Estos tres poetas nos señalan el camino que debemos recorrer. Es cierto que nuestra casa está algo deshecha porque la han desordenado desde hace muchos años gobernantes corruptos, pero no podemos permanecer iracundos y pasivos, encerrados en nosotros mismos.
El mundo real está afuera de los muros que hemos erigido para protegernos y que, al mismo tiempo, nos impiden la realización de nuestro propio destino. La vida verdadera está al alcance de nuestra mano.
Son pocas las cosas que se necesitan para ser felices: comida, un techo y el afecto de nuestros seres queridos.
Pero también es importante que hagamos a un lado nuestros egoísmos, nuestras vanidades, nuestros pensamientos pesimistas y nuestras fantasías irreales, y que adoptemos una actitud ética y respetuosa frente a los demás.
Recuperemos el sentido original de la palabra solidaridad. Sólo así seremos capaces de fecundar nuestra tierra baldía.