os homenajes y las conmemoraciones suelen pasar por alto que un hombre es algo más que sus obras, que es algo más que unos cuantos actos y unas cuantas fechas. Un hombre es una vida. Martin Buber quiso creer que podía unir ambas en la misma. Quiso hacer de su vida una extensión de su obra, y de su obra, una reflexión sobre su vida.
Martin Buber nació en Viena en 1878. Su padre, al igual que una parte de su familia materna, fueron estudiosos del Talmud, eruditos judíos. Creció con sus abuelos en Ucrania. Se formó, por decirlo de alguna manera, en dos mundos a la vez: Oriente y Occidente. Pero dos mundos conectados, para él, por una experiencia común. A finales del siglo XIX, la mayor parte de los intelectuales judíos, tanto en Europa central como en los países del este, profesaban una filiación con el abigarrado mundo de la izquierda política y social de la época. Había entre ellos anarquistas, socialistas de la más diversa índole, comunistas, y había también una izquierda propiamente judía, empeñada en la idea o el ideal de encontrar una tierra propia para los judíos. Sobre esta historia se han escrito innumerables volúmenes. La filiación mayoritariamente socialista de los intelectuales judíos de principios del siglo XX se explica no sólo por los límites que les imponía el antisemitismo, tanto en Austria (donde era oficial) como en los países del este, sino porque la izquierda era acaso la única que les posibilitaba actuar, al menos en su seno, como ciudadanos comunes, es decir, como ciudadanos.
Buber estudió en la Universidad de Viena y, después, filosofía en Zurich, pero sobre todo teología. Sus dos grandes pasiones serían, desde entonces, la política y la pregunta por Dios, entendida como una pregunta pronunciada desde la filosofía.
En 1901 emprende la edición de una revista crucial en su biografía anímica y filosófica: Die Welt (El Mundo). En ella polemiza con Theodor Herzl, hasta que éste se separa de la publicación. Para Buber el proyecto de la construcción de Israel consistía en edificar una comunidad que garantizara la posibilidad de las diferencias entre católicos y judíos, entre liberales y socialistas, entre las más diversas razas
(como se acostumbraba decir en la época), entre las formas sociales de producción (hay una visión del kibbutz colectivo en sus escritos) y las privadas. Una auténtica utopía moderna. Para Herzl, en cambio, la idea de Israel sólo era viable como una nación judía, como un Estado de los judíos.
En 1923 publica el libro que le daría la fama: Ich un Du (Yo y Tú). Buber desarrolla en él los conceptos básicos de una filosofía que lo acompañaría a lo largo de toda la vida. Una filosofía que reside en una nueva versión de la idea de Dios y, a la vez, en una crítica a la política, tal como ésta emerge en la experiencia de la modernidad.
El texto se funda, para decirlo esquemáticamente, en una refutación de la existencia del yo
o, mejor dicho, de esa dimensión metafísica
que la experiencia moderna atribuye al yo
, e intenta divisar una idea de Dios que sea compatible con esa experiencia. Esa idea, a mi entender, es la separación entre Dios y las religiones, entre la pregunta que cada quien se hace por Dios y las instituciones que hablan y comercian en su nombre. En una cultura como la del siglo XX, empeñada en demostrar el axioma sociológico de la muerte de Dios
, Buber se pregunta si no ha sobrevivido de alguna manera.
Entre los años 20 y 30, funda y promueve organizaciones dedicadas a la defensa de los judíos ante las leyes de prohibición que se habían multiplicado en Europa. La más célebre fue la Oficina Central para la Educación de Judíos Adultos, que intentaba proveer educación superior a los judíos que tenían prohibido el ingreso a las universidades.
En 1938, ya en plena persecución, emigró a Israel. La filosofía que había desarrollado embrionariamente en Die Welt, y en varios tratados sobre el diálogo entre la cristiandad y el mundo judío como una de las salidas
al desgarramiento
que había incendiado a Occidente tomarían un giro particular.
Hace poco, Silvana Rabinovich tradujo inmejorablemente del hebreo una compilación de artículos de Buber (Una tierra para dos pueblos, Ediciones Sígueme/UNAM, 2009) que datan este giro.Ya desde principios de los años 40, Buber percibió la aparición de un conflicto que fijaría y desgarraría la historia de esa utopía que él mismo había llamado Israel: el conflicto entre árabes y judíos. Su posición para impedir que este conflicto escalará hasta donde se encuentra finalmente hoy (acaso la guerra más larga de la historia contemporánea, que se ha prolongado 70 años) quedó registrada en una conferencia que dictó en 1947, antes de la fundación del Estado de Israel: Lo que realmente necesita cada uno de los dos pueblos que viven en Palestina, uno junto al otro y uno dentro del otro, es la autodeterminación, la autonomía, la posibilidad de decidir por sí mismo. Pero esto no significa en absoluto que cada uno necesite un Estado en el cual él sea quien gobierne. Para el libre desarrollo de su potencial, la población árabe no necesita un Estado árabe, ni la población judía necesita un Estado judío para lograrlo. Esta realización en ambos lados puede garantizarse en el marco de una entidad sociopolítica binacional común, dentro de la cual cada pueblo ordene sus asuntos específicos y ambos juntos se ocupen de los asuntos comunes a los dos.
Buber avizoró que la única forma de Estado que podía crear una comunidad del diálogo
entre judíos y palestinos era un Estado binacional, no un Estado judío. Un Estado judío propendería al nacionalismo judío (algo inconcebible en la misma tradición judía), con ello radicalizaría todos los nacionalismos árabes de la región. El Estado binacional debía ser laico y garantizar los derechos plenos de las dos pueblos que albergaría. Buber estaba convencido que una política de conformación de dos estados (como la que ha fracasado hasta el día de hoy) no haría más que desgarrar el concepto mismo de Israel.
El teólogo luchó hasta el final de sus días (murió en 1965) por cambiar la esencia misma de la solución de 1948. Hoy que la propuesta de un Estado binacional aparece como la más utópica de las utopías en el Cercano Oriente, asoma tal vez como la única solución realista para poner fin a la guerra más larga de nuestros días.