n medio de una fuerte crisis económica y social, enfrascada además en un caso de corrupción política cada vez más grande, España pone hoy sobre la mesa el tema de la memoria, esa que vuelve siempre para, cuando menos, hacernos repensar lo que sucede desde nuevos ángulos. Actividad ésta que es imprescindible si es que podemos sobrepasar nuestra frágil existencia individual.
Para muchos la memoria es inservible, sobre todo cuando se trata de la de los otros. Pero díganle a Jorge Semprún que olvide, que no vale la pena seguir recordando la barbarie nazi. Y, para el caso, todas las formas de barbarie. Díganle eso a los demás sobrevivientes y a sus descendientes.
¿Morirá la memoria? ¿Habrá quién la resguarde? ¿Qué uso se le dará? Estas no parecen preguntas triviales y provocan, cuando menos, una gran incertidumbre. Pero sólo podemos hacernos cargo, y con dificultades, de lo que nos toca ahora hacer con ella, de lo que significa la experiencia actual.
El 11 de abril Jorge Semprún fue de nuevo, a los 86 años, a recordar y remarcar el tiempo que pasó en el campo de concentración de Buchenwald y del que fue liberado en 1945. Quienes hayan leído su obra y seguido sus testimonios durante muchas décadas, podrán valorar el significado que tiene la memoria de lo que ha pasado, no sólo en su propia vida, lo que sería de por sí relevante, sino de modo más trascendente. Eso que se puede llamar memoria histórica.
Recordó ahí, muy cerca de Weimar (la ciudad de gran tradición cultural germana, la misma de Goethe) el día en que dos estadunidenses, Fleck y Tanenbaum, llegaron en un jeep a las puertas del campo. Ironía de la historia, dice: los dos eran judíos y de reciente ascendencia alemana. En esos dos nombres pudo plasmar de modo concreto el poder y el alcance de su memoria.
En ese lugar, hace unos días, Semprún se despidió de ese joven de 22 años que marchaba con sus compañeros en las afueras del campo con una bazooka en la mano, se dijo adiós a sí mismo.
Antes de la conmemoración en Buchenwald advirtió: Ahí, en un antiguo campo de concentración nazi convertido en prisión estalinista, es donde debemos celebrar la Europa democrática. Contra todas las amnesias
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Otra ironía, que parecen darse en racimo, es que el presidente de Polonia, Lech Kaczynski, murió en un avionazo en esos mismos días camino de Katyn, lugar en el que perpetró una matanza de polacos por el ejército soviético en aquellos mismos años de la Segunda Guerra Mundial. La memoria es para todos y de todos.
Sabe muy bien Semprún los demonios contra los que estamos enfrentados todos, de una u otra manera, a pesar de que quisiéramos creer que las cosas suceden siempre en otra parte, que no son de nuestra incumbencia.
La memoria es hoy un tema central en la experiencia española. El juicio que se va a abrir al juez Garzón no es sino una vertiente del mismo asunto. Semprún ha señalado que la transición a la democracia exigió olvido. Demasiado olvido. Es cierto que después de grandes contiendas civiles hay periodos largos de olvido, porque no es bueno agitar enseguida los disturbios del pasado. Pero en España ese proceso ha sido quizá demasiado prolongado
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Sobre la Ley de Memoria Histórica consideró que la memoria de los vencidos no se tiene en cuenta y predomina la de los vencedores. A esto es a lo que se enfrenta Garzón y con él quienes quieren reivindicar la memoria de sus muertos en la guerra civil y la caída de la República.
La transición española, tan traída de un lado para el otro como referencia para otros procesos de democratización o de sus fallas, como ha ocurrido en México, ha quedado expuesta por el juez instructor del Tribunal Supremo Luciano Varela. Él, junto con los magistrados que aceptaron la querella contra Garzón promovida por grupos de filiación franquista, serán ahora quienes lo juzguen por su participación en las investigaciones amparadas precisamente en la Ley de Memoria Histórica.
A estos señores queda claro que sólo les gusta y les importa su memoria. En términos legales y más allá de todos los tecnicismos con lo que suele acompañarse este tipo de casos judiciales, no es clara la validez del delito que se imputa a Garzón. En especial hay un grave conflicto político abierto por el origen de la denuncia y la legitimidad de quienes la han promovido y sus motivaciones.
La transición bien planeada incluso antes de la muerte de Franco está ahora cuestionada. Es llamativo el silencio del rey y más aún del gobierno socialista en turno sobre el juicio a Garzón y sus implicaciones que van más allá, por supuesto, del papel del Poder Judicial en ese país.
El asunto político e intelectual de la memoria está hoy exhibido de forma patente, y no se sabe el saldo que dejará este nuevo capítulo. Tal y como va la partida, me temo que Semprún y Garzón están en una posición frágil y con ellos muchos seres humanos.