uspiciada por el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, donde tuvo su primera sede, y por Fomento Cultural Banamex, la exposición de Rodolfo Nieto (1936-1985) abarca ejemplos relevantes de todos los momentos de su producción, incluyendo una fase figurativa, en tónica de la Escuela Mexicana, que incluye un retrato de Zamudio (1915) en el que el modelo luce una estrella roja en su camisa.
Otras de las piezas tempranas exhibidas muestran su aptitud para este género, como sucede con el retrato de su hermano Carlos y con el de Leonel, representado como un dandy de los años 50 del siglo pasado. No tardó en abandonar tal modalidad mimética. En 1959 ya se encontraba becado en París, donde viajó acompañado de su esposa, Marta Guillermoprieto, a quien se deben importantes contribuciones tanto a ésta como a otras retrospectivas que se han realizado postmortem.
El recinto del Palacio de Iturbide resulta muy propicio para apreciar lo exhibido, la museografía está cerca de lo impecable y en lo general el recorrido procura guardar cierto orden cronológico. Eso permite identificar los cambios que se van dando en su trayectoria, sus ires y venires. En cierto momento realiza una elegía cubista (1967), que es un cuadro de pequeñas dimensiones digno de figurar en cualquier antología. Tantea el surrealismo, sobre todo en la composición que representa una cabeza de mujer, un reloj despertador y parte del esqueleto de un animal. En esos momentos recuerda a Alfonso Michel, quien pictóricamente fue un artista de primera línea.
Nieto, el pintor de la angustia engalanada
(aguda frase del crítico portugués Antonio Rodríguez) hace gala, valga la redundancia, de especiales dotes colorísticas, audaces sin ser estridentes, alejadas de todo chabacanismo, siempre producto de orquestaciones sentidas y pensadas. Puede afirmarse que hizo valer tanto como pudo la pintura-pintura, aunque es cierto que destacó notoriamente en el grabado y en el dibujo a línea.
El conjunto de cuadros casi monócromos pintados sobre tabla (colección Mauricio Fernández) son testimonio de su pulsión por expresarse mediante el trazo, constriñéndose a una especie de ascetismo que pone de relieve su elegante aptitud para valerse de pocos elementos. Usó en ellos óleo, tinta y bolígrafo, prodigando achurados finísimos que alterna con trazos briosos, quizá algo inspirados en los denominados procedimientos automáticos (que en pintura no pueden ser tan automáticos
), tan caros a André Breton.
Eso no quiere decir en modo alguno que no sea un pintor efectivo
(en el sentido de plasmar efectos deseados) y se intuye que al realizarlos a rienda suelta experimentaba al máximo el placer de pintar, como si fuera un pintor arcaico o intemporal, de la contemporaneidad.
No puede hablarse de deudas
, salvo si tomamos en cuenta que todos los pintores y absolutamente todos los seres humanos somos deudores de algo. En su caso está la admiración a Picasso, Tamayo, Dubuffet, evocado en un Rinoceronte, ca. 1968 y también a Juan Soriano.
Sin ser para nada ilustrador de zoologías, los animales le son con frecuencia motivos predilectos. Sus gatos pueden ser algo aterrorizantes, aunque a la vez guardan nexos con lenguajes infantiles transportados al espíritu adulto, mecanismo éste que fue muy practicado por Paul Klee en composiciones complejísimas.
Hay ocasiones en las que sus títulos actúan como disparaderos, así sucede con Solitario, cálido terror, de 1964, en el cual se advierte un pequeño glifo y un cuervo o pajarraco que destaca en espacio vacío, lo menciono porque Nieto tendió a saturar sus composiciones, adhiriendo o rodeando la imagen principal de un sinnúmero de elementos que pueden encontrarse irregularmente geometrizados, como grecas o tableros, igualmente suele acudir a finísimos chorreados, que se antojan siempre controlados, tal que si huyera del vacío.
Al ingresar en el recinto, los espectadores se topan con un magnífico cuadro de la colección del Museo de Arte Moderno (MAM): Noche transfigurada toma su título del sexteto de cuerdas del vienés Arnold Shoenberg, inspirado en el poema de Richard Dehamel que ofrece un paseo trágico y romántico, de una pareja a la luz de la Luna. A Nieto le fascinaba la música y sus cuadros sobre ejecutantes forman un rubro, pero desde mi punto de vista, salvo excepciones, no alcanzan la magnitud de otras obras que, tal y como lo es el título de la exposición, corresponden a imágenes latentes
cuyos motivos y signos suelen reiterarse.
Antes del recorrido, su Noche transfigurada (1966), perteneciente al acervo del MAM, proporciona al espectador una inmejorable entrada visual.