l cumplirse un año de la aparición en México del virus de la influenza pandémica A/H1N1, uno de los temas que sin duda merecen ser abordados es el efecto que provocó entre la población el anuncio sobre el inicio de la epidemia, pues de esta reacción se pueden extraer importantes lecciones. A pesar de que ha transcurrido muy poco tiempo, la memoria parece ser extremadamente corta, y hoy aparecen borradas en algunas personas imágenes asombrosas de la historia de nuestro país. Conviene recordar…
23 de abril de 2009. Reunión de las autoridades de salud, educación y seguridad en Los Pinos. Una decisión difícil. Aproximadamente a las 23 horas, el anuncio por televisión en cadena nacional. La expresión grave, el cansancio y la preocupación inocultable de las autoridades sanitarias. Un mensaje breve. Nuevo agente infeccioso. Estamos ante una epidemia respiratoria. Medidas inéditas: suspensión de clases desde prescolar hasta educación superior en el Distrito Federal y el estado de México. Los síntomas del mal. Mantenerse alejados de las personas que tengan infección respiratoria. No saludar de beso ni de mano. Evitar sitios concurridos y actos multitudinarios; todo eso se dijo.
El efecto del mensaje entre la población fue inmediato: el pánico.
Ese mismo día, pero por la mañana, el doctor José Ángel Córdoba Villalobos, secretario de Salud, había dicho que los casos de influenza que se estaban presentado en el país eran los habituales y llamó a la población a mantenerse tranquila. Desde principios de marzo hasta la fecha del anuncio habían ocurrido al menos 20 muertes; en el Distrito Federal había 144 personas internadas con neumonía grave y numerosos casos registrados en San Luis Potosí y otras entidades de la República. Inicialmente las autoridades negaban que se tratara de una epidemia y atribuían los sucesos a la extensión de la fase final de la influenza invernal.
Pero ahora se confirma, por declaraciones de uno de los protagonistas en el mensaje televisivo, el doctor Armando Ahued, secretario de Salud del Distrito Federal, que los laboratorios de Winnipeg, Canadá, y de los Centros de Control y Diagnóstico de Enfermedades de Estados Unidos, habían informado que se estaba ante un agente desconocido, del que no se sabía nada sobre su virulencia ni si era susceptible a algún tratamiento, por lo que México debería de emprender todas las medidas a su alcance para enfrentarlo. En unas cuantas horas las autoridades sanitarias viraron de un mensaje tranquilizador a la alarma.
La editorial de La Jornada del 24 de abril de 2009 señalaba las contradicciones e insuficiencias en la información oficial y agregaba: “… lo único que puede asentarse, por ahora, es que la autoridad ha actuado en una forma que es, inevitablemente, generadora de pánico, y que ha tomado medidas en las que confluyen la precipitación, la desinformación y la más exasperante opacidad”.
A raíz del anuncio, el perfil del país cambió de una manera que nunca habíamos conocido. En la ciudad de México, las calles vacías, los rostros de los hombres, mujeres y niños que se veían en las calles mostraban miradas desconcertadas y temerosas por encima de los miles de cubrebocas azules. Estornudar en la fila de un banco o en cualquier sitio era sinónimo de rechazo y discriminación nunca vistos. Luego los restaurantes y todo tipo de comercios vacíos. Compras de pánico (literalmente) en algunos supermercados, en los que las filas para llegar a las cajas daban varias vueltas en el interior de las tiendas. Actos deportivos sin público, en cuyas transmisiones podían escucharse los diálogos de los jugadores. Un partido político de derecha llamaba a no tocarse. Los hospitales y clínicas rebasados mostraban con crueldad sus eternos vicios: “No lo podemos atender, pues no trae su carnet…”
Sólo queda agregar en esta descripción que, pocos días después del anuncio, la Secretaría de Salud federal nuevamente cambió el rumbo: puso de manera brusca reversa para afirmar, desde los primeros días de mayo, que todo estaba controlado y que prácticamente la epidemia había terminado.
No voy a hacer juicios de valor sobre estos acontecimientos ni del papel que desempeñaron las autoridades en este fenómeno, al menos no por ahora. Existen estudios publicados y proyectos en proceso que ayudarán a entender los factores sicológicos y sociales involucrados en la respuesta ante la epidemia. Creo que el recuerdo tiene fuerza y valor en sí mismo.