. Regreso al verdor ondulante
envuelto en el espanto,
el corazón fundido
sangrando en otra parte.
El suelo brinca motu proprio
y las sombras cortadas por el aire
tienen la precisa distancia
de mis recuerdos.
Hay un verdadero dolor
pájaro negro de ancha cola,
una indignación humana que arrebata
glándulas y pestañas.
El paisaje fue tomado por la metralla.
Toma sobresaltos ir por la calle o los caminos
sin pedir permiso
a policías hasta los dientes.
En algunas partes se distinguen burbujas
como iluminados invernaderos,
la vida allí ha de ser bonita, lástima,
las burbujas, con rozarlas, ¿sabes?
Tanta gente arrodillada, tanta herida permanente,
un predominio repulsivo de los necios
sobre las armonías tejidas y protegidas.
¿En qué momento empezamos a pudrirnos?
Las piernas andan golpeadas,
los costados llevan una lanza atravesada,
un balazo entra en las nalgas
o de a tiro a la cabeza.
No basta la Luna llena
para que la noche sea clara.
No alcanza el silencio para callar al ruido,
ni el clima de los muertos de miedo.
¿Dónde nos espera la canción
de las voces para seguir naciendo?
Mañana, ¿dónde estaremos?
Hay un velo verde, cansado, ciego.
Hay un velo.
Velo.
II.
Dichos en el centro de los corazones
de los troncos de encino,
irradiados en las órbitas expansivas
de los años
tirarán a las calles empedradas,
las irán rompiendo para hacerse
de parque
y surtirle al espejo en su dominio.
Pedacería de copas, ventanas, pantallas astilladas.
Cascos, escudos, máscaras, garrotes
caerán en cascada
hasta el final del tiradero.
Pasará sin obstáculos la luz
su transparente calor en vilo.
A lapidar el olvido, dijeron,
a soltar los aparejos.
Y tendrán rostros como incendios.