igmund Freud, como sabemos mediante su vida y obra, se dedicó a explorar la conducta humana y para ello se adentró como pocos en las profundidades del alma.
Muy pronto intuyó que en las profundidades de la psique se movían fuerzas ocultas y antagónicas que, o bien podían dar paso a los mayores y más loables logros humanos o bien podían conducirlo a los peores desastres y a las más descarnadas acciones contra los demás o contra sí mismo.
A esas fuerzas, inexplicadas hasta entonces, él las denominó pulsiones. Y si bien hubo modificaciones teóricas a lo largo de su obra y pensamiento, concluyó que a la psique la constituían dos fuerzas imperiosas: las pulsiones de vida y las de muerte.
De esta concepción de la psique, que simplifico en extremo, dieron y han dado cuenta las investigaciones en el terreno clínico como los fenómenos sociales.
Su obra fundante, que data de 1895, El proyecto de una psicología para neurólogos, plasma con sorprendente lucidez la condición marginal y de indefensión de los seres humanos. Señala allí el desamparo originario que nos acompaña a lo largo de toda la vida.
En sus estudios posteriores continúa buscando de manera acuciosa explicar el funcionamiento de la psique humana y aparece la teoría pulsional. Es hasta 1920 que redondea sus postulados acerca de la pulsión de muerte y viene a corroborarle tanto hallazgos clínicos como fenómenos sociales.
Vendrán después textos fundamentales, como El malestar en la cultura, El porvenir de una ilusión, Moisés y la religión monoteísta.
Fue testigo de las dos conflagraciones mundiales que se vivieron en el siglo pasado y esto vino a confirmar sus teorizaciones acerca de la pulsión de destrucción que habita en las profundidades de la psique.
En sus ensayos sobre la guerra y la muerte vierte las palabras: Arrastrados por el torbellino de este tiempo de guerra, informados tendenciosamente, sin distancia con respecto a los grandes cambios que ya se han producido o están empezando a producirse, y sin saber qué futuro está en proceso de formación, empezamos a sentirnos confusos con respecto a la significación de las impresiones que nos invaden y a los juicios que formulamos (...) Nos parece como si nunca antes un acontecimiento hubiera destruido tantas preciosas posesiones comunes de la humanidad, confundido a tantos de los intelectos más sobresalientes, degradado de modo tan completo a los superiores
.
Más adelante, agrega: Los antropólogos consideran necesario declarar al adversario inferior y degenerado; los siquiatras, proclamar el diagnóstico de su enfermedad mental o espiritual
. Considera entonces que ante tal confusión la persona no directamente implicada en el combate y que no se ha convertido de lleno en una pequeña partícula de la gigantesca máquina de guerra
, se siente azorada e inhibida. La consecuencia predecible, a decir de Freud, es el desengaño y la desilusión. Esta primera gran conflagración, en palabras de Freud, había arrebatado a los hombres la ilusión de que la humanidad era originalmente buena.
Valdría la pena reflexionar sobre esto en los crispados momentos que estamos padeciendo.