Los viajes del viento
gnacio Carrillo, músico itinerante de fama muy asentada en la costa colombiana, lleva a cuestas el duelo por su esposa recién fallecida y también la firme decisión de no volver a tocar música. Los viajes del viento, segundo largometraje del colombiano Ciro Guerra (La sombra del caminante, 2004), relata el viaje de este hombre taciturno de 40 años y su encuentro con Fermín Morales, un adolescente avispado que desea aprender a tocar al lado suyo en los festivales de ritmo vallenato. `
El director toma de pretexto la accidentada relación del discípulo tenaz y el reticente maestro malhumorado para ofrecer un panorama pictórico-musical de la región costeña, desde Majagual, Sucre –cuna de corraleros, guaracheros y juglares–, hasta las llanuras desérticas de la Guajira.
El itinerario de Ignacio Carrillo tiene como meta la casa del maestro músico a quien deberá entregar el acordeón culpable de todas sus desgracias. Este viaje de liberación marcará al mismo tiempo las etapas de aprendizaje moral del joven Fermín, músico de talento vacilante, que a su vez descubre los alcances de su ambición musical y la dimensión real de sus carencias afectivas.
La música del vallenato narra aquí las gestas de amores contrariados y las pérdidas irreparables, volviéndose reflejo fiel del ánimo del protagonista, quien cruza indiferente y melancólico los pueblos de colores vivos y mercados animados. En una escena de realismo mágico, Ignacio rompe su promesa y acompaña con su acordeón un duelo de sables, mortal y fantasioso. En otra más, su discípulo participa enfebrecido en una justa de tambores.
Lo más notable en la cinta de Ciro Guerra es la suntuosa fotografía en color de Paulo Andrés Guerra y la selección musical de Iván Tito Campo. La crónica costumbrista de la sabana caribeña tiene un atractivo mayor que la esquemática y trillada historia de los dos protagonistas de carácter caprichoso y atravesado. El viaje bien vale la pena a condición de no tomar demasiado en serio los humores y propósitos de los caminantes.