Más que un club gay es un sitio de libertades y de inclusión, describe Ramón Silverio
Sede de un acto contra la homofobia, refleja los cambios culturales en la isla en los pasados 26 años
Enfrentó en la década de los 80 las penalizaciones a la diversidad sexual y al rock
Domingo 23 de mayo de 2010, p. 8
Santa Clara, 22 de mayo. Es un caso único en el circuito cubano de los espectáculos, que no puede sólo llamarse club gay, ni describirse nada más por su tolerancia. El Mejunje, dice su fundador y director, Ramón Silverio, es un sitio de libertades y de inclusión
, que él vislumbra como un ensayo de la sociedad que todos queremos: con todos y para el bien de todos
.
El lugar de recreación más popular de esta capital provincial del centro de Cuba, y uno de los más renombrados en el país, fue el lunes pasado sede del acto principal en la jornada contra la homofobia, que este año se ha celebrado durante más de una semana en la isla.
En enero, Silverio había recibido el Premio al Servicio Social Sostenido, que por primera vez entregó la Sociedad Cubana de Estudios Multidisciplinarios de la Sexualidad (Socumes).
Pero no todo han sido reconocimientos para este sitio, que tiene ya 26 años. En la década de los 80, en Cuba todavía se penalizaba en parte la homosexualidad y el rock estaba proscrito por la vía de los hechos. Ni hablar de un festival de travestis.
La gente ganó espacios
El Mejunje no marginaba
, recuerda Silverio. “Los rockeros, los travestis, los homosexuales, se fueron acercando. Trajeron sus gustos, su cultura, sus preferencias. Sencillamente les di el espacio, nada estuvo planificado y tampoco pedí permiso. Pero igualmente llegaron niños, gente de la tercera edad y ahora tenemos una tremenda invasión de jóvenes…”
¿Qué ha cambiado en Cuba el pasado cuarto de siglo? Silverio opina: lo que han cambiado son los tiempos. No creo que se pudiera mantener la situación anterior. La gente fue ganando espacio. Sin duda la sociedad cubana a partir de los años 90 también empieza a cambiar en muchos sentidos y esto era lógico, era necesario que pasara. Alguien se dio cuenta, inteligentemente, que había que sumar. Esa gente no podía seguir siendo marginada
.
Silverio conversa con La Jornada en un respiro que le dejan las celebraciones de los pasados días. Dice que cuando triunfó la revolución, en 1959, él era un campesino descalzo de 11 años, casi analfabeta y sin tierra, que vivía en una choza de guano. Pudo estudiar, completó el sexto grado y se inició como maestro de adultos. De ahí le dio por la actuación y luego quiso promover el teatro entre sus alumnos.
Llegó al guiñol de esta ciudad, donde espontáneamente fue reuniendo a músicos, actores y poetas, que consumían el final de la noche, cada quien haciendo un poco de lo suyo, en algo que fue tomando forma de espectáculo desenfadado. La tertulia creció y tuvo que cambiar de sedes, a falta de un local adecuado. El promotor preparaba un té de varias yerbas para animar la velada. Un mejunje, decía la gente. El mejunje de Silverio. Una mezcla inexplicable que todos aceptan.
Era 1991, un año inolvidable para los cubanos, porque fue el inicio de la profunda crisis que siguió al derrumbe soviético, cuando El Mejunje recibió por primera vez un local propio: las ruinas de un hotel de principios del siglo XX, en el corazón de la ciudad. Ya el lugar provocaba malestares. Silverio recuerda una campaña de ataques, tal vez surgida de la propia población
, que sin embargo no tuvo consecuencias.
Cita a líderes regionales del Partido Comunista (Tomás Cárdenas, Miguel Díaz-Canel) y a un jefe de gobierno provincial (Humberto Rodríguez), entre otras autoridades que lo respaldaron, no sólo de palabra, sino asistiendo a funciones, cuando en la calle aún se conocía al lugar como la cueva de los maricones
. Aún ahora hay iglesias cristianas recogiendo firmas para protestar por la jornada contra la homofobia.
Sin embargo, como institución subordinada al Ministerio de Cultura, nunca hemos dejado de cobrar, nunca hemos tenido que suspender algo por falta de dinero
. En esta época de crisis económica las obras de ampliación no se han detenido. Silverio reconoce que, en alguna parte de la ofensiva, tal vez hubo que adoptar otra política de hacer un espectáculo
, pero El Mejunje fue el primer local público que tuvo un show de travestis. Ahí surgió Samantha, el más célebre de los transformistas cubanos.
Presencia múltiple
Hoy el lugar tiene su tradicional espacio al aire libre –donde conserva los grafitis que se fueron haciendo al paso del tiempo– y una sala de pequeño formato. Reúne a 3 o 4 mil personas en una semana, tiene trova, rock, bolero, filin, música campesina y afronorteamericana, poesía, teatro, discoteca, presentaciones de libros y discos, espacio dominical para niños y tardes de danzón para la tercera edad.
El Mejunje ha contribuido a cambiar la mentalidad de Santa Clara y a hacerla una ciudad tolerante
, dice Silverio, “aunque tal vez hace años la gente no pensaba lo mismo. Si vieras aquí un viernes, cuando ya todo terminó y los jóvenes que han bebido durante la noche se quedan cantando y bailando, te das cuenta de que tu obra no ha sido inútil…”