a noticia científica de la semana pasada fue la creación de una bacteria por medio de procedimientos de la biología sintética. Según los reportajes del caso, se trata de una bacteria con un genoma artificial y, por ello, un organismo sin ancestros.
Las cuestiones técnicas son entreveradas para los no especialistas: se trata de describir la síntesis del genoma de una bacteria e insertarla en otra del mismo género. Así se crea una célula sintética
, aunque lo sintético es el genoma insertado en una célula que ya existía.
Las técnicas y procedimientos utilizados por Venter y Smith, así como los objetivos de este tipo de trabajo científico han desatado toda una serie de comentarios sobre sus consecuencias y, por supuesto, habrá muchos más de aquí en adelante.
En fin, que ya los científicos tendrán materia suficiente para debatir y fijar sus posiciones. Pero estos no son asuntos que deban quedarse en el terreno propio de los científicos. Provocan, necesariamente, una serie de reflexiones acerca del conocimiento, las innovaciones y sus usos, que siempre repercuten en el ámbito social. No podría ser de otra manera.
Se especula que los avances de la biología sintética como el que aquí se comenta, tienen que ver con las aplicaciones de ese tipo de tecnología en áreas como la agricultura o la energía, o bien, en la producción de medicamentos y vacunas. Y quién sabe ahora en qué otras más. Para ello falta tiempo.
No obstante, no hay por qué posponer la reflexión y discutir sobre las implicaciones presentes y futuras de estos avances científicos. Aquí, presente y futuro se vinculan de un modo complejo con particularidades propias.
Trato sólo de formular algunas cuestiones que se enfrentan en el modo de pensar complejamente ciertos dilemas a los que nos enfrentamos.
Una forma de aproximarse a esta cuestión puede ser contrastar los hechos en los que se desenvuelve nuestra existencia, no de una manera que se consideren únicos en términos históricos, sino sólo como aquellos que nos corresponde enfrentar en nuestra época.
El avance del conocimiento, en este caso de tipo científico, es muy desigual y sus efectos en el orden social son, cuando menos, heterogéneos.
Pienso, por ejemplo, en las donaciones multimillonarias de la Fundación Gates para combatir la malaria en África y otros lugares. Lo mismo pasa con otras enfermedades difíciles de erradicar o con otras sobre las cuáles aún se sabe poco y son la causa de la mayor parte de las muertes.
Esa misma limitación del saber se advierte en el número reciente de National Geographic. Ofrece un reportaje sobre el sueño, su función, cómo lo regula nuestro organismo y las consecuencias del trastorno que provoca no dormir. Las lagunas del conocimiento al respecto son muy grandes sobre esta tarea básica del cuerpo. Lo mismo ocurre con un conjunto extenso de operaciones del organismo humano.
No se trata de hacer una lista, por demás interminable y sujeta a las prioridades de cada uno que la intentase. Y hay consideraciones éticas que, igualmente, muestran la diversidad de los dilemas actuales. Mientras ya se tiene la secuencia completa del genoma humano, un filósofo como Peter Singer trata el asunto de si los animales sienten y cuáles son sus derechos.
Por supuesto que manipular el genoma humano o aproximarse a la creación de células y de formas de vida, provoca fuertes cuestionamientos en el terreno de la ética. Una consideración básica, sobre la cual se discute poco tiene que ver con la investigación general acerca de lo que es bueno, como planteara G. E. Moore en Principia Ethica, de 1903.
Hay quienes piensan que las innovaciones son siempre un paso adelante, no sólo en el conocimiento, sino en la forma de ordenar una sociedad y enfrentar sus dilemas. En el campo de la sostenibilidad ambiental es común tal idea, que pospondría actuar hoy pues habrá un método para contrarrestar el deterioro que se genera.
El riesgo de una desmedida confianza en las ventajas de las innovaciones, sean de carácter científico o de la estructura social, es grande. Hay una especie de arrogante certidumbre que resulta chocante en términos intelectuales.
Problematizar el asunto de las innovaciones es cosa difícil en una sociedad en la que se promueven de modo tan rápido y se alteran velozmente las formas de comportamiento individual y las relaciones colectivas. Pero, aceptemos al menos que no es un tema que deba dejarse al margen. La bacteria de Venter y Smith es parte del debate, pero no es el único.
Las páginas de los diarios están repletas ahora de noticias sobre las consecuencias institucionales de la crisis financiera de 2008 y sus efectos políticos y sociales.
Los economistas creyeron que habían llevado su disciplina a un estado de conocimiento científico similar al del laboratorio de Venter. Ahí podían aplicar hipótesis (frágiles) sobre el comportamiento de los individuos y métodos complicados de análisis de riesgo y de valuación del precios de los activos financieros en los mercados. No fue así, la crisis se dio del modo más convencional por un exceso de especulación.
Hoy, luego de tres décadas de innovaciones sociales se han puesto en entredicho los acuerdos que parecían firmemente establecidos. Rehacerlos será arduo y costoso. Requerirá imaginación, trabajo e inversión en una escala muy grande.