El pianista, junto con su Afrocuban Messenger, comenzó con un homenaje a Duke Ellington
La interacción del grupo con el pianista fue magnífica; destacó la participación del batalero y bailarín Dreiser Durruthy
La niña mimada de Bebo, Mayra Caridad, contribuyó con su voz
Miércoles 26 de mayo de 2010, p. 9
Puebla, Pue., 25 de mayo. Vestido de manera elegante, coronado con un curioso sombrerito; provisto de su inmenso talento y unas manos privilegiadas cuya extensión de los dedos abarca dos octavas del piano, el maestrísimo Chucho Valdés brindó la noche del lunes en esta ciudad el más emotivo, cálido, jazzístico, rumbero e innovador concierto musical de esta nueva aventura llamada Afrocuban Messenger.
Decir todo lo que sucedió esa noche lluviosa en breves líneas no hace justicia a la grandeza del artista cubano y sus acompañantes.
Tomando como base su nueva producción discográfica, Chucho’s Steps, trabajo que llega después de siete años de colaboraciones con diversos artistas y editado bajo su propio sello, Comanche, Chucho y sus Mensajeros Afrocubanos arrancaron con un medley/homenaje a Duke Ellington: variaciones a lo cubano
en torno a Caravana, el clásico tema ellingtoniano que aquí se escuchó a tiempo de tambores batá y tumbadoras. Siguieron con un lingo afro dedicado al rey yoruba Changó; avanzando, para contrastar, con Danzón, tema que empieza como balada, sigue a ritmo de chachachá, se argumenta con cinquillo danzonero y termina en aroma de rithm and blues.
Toda la noche fue así: un reto tras otro. Vino Zawinul mambo, tributo personalísimo de Chucho al genial creador y tecladista de Weather Report, Joe Zawinul, tema complejísimo en lo armónico, que los mensajeros resolvieron bien. Yansá, dedicada a la deidad afrocubana Oyá, es la única pieza que incluye cantos yorubas en la voz de Dreiser Durruthy Bombalé, batalero y bailarín que en todo lo que hace es convincente y rotundo.
Avanzó la noche, la lluvia cedió un poco. La interacción del grupo con Chucho fue magnífica. El concepto del combo es un diseño de él y por tanto único. Trabajan unidos en favor de una emisión sonora contundente, pero el diseño permite que todos luzcan sus habilidades: Yaroldy Abreu Robles, el encargado de las tumbadoras y bongó, es el volcán que entra en erupción para incendiarlo todo cuando Chucho pide fuego; el bajista, Lázaro Rivero Alarcón, sabe que sólo debe ser el apoyo del gigante, pero es pródigo e imaginativo en los solos, y el baterista Juan Carlos Rojas Castro, se le ve y siente en el vórtice del huracán y uno se pregunta cómo hace para sostener tanta polirritmia.
Sobre ese mismo criterio, el de unos arreglos llenos de complejidad, trabajaron Carlos Manuel Miyares Hernández (saxofón tenor) y Reinaldo Melián Álvarez (trompeta); ellos tampoco tienen descanso, pero es así como les gusta. Tengo que escribirles este tipo de fraseos, ya que es lo que me piden
, dijo Chucho.
Chucho se quedó solo en el escenario; estaba concentrado en un ejercicio pianístico, en el que desbordó buena parte de su talento. El silencio del público fue impresionante. Subió y bajó escalas; sus manos recorrieron vertiginosamente las 88 teclas del piano. La mano derecha acompañó a la izquierda, luego invirtió esa función. Hizo tumbaos preciocisas a lo Martínez Griñán, pasajes jazzísticos a lo Cecyl Taylor y desarrollos a lo Debussy.
Chucho no sólo es un gran pianista: es un virtuoso. Su técnica es impresionante, su mensaje es muy expresivo y su dominio de diversos estilos musicales, que le permite indagar por una diversidad de caminos armónico-melódicos, es extraordinario. Su tremenda capacidad rítmica, que puede ir de la clave al swing y a los endiablados clusters (racimos armónicos) sin perder fuerza ni identidad, y su talento como compositor, hablan de un músico superdotado al que nada le suena ajeno y nada le quita el sueño.
En plenitud, el consenso general
Aquí, el consenso general, al igual que en el Lunario del Auditorio Nacional la noche del viernes pasado, fue que el genial pianista ha madurado artísticamente una enormidad y que a sus 69 años de edad está en plenitud de una carrera musical con mucho futuro.
Doce minutos del jercicio pianístico. Se detuvo. Respiró hondo ante la turbamulta de aplausos y presentó a su hermana Mayra Caridad, quien recibió también gran ovación.
Mayra tiene su aché, la gente la quiere bien y se le entrega. Con su encantadora voz, la niña mimada de Bebo contribuyó de manera espectacular al show. La primera voz femenina del jazz afrocubano hizo una versión bellísima de Bésame mucho; un intenso canto a Obatalá y alborotó a la muchedumbre con la sambita San José, el bis que regalaron estos Mensajeros Afrocubanos a la muchedumbre que para ese momento había formado gran alboroto que aún hoy retumba en las paredes de la ciudad de los Ángeles.
No me percaté a qué hora escampó, pero en lo alto Coltrane y Obatalá se dieron la mano.