unque ninguno de los contendientes registrados logró la mayoría absoluta, los ganadores incuestionables de la elección presidencial realizada ayer en Colombia son, en ese orden, la abstención (ligeramente mayor a 50 por ciento) y el candidato oficialista, el ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos, quien logró 46.57 por ciento de los sufragios emitidos, seguido de lejos por el centrista Antanas Mockus, ex rector de la Universidad Nacional y ex alcalde de Bogotá, quien, tras disputar el primer sitio en las encuestas y causar furor en las redes sociales, se desinfló en las urnas y obtuvo apenas 21.48 por ciento de los votos. Las izquierdas electorales colombianas, nucleadas en el Polo Democrático Alternativo, no lograron reunir ni 10 por ciento de los sufragios. El resultado final habrá de dirimirse en fecha próxima en una segunda vuelta entre Santos y Mockus.
La situación resulta descorazonadora si se considera que Santos, delfín del actual presidente Álvaro Uribe Vélez, representa a una mafia estrechamente vinculada a los grupos paramiliares, responsables en buena medida de la violencia que afecta a la nación sudamericana. El propio Uribe Vélez, sobre quien pesan acusaciones graves por violaciones a los derechos humanos, aparece en varios documentos relacionado con el extinto cártel de Medellín, en tanto el candidato triunfador de ayer es judicialmente requerido por un tribunal de Ecuador para que responda por los homicidios perpetrados por órdenes suyas, cuando fungió como ministro de Defensa en el gabinete de Uribe, en la localidad de Sucumbíos. Esa mafia ha desarrollado, por lo demás, diversos mecanismos de distorsión de la voluntad popular que se ha venido aplicando para favorecer a las formaciones oficialistas (el Partido Social de Unidad Nacional, o Partido de la U): compra de sufragios, amenazas de escuadrones de la muerte a la ciudadanía, financiamientos procedentes del narcotráfico y otras prácticas fraudulentas) lo que tal vez explique la inesperada y abismal ventaja lograda ayer por Santos sobre Mockus.
En cuanto a éste, si bien logró forjarse una imagen de político fresco y audaz, es partidario, como el propio Santos, del continuismo en la orientación neoliberal sostenida por la actual administración y, lo más preocupante, de las estrategias belicistas de Uribe para aplastar a la añeja organización guerrillera Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Tal estrategia se ha traducido en múltiples abusos, atropellos, asesinatos de civiles y afectación de millones de personas que se han visto desplazadas de sus sitios de residencia, pero no ha logrado acabar con la organización político militar, pues deja intactos los factores que explican la persistencia de la oposición armada: la marginación, la miseria y la desigualdad que imperan en extensas regiones del territorio colombiano.
En tal circunstancia, es claro que la próxima jornada comicial será, en lo sustancial, una forma de legitimación de un poder político divorciado de los intereses de la nación colombiana, y una simulación de democracia en un país agobiado por la violencia y el accionar de grupos armados de diversos signos (las guerrillas de izquierda y los paramilitares de ultraderecha, vinculados al gobierno), por el drama de los desplazados y por una desigualdad social lacerante. Ninguna de las fórmulas que se juegan la Presidencia, ni el descarado continuismo de Santos, ni el continuismo de imagen renovada de Antanas Mockus, tiene una propuesta específica para hacer frente a los problemas más graves y obvios del país.