Cerco social en Tepito
En el barrio, uso de armas equivocadas
lgo malo, muy malo, se gesta en Tepito.
El argumento por el que los tepiteños decidieron salir a las calles y bloquearlas es incontrovertible: roban a nuestros niños de nuestras manos, nos los arrebatan
. La protesta, entonces, no merecía más que la comprensión y la atención inmedita de las autoridades. Nada más.
El martes, cuando se dio la protesta, la procuraduría del DF señaló que no se tenían denuncias sobre la desaparición de menores, como decían los manifestantes, e incluso dijo que uno de los quejosos habría falseado sus declaraciones, lo que es considerado delito. En pocas palabras: para la PGJDF, la desaparición de los menores que causó la irritación de la gente de aquel barrio es un mito.
Tal vez lo que declara la autoridad sea cierto, pero ¿por qué habría de mentir un padre? ¿Por qué habría de solidarizarse una comunidad para favorecer una mentira? Lo que exigen los tepiteños es mayor seguridad en las calles que componen la barriada, hasta donde se sabe. Entonces, ¿por qué? Allí, en esa manifestación que mantuvo bloqueada intermitentemente por casi un día una de las arterias vehiculares de mayor importancia en el centro de la ciudad, parecería que hay algo más.
Sí, la inseguridad en aquella céntrica parte de la ciudad es cada vez más fuerte por la acción de la delincuencia, pero también es cada vez más asfixiante el trabajo de las policías locales y federales, que entre operativo y operativo han dejado sin clientela al inmenso mercado del que viven los habitantes de Tepito.
Claro, todos saben que allí se comercia de todo, que todo lo ilegal, o casi todo, se vende y se compra; pero hasta donde se sabe nadie, ni las autoridades locales ni las federales, ha hecho nada por abrir una puerta de salida al conflicto que se vive en las callles del barrio, y se recurre a la represión como forma de apaciguar las protestas.
La protesta del martes desató, a todas luces, un rencor social que estalló contra todo. Ya no era nada más la protesta por la desaparición de los niños o la inseguridad, sino contra la desigualdad y la marginación que reinan en el lugar, y que en muchos casos se mitiga con lo que hay a la mano: la actividad delincuencial.
No basta con la presencia de la policía en el barrio; se requiere mucho más. Hacer creer que los tepiteños son el diablo, que allí no habita ni un solo ciudadano honrado, es parte del cerco que se ha construido en contra de esa gente.
Hace un par de años se realizaron acciones de gobierno que trataban de reconstruir el tejido social en la zona, pero después parece que todo se ha olvidado, y el resultado hoy se mide en jóvenes privados de su libertad, en denunciantes perseguidos y en más miedo y terror, el mejor caldo de cultivo para la delincuencia. Ya es hora de volver a Tepito, pero con las armas que sí derrotan a la delincuencia: empleo, educación y seguridad social efectiva, entre otras.
Si todo se queda como hasta ahora, que nadie se extrañe de los estallidos, de los hilos que mueve el rencor social, y del aumento de la delincuencia. Si eso se quiere, adelante, que sigan los operativos, que continúe la represión. No se debe dejar espacio a la violencia y la ilegalidad. Por eso, más que toletes, hay que usar la inteligencia para disolver el sentimiento de violencia que crece y crece en el barrio de Tepito. Y que nadie se engañe ni busque culpables entre los líderes de comerciantes o entre los delincuentes consumados. Que se empiece con el trabajo de gobierno, que tanta falta hace.
De pasadita
Ya nadie tiene dudas: el trenecito para el Centro Histórico sí se construirá, y eso quiere decir que Marcelo Ebrard no nos engañó con aquello de que no había dinero para comprar el proyecto que se había anunciado. Es verdad, no hay todo el dinero que pedía la constructora, pero el tren se hará, se diga lo que se diga. Así que nunca se trató del peso de la opinión pública, sino de flaqueza en la cartera. ¡Ni modo!