Opinión
Ver día anteriorJueves 3 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El parque nacional de Ranthambore
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i se lee una guía de la India, se comprueba que en ningún lugar se tiene aún la garantía de ver a un tigre, especie en desaparición y figura esencial de la literatura inglesa, por ejemplo El libro de la selva de Rudyard Kipling o las bellísimas miniaturas Marwar que florecieron en el siglo XVIII en el Rajastán, donde aparecen los soberanos matando tigres a profusión. Sin embargo, en cualquiera de los viajes organizados se ofrece como una de las principales atracciones de esa provincia la posibilidad de admirar a los felinos en su hábitat natural, junto con los proverbiales elefantes, cobras y faquires; desde 1972 Indira Gandhi designó nueve áreas de selva para preservarlos –una de ellas, Ranthambore–, gracias al llamado Proyecto Tigre, con la idea específica de incrementar su número, disminuido a 2 mil ejemplares, mientras que a principios del siglo XX paseaban por las zonas salvajes de la India cerca de 40 mil y, hace tres meses, cuando visité Calcuta, se anunciaba en el moderno aeropuerto de Delhi que sólo había cerca de mil 311, ¿o serían mil 356?

Cuando en septiembre de 2008, visité por segunda vez la India, decidí hacer un viaje en tren, una especie de crucero por tierra, denominado el Palacio sobre Ruedas, uno de cuyos atractivos principales, anunciados en el folleto de propaganda, era el parque del que ahora hablo, situado a 10 kilómetros del cruce del tren y una población comercial denominada Sawai Modhapur. Mi palacio constaba de varios vagones con pasajeros de diversas nacionalidades; predominaban, como era de esperarse, los británicos, una de cuyas actividades favoritas fue la caza, mientras, como bien sabemos, India era la joya más preciada de su Corona. Cada grupo usaba un distintivo de color distinto, el del mío, llamado Aiwar, color de rosa. El día en que nos tocó visitar Rathambore me rezagué y fui agregada al grupo que portaba un distintivo amarillo, grupo donde no conocía a nadie; ocupamos un jeep gigantesco sin techo, de los que se llaman Canter, con capacidad para más de 30 pasajeros y conseguí asiento solamente en la última fila, allí dónde los tumbos del pedregoso camino se percibían en todo su esplendor; además, cuando el guía anunciaba con su voz estentórea algo verdaderamente sensacional, los pasajeros de las filas delanteras se levantaban y me ocultaban totalmente el panorama.

Este parque muy visitado se localiza a corta distancia del triángulo turístico conformado por las ciudades de Delhi, Agra y Jaipur, por lo cual se encuentra rodeado siempre de multitudes, por lo demás dato pleonástico en este país, al grado de que cuando regresábamos de nuestro paseo, un diluvio de peatones que bullía como una fuga de agua interminable nos detuvo y nos hizo esperar más de media hora antes de poder atravesarla y abordar nuestro tren.

Ranthambore fue uno de los sitios de cacería predilectos de los reyes de esa zona, ocupación prohibida a los simples mortales; poco tiempo después de la independencia fue declarado refugio ecológico, muy famoso en la década de los 80, gracias a unos documentales que exaltaban la presencia de tigres amistosos, los que, antes de ser exterminados, circulaban tranquilamente por los senderos del parque sin atacar a los viajeros. Cuando una década más tarde se advirtió que decrecían alarmamente de número, se descubrió que eran los guardias forestales encargados de vigilar el sitio quienes propiciaban su caza furtiva.

Desde entonces, se ha logrado incrementar su número en 16 o 20 por ciento: en verdad, no un gran avance. Pude comprobarlo: de vez en cuando, a medida que avanzábamos por los senderos, nuestro guía, señalando un lugar en la espesura, exclamaba a voz en cuello que había visto un tigre y nos hacía descender del vehículo. Ya abajo, nos mostraba, triunfante, la huellas de dos de sus patas, quizá las delanteras. Admiré en cambio, muchas especies de pájaros y algunos cocodrilos que nadaban en los lagos que atraviesan el bosque.