ecía don José Bergamín que fue el poeta Federico García Lorca quien supo advertir admirablemente lo que importa para lo poesía ese espiritillo sutil, misterio escondido que diría don Miguel de Cervantes Saavedra (que lo puso en su Gitanilla) ese extrañísimo estremecimiento. Ese misterio de índole singular que tiene para los andaluces, en el cante, en el baile o en el toreo un nosesque que se le añade y trasciende las propias virtudes del artista –las artes mágicas del vuelo– cuando se dejan traspasar por ese misterio indefinible, que no es sólo la gracia. Ese no se que que llevó a Morante de la Puebla a salir no como el triunfador de San Isidro, (ese fue el rejoneador Diego Ventura con dos salidas a hombros por la puerta grande de la plaza de Las Ventas) si no, punto y aparte del resto de la torería al desplegar toda su rica fantasía torera con el capotillo y dejar claro lo que es el toreo eterno. Sobre todo dos verónicas en las que paró, templó y mandó y remató con media verónica imborrable para los que la contemplaron.

Ese toreo que es flojedad y se afianza en ese dejarse ir, en un no hacer, que es un hacer profundo, un mirar perdido en la inmensidad del universo que pareciera tener similitud con la imagen del campesino mexicano recargado en un árbol con la cabeza entre las piernas y el sombrero por sombrilla o capote. No, no es que duerma es flojedad creadora, lucha con el toro, poesía llena de duende, pensamiento estremecido. Sentimiento de solidaridad que llevó a sus alternantes Daniel Luque y Cayetano Ordoñez a realizar a su vez el toreo clásico con el capote y el remate con la media, permitiendo al aficionado, al cabal, captar mejor esa parte del toreo de Morante que es única. Canto de la sangre que coincide con el de las estrellas. Cante que es cante hondo que diría don José Bergamín que además de esplendido escritor y poeta fuera apasionado de la fiesta brava y admirador de los Gallos, Gaona, Bienvenida, Ordoñez, Curro Romero o Rafael de Paula…