Petardos varios
n el argot taurino petardo significa fracaso rotundo, obtención de resultados inversamente proporcionales a los que se buscaban, bautizar con agua de lavadero o que el tiro salga por la culata. Es, en fin, confundir el progreso comunitario con los beneficios inmensos de una minoría. En nuestro planeta prevalece pues el nefasto hábito de petardear.
Así, los dueños del holocausto diario en cine y televisión imitan a sus verdugos de hace 65 años y atacan barcos con ayuda humanitaria para Palestina y asesinan a quien se resista, o los propietarios del petróleo siguen envenenando aguas, flora y fauna del Golfo de México sin que ningún organismo internacional se atreva a fijarles un plazo perentorio para remediar su enésima estupidez.
Que la reciente feria de San Isidro en general resultó un desfile de mansos, nadie lo discute, pero que esa mansedumbre se quiera atribuir al exceso de peso es una tontería. Si una virtud tiene el madrileño coso de Las Ventas es un respeto irrestricto por el toro de lidia en toda su plenitud, no en toda su aproximación como en ciertas plazas frivolizadas por autorreguladas. La emoción sigue dependiendo de la bravura, pero del toro, no de su caricatura.
Sky petardeó en serio con los suscriptores que pagaron por ver en vivo las principales ferias taurinas de España esta temporada. Algún directivo, por inexcusable razón, decidió que la segunda comparecencia de Arturo Macías en Las Ventas, en la quinta corrida de la Feria del Aniversario, no se trasmitiera a México y miles de aficionados se quedaron con un palmo de narices. Es la menguada filosofía de servicio de todo monopolio que se respete.
El apoderado José Manuel Espinosa, con un historial caracterizado por el voluntarismo, los vetos a toreros, la habilidad y las utilidades a costa incluso del espectáculo taurino, anunció al final de la pasada Feria de San Marcos que su poderdante Eulalio López El Zotoluco se retiraba de los ruedos, cuando en realidad éste se retiraba de su administración.
Especialista en cotizar a sus toreros por encima de su regularidad o de sus cualidades y personalidad, a su regreso de España José Manuel y Lalo, en lugar de ejercer un liderazgo ético-taurino que rencauzara la fiesta mediante la comparecencia del auténtico toro cada vez que Eulalio actuara, prefirió exigir el toro chico y bobo, como si una tauromaquia recia pudiera transformarse en estética refinada. Fue una mala apuesta sin duda.