l restreno de dos escenificaciones en dos escenarios muy diferentes, se presta para algunas consideraciones acerca de los ámbitos que los acogen. Teatro El Milagro, que edita espléndidos volúmenes y produce excelentes montajes, ahora en su propio teatro que cada vez se afinca más en el interés del público, utiliza la beca de México en Escena para invitar escenificaciones que sigan su línea de experimentar con algunos elementos de la teatralidad. Tal es el caso de El mambo de Oz del dramaturgo venezolano Luis Zelcowicz y si bien el texto está construido de manera tradicional, su escenificación por parte de Rodrigo Johnson resulta una propuesta experimental, en esa constante búsqueda que, a pesar de sus altibajos, distingue la trayectoria de este director que ya había estrenado la obra en un salón de fiestas.
El mambo de Oz habla de manipulación y dependencia, de amores contrariados y, sobre todo, de encontrarse una coartada para evadir posibles fracasos, como sería la actitud de Alberto, el envejecido galán de televisión, que cuida de un hijo discapacitado abandonado por la madre. Zelcowicz invierte con ingenio los roles tradicionales de padre desobligado y madre abnegada, lo que, unido a el buen dibujo de sus caracteres, son los aciertos de este drama realista subvertido por el director sin traicionar el texto. En efecto, en lo que es la bodega del teatro se han acomodado los sillones del vestíbulo para que el público se siente ante un pequeño espacio que no pretende ser escenario más allá de la alfombra que lo delimita, a excepción del refrigerador que lo prolonga, con otros posibles escenarios en un costado, el área de la agente y el café. La singularidad consiste en que la escenografía está conformada por mobiliario y útiles de la propia bodega de El Milagro.
Con ello Johnson lleva al público a reconocer que está ante una representación para que preste mayor atención al texto. Apoya su experimento con actitudes de sus actores, como el hecho de que Alberto no aparezca con ropa propia –excepto calzoncillos y calcetines– sino siempre disfrazado como los personajes que representa en anuncios comerciales o en pequeños papeles y a que Magda se transforme en la agente a la vista del público. Cuenta con música original de Jorge Sosa y otros apoyos, sobre todo cuenta con los buenos actores que son Humberto Solórzano como Alberto, Muriel Ricard –a quien desearíamos ver más a menudo– como Magda y Diego Sosa como Beto.
El otro restreno se da en un teatro del INBA lo que, aunado a otros restrenos que se van dando, nos hace temer que veamos mayoritariamente en los escenarios de la Unidad cultural del Bosque montajes que ya se han presentado en otros teatros o en los mismos pero hace tiempo. Se trata de Riñón de cerdo para el desconsuelo de Alejandro Ricaño que tuvo exitosa temporada en La Capilla. El joven dramaturgo, ganador del premio Emilio Carballido por Más pequeños que el Guggenheim, parece retomar en esta obra los homenajes a autores que admira, como lo hizo con Alfred Jarry con Un torso, mierda y el secreto del carnicero y ahora con Beckett (por lo que sitúa estas dos obras en un París de diferentes épocas) cuyo mundo filosófico y autoral lo rebasa, por lo que se limita a Esperando a Godot en un texto que tiene más de narrativo –con sus frecuentes citas a Joyce y a otros que pueden desconcertar al espectador poco prevenido– que de tensión dramática, con sus resabios misóginos como la anterior y esta vez un personaje, Marie, que se cambia sin motivo, porque de torpe víctima masoquista salta a resolver los detalles del estreno de la obra en que Gustav metió mano a escondidas del autor irlandés.
En una escenografía debida a Melisa Varïsh muy funcional en sus cambios aunque poco grata visualmente por sus diseños coloridos, la directora Angélica Rogel mueve con seguridad –aunque los cambios y movimientos se vuelven algo monótonos– a su actriz (Pilar Cerecedo) y a su actor (Omar Medina) que no logran convencer porque muestran en exceso las marcaciones de dirección. Para el remontaje se contó con el diseño de iluminación de Roberto Paredes y el diseño sonoro de Hans Warner.