or cada uno de los 25 mil muertos que ocasionó en diciembre de 1984 la nube de veneno que salió de la planta estadunidense Union Carbide (ubicada en la ciudad de Bhopal, India), sus actuales dueños pagarán exactamente cinco pesos mexicanos. El peor desastre industrial de la historia dejó además más de medio millón de personas con daños en su salud ocasionados por el isocianato de metilo, un veneno que lo mismo mata que deja ciegos a los que entran en contacto con él. O con quemaduras en la piel o el aparato respiratorio hecho añicos. La inmensa mayoría de las víctimas, pobres. Las autoridades indias tardaron 26 años en hallar a los culpables de esa inmensa tragedia, en condenar a siete empleados de la multinacional (desde hace 10 años propiedad de otra trasnacional estadunidense con malísima fama: Dow Chemical) a estar brevemente en la cárcel. Sigue libre el entonces director del complejo químico, Warren Anderson (cuya extradición a India niega sistemáticamente el gobierno del vecino país), quien dijo que la planta en Bhopal era segura, como para tenerla al lado de nuestra casa.
El fallo de los jueces causa en India y en el resto del mundo una ola de indignación. Es una muestra extrema de la insensibilidad social que acompaña a muchas empresas poderosas. De sensibilidad social cojean también en México los gobiernos del partido del cambio, la decencia, la honradez y las buenas costumbres. Lo mismo en Pasta de Conchos, que en San Salvador Atenco, Cananea o, más recientemente, en Hermosillo, donde 49 niños murieron en una guardería. A un año de la tragedia los culpables andan en la calle y hasta buscan que su negligencia la apoyen en desplegados las honorables agrupaciones médicas. Con toda razón dice Carlos Monsiváis que a los gobiernos panistas los recordaremos también por su carencia total de sensibilidad social.
Bhopal permite recordar que en México también tenemos algunas tragedias industriales. Una en Córdoba Veracruz, donde en 1991 se incendió una fábrica de productos tóxicos y peligrosos: Agricultura Nacional de Veracruz. Ninguno de los culpables pisó la cárcel y tampoco pagaron un centavo a las víctimas.
Y mientras se exige revisar el fallo indio que premia la irresponsabilidad criminal, en el valle de México las autoridades no parecen preocuparse de lo que pasa con la salud de millones de personas. Especialmente de los niños y los mayores. Me refiero a los efectos que en la población ocasiona la contaminación atmosférica, y muy especialmente las tres precontigencias ambientales recientes. Duraron varios días, y en dos ocasiones fueron casi continuas. Algo que no sucedía desde hace veinte años. Entonces los índices de calidad del aire para declarar una contingencia debían ser superiores a los 250 puntos. Hoy la norma es más rigurosa, y se declara la precontigencia cuando hay, por lo menos, 160 puntos de ozono. Aun así, el problema es grave.
Las autoridades ambientales de la ciudad han informado oportunamente de las malas condiciones atmosféricas de las últimas semanas, con altas temperaturas, poco viento, bajísima humedad, a lo que agrego la grave contaminación industrial y vehicular. Por todo ello el valle de México es una enorme caldera de alta presión, generadora de enfermedades.
Sin embargo, se desconoce el número de afectados por ozono y otros contaminantes. La norma oficial sobre ozono señala que para no sufrir daños en su salud, una persona debe respirar ozono apenas una hora al año. Pero aquí respiramos ozono quinientas horas, como denuncia desde hace lustros el doctor Humberto Bravo, del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Nacional Autónoma de México. El prestigioso investigador apunta la desidia de las autoridades para reducir los niveles de ozono y del azufre en las gasolinas. Y por no advertir suficientemente a la población sobre los peligros a que está expuesta por los altos niveles de esos contaminantes.
Mientras las autoridades anuncian medidas para hacer más rigurosos los índices de calidad del aire en la ciudad de México, urge que las diversas instancias de salud informen sobre los daños que sufre la población por la contaminación atmosférica.