Sociedad y Justicia
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Pese a las pruebas, la querella fue desechada por estar mal integrada

Impune, violación de un cura a menor; el clérigo aún oficia

Jesús Romero narra el abuso que padeció durante seis años

 
Periódico La Jornada
Lunes 14 de junio de 2010, p. 47

A los 11 años de edad, cuando Jesús Romero Colín era monaguillo en la Iglesia San Agustín, en el centro de Tlalpan, fue sujeto a numerosas violaciones por parte del cura Carlos López Valdez, a quien tenía por su guía espiritual y que veía como a un padre.

El 17 de agosto de 2007 interpuso una demanda FDS/FDS-6T1/00415/07-08 en contra del clérigo por violación y abuso sexual, la que fue desechada porque no hubo peritajes pertinentes a la evidencia. Actualmente la denuncia se está perfeccionando y la expectativa es que prospere.

Dicha querella llevó a la suspensión del sacerdote, según afirmó la arquidiócesis de México por medio de su vocero Hugo Valdemar, quien añadió que la Congregación de la Doctrina de la Fe del Vaticano estudia el caso del clérigo, por lo que el sacerdote no puede oficiar. Sostiene que en unos seis meses se conocerá la resolución eclesiástica sobre López Valdez.

No obstante, Romero y su abogado, David Peña, refieren a La Jornada que feligreses les han confirmado que López, de 65 años, sí oficia y se desplaza por diversos templos y velatorios de la sexta vicaría, realizando homilías, amparado por otros clérigos.

En 1994, el sacerdote, quien había establecido un estrecho lazo con los padres del denunciante, se ofreció a educarlo y formarlo. Debido a las dificultades económicas de su familia y porque su madre anhelaba que el menor fuera sacerdote, accedieron a la propuesta.

Dos semanas antes de que se mudara a la casa parroquial de la citada iglesia, el menor fue invitado por López Valdez a pasar dos días en su casa del fraccionamiento Las Fincas en Jiutepec, Morelos. Allí comenzaron los abusos.

En la noche que pasó con el sacerdote, éste le pidió que durmiera con él, y que se quitara la pijama porque no son higiénicas. Romero obedeció y sólo se quedó en ropa interior. En la madrugada, Jesús despertó asustado y confundido, las manos del clérigo estaban sobre sus genitales. No hubo más. Tampoco comentarios posteriores que explicaran lo ocurrido. El niño creyó que el sacerdote estaba dormido, y la acción había sido involuntaria, pero unas semanas después comprobó que no había sido así.

Narra que ya instalado en la casa parroquial, los abusos del sacerdote fueron en aumento, hasta que una noche me violó.

No dijo nada a sus padres. No se atrevió. Lo hizo cuando definitivamente dejó –hace siete años– la parroquia a la que había sido trasladado el sacerdote, la de San Judas Tadeo, también de la sexta vicaría, que en 2001 asumió el obispo auxiliar Jonás Guerrero Corona.

Romero no puede explicar la razón de su silencio. Sentía una mezcla de gratitud hacia el cura por hacerse cargo de él, por recibirlo como hijo, y porque, pese a todo le tenía cariño.

El silencio no era anuencia, sino, miedo y culpabilidad por no haber puesto un alto. El sacerdote nunca lo amenazó, no de forma explícita. Tampoco hacía comentarios de lo que sucedía. Todo lo que pasaba en la noche, ahí se quedaba. En el día era como si nada hubiese ocurrido.

Puesto que el delito quedó impune porque el Ministerio Público integró mal la querella, Romero considera que el clérigo puede seguir abusando de menores. Tan sólo en el periodo en que vivió con él, identificó a cinco víctimas y también se enteró que tenía una mujer y una hija a las que daba cheques semanales.

Pese al paso de una década desde que ese capítulo terminó, la herida no ha sanado, y considera que tal vez esto no ocurra, pues su vida fue cambiada para siempre y sus expectativas truncadas.

Yo quisiera formar una familia, tener una esposa e hijos, pero me da miedo. Este mundo es muy hostil con los niños. No quiero que a un hijo mío le pueda pasar lo que a mí, reflexiona quien durante seis años fue violado por López Valdez.

También admite, a sus 27 años, que debido a esos abusos ahora es incapaz de lograr una relación amorosa estable con una mujer. Surgen inevitablemente la desconfianza y el fracaso.

La terapia sicológica ayuda, pero las huellas permanecen. La adicción que desarrolló a partir de los 14 años a las drogas y al alcohol ha logrado controlarla, pero el sentimiento de “culpabilidad y cierto resentimiento hacia sus padres, no.

Su desempeño escolar también se derrumbó. “Tardé siete años en terminar la prepa”. El sacerdote comenzó a verlo como un problema y habló con sus padres para internarlo en un centro de rehabilitación.

A los 20 años abandonó la casa parroquial, pero no se fue con las manos vacías. De la computadora del sacerdote extrajo un disco con unas 700 fotografías del cura manteniendo relaciones sexuales con menores y posando desnudo. Al religioso le gustaba bajar e intercambiar pornografía en Internet.

Tres años antes de su salida, los abusos sexuales habían cesado. Romero ya no era un niño tímido, dócil y frágil, no permitía las vejaciones.

En la actualidad estudia sicología en la UAM.

Cuando su madre supo lo ocurrido, acudió en 2007 con el obispo Guerrero. Nada sucedió sino hasta que se puso la demanda. Mientras, López Valdez continuaba desempeñándose como ecónomo de esa vicaría, y era mano derecha de Guerrero.

Después de lo vivido, para Romero Dios no está en la Iglesia y agrega que pese a lo explícito de las fotografías el sacerdote no fue llamado a declarar, porque no hubo peritajes a esa evidencia. Asegura que también denunció porque fue testigo de que otro monaguillo caería en las redes del sacerdote.