ace unos días me visitaron los representantes del Censo de Población y Vivienda 2010. Preguntaron cuántas personas viven en mi departamento, su edad, lugar de nacimiento, nombre de pila y nivel de estudios. También anotaron mis respuestas acerca del número de piezas del departamento (incluyendo recámaras), electrodomésticos, radios, televisores, teléfonos y computadoras y si tenemos acceso a Internet.
Los censos sirven de mucho. Nos dicen cuántos somos, dónde vivimos, qué hacemos y quiénes somos. En Europa, y por extensión en América, la Iglesia fue la que más se interesó en saber quiénes vivían en sus parroquias. A través de las actas de nacimiento, matrimonio y defunción, le seguía los pasos a sus feligreses. Los registros parroquiales se remontan al siglo XIV, pero no fue sino hasta principios del XVI que se generalizó su uso. En España coincidieron con su expansión trasatlántica.
Las autoridades civiles iniciaron los censos en la Nueva España en el siglo XVI y como en otras partes sirvieron para contar y controlar a la población. Eran útiles para reclutar a los hombres y para recaudar impuestos. Pero fue a raíz de las reformas borbónicas del siglo XVIII que los padrones coloniales de población empezaron a generar estadísticas de cierto valor para el Estado.
En el México colonial el mestizaje habría de complicar el trabajo de los párrocos, que acabaron por mantener tres registros separados de los bautismos, confirmaciones, matrimonios y defunciones de sus feligreses: uno para los españoles, otro para los indios y un tercero para la gente de color quebrado
. Hacia el siglo XVIII existía una nomenclatura racial sumamente complicada. El problema básico era qué hacer con el mestizo. ¿Cómo clasificarlo? Con la Independencia desaparecieron esas distinciones.
Algo parecido está ocurriendo en Estados Unidos. Como en tantos otros países también se está llevando a cabo el censo decenal. Las autoridades enviaron por correo un cuestionario con 10 preguntas dirigidas a los inquilinos de una vivienda, permanentes o transitorios.
Al igual que en México y en otros países del continente, la división racial en Estados Unidos fue relativamente clara en un principio. Había la población indígena autóctona y luego fueron llegando los europeos blancos que en su mayoría eran anglosajones y protestantes (los WASP). Con el tiempo creció también la presencia de negros, casi todos esclavizados. Se incorporaron también no pocos holandeses, alemanes, franceses y portugueses, pero el WASP llevó la voz cantante durante la colonia y los primeros dos siglos de independencia. Arribaron otras nacionalidades y razas (escandinavos, irlandeses, italianos, centroeuropeos y chinos). Pero el WASP siguió definiendo a la sociedad estadunidense.
Desde un principio hubo también una presencia hispana en lo que sería el territorio nacional de Estados Unidos. Hay una población numerosa de estadunidenses de origen novohispano, sobre todo en los estados del suroeste, y en el siglo XX se inició un flujo importante de puertorriqueños y cubanos. Pero todo ello no afectó la esencia WASP de Estados Unidos.
En el último medio siglo se ha transformado la sociedad estadunidense. Los negros dejaron de ser parte del paisaje y han incidido mucho en la cultura y sociedad estadunidenses. De hecho la han venido redefiniendo. Pero son relativamente pocos y no tienen un impacto político a escala nacional (Obama es una excepción).
En cambio la población de origen hispano ha crecido mucho en estas últimas décadas. Su presencia se extiende a lo largo del país. Y a las autoridades estadunidenses les interesa cuantificar ese crecimiento. De ahí las preguntas en el censo poblacional de 2010.
El censo pretende hacer un corte de caja al 1º de abril de este año. Pregunta cuántas personas residían en esa fecha en un determinado lugar (casa, departamento u otro tipo de vivienda), si había otras personas que no vivían ahí de manera permanente, si la vivienda era propiedad del censado o alquilada o prestada, número de teléfono, nombres de los demás inquilinos, sexo, edad y fecha de nacimiento. Esas son las primeras siete de las diez preguntas.
Para los organizadores del censo las preguntas más interesantes parecen ser la 8 y la 9 (la 10 tiene que ver con la permanencia en la vivienda del principal censado). Esas preguntas van precedidas de una advertencia: “Favor de contestar tanto la pregunta 8 sobre origen hispano y la pregunta 9 sobre raza. Para este censo, los orígenes hispanos no son razas”.
Se indaga acerca del origen “hispano, latino o español” del empadronado. Uno puede decir que ese no es su origen o señalar que sí lo es, aclarando que es Mexican (o Mexican American o chicano), Puerto Rican, Cuban u otro (argentino, colombiano, dominicano, español, salvadoreño, etcétera).
Luego se pregunta la raza del censado. Aquí también dan a escoger. Uno puede decir que es blanco o negro (black, African American o negro) o American Indian o Alaska Native (especificando su tribu), o señalar que es chino, japonés, coreano, filipino o una de muchas otras razas
asiáticas que se listan. Por último, uno puede escribir que es de alguna otra raza.
Las preguntas parecen fáciles pero las respuestas pueden dar pie a mucha confusión. Por ejemplo, uno que haya dicho que es Mexican American puede luego agregar que es indio o blanco u otra raza. El interrogado decide.
Durante mucho tiempo los empadronadores estadunidenses se limitaron a dividir a la población entre blancos y negros. Los hoy Native Americans no figuraban en las estadísticas. Con el tiempo las personas de origen hispano fueron agrupadas bajo un nuevo rubro denominado no blanco
. Cuando ese grupo empezó a crecer, se decidió crear un rubro más, el de Hispanic. Pero aún persiste la dicotomía entre blancos y negros aunque ahora los hispanos, los habitantes de origen asiático y otros han recibido su propio encabezado en el censo. Hay motivos para que los WASP se sientan amenazados.