Sin magia y sin campeón
al vez sólo a Brasil se le podría criticar después de ganar y clasificar. Y es que si el buen futbol ha llegado a cuentagotas a Sudáfrica 2010, los fanáticos se esperanzan cada que juega el scracht du oro.
Venció y avanzó. Dos triunfos, cinco goles a favor y dos en contra son números que muestran a un equipo ganador, pero en Brasil la forma es fondo. Y lo único que cabe resaltar de Carlos Dunga –a estas alturas de la copa– es que fue capaz de quitarle la brillantez a los artistas del balón.
Dunga formó un equipo compacto, que le da prioridad al orden defensivo y no a la búsqueda del arco rival. Por momentos los brasileños parecen obreros mecanizados que tienen prohibido salirse del dogmático esquema del técnico. Pero la calidad les sobra en los botines y van al frente y ganan, a pesar de las órdenes casi militares del que fue medio de contención.
Ayer anotaron el primer gol cuando Costa de Marfil jugaba mejor y los dominaba, y aumentaron a 2-0 con un Luis Fabiano que se vistió de Thierry Henry, cuya selección gala está pagando el precio del fraude previo.
Para bien de Brasil y sobre todo del buen futbol, Kaká se acordó de que es una de las estrellas del Mundial y empezó a dar muestras de su calidad en las jugadas del primer y tercer goles.
En general, lo mostrado es muy poco para tanto futbol e historial del pentacampeón, pero suficiente para vencer el equipo de Didier Drogba, otra decepción africana en el primer Mundial en su continente. Después el árbitro siguió de villano y expulsó a Kaká, tal vez el jugador más limpio y disciplinado de toda la justa.
Por el contrario, Italia suma dos horribles empates y peligra su pase, pero todos saben que siempre inicia mal y, también casi siempre, termina bien.
El vigente campeón muestra un juego mediocre, plano al ataque y sin la solidez que le caracterizaba. El catenaccio desapareció y se equivoca hasta el mismísimo Fabio Cannavaro, quien por lo menos al final del torneo irá a la colecta de los petrodólares.
Aires frescos recorren Sudáfrica 2010. No se sabe con exactitud si los pequeños crecen o los grandes se achican, pero resulta positivo para la democracia del futbol que equipos como Japón, Paraguay, Ghana, Nueva Zelanda, Chile, Suiza y hasta México dejen de ser comparsas y pongan de cabeza el mundo del balón.