Opinión
Ver día anteriorDomingo 27 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Las nuevas especies
M

iles de líneas se han escrito los días recientes sobre Carlos Monsiváis. Todo mundo tiene algo que decir. Resulta increíble que, excepto los que escriben de deportes, todos los demás han comentado algo sobre Monsi, como cada día más personas se refieren a él, particularmente desde el día de su muerte. Me he topado con varias que quizá lo vieron de lejos en alguna plática y que si acaso, alguna vez leyeron su Por mi madre, bohemios, y que me dicen consternados: ¡se nos fue Monsi!

Es un verdadero fenómeno social advertir como la gente lo sentía cercano, aunque nunca lo hubieran leído. Seguramente en ello tiene que ver su autenticidad. Nunca pretendió ser más que quien era: ahí andaba en el Metro, en los cafés, con un libro bajo el brazo, desaliñado, poco sociable, sin ninguna pretensión. Era tremendamente inteligente y culto, irónico e incisivo, podía hablar de cualquier tema con conocimiento profundo, siempre antisolemne y con su particular sentido del humor. Conocía como pocos nuestra idiosincrasia y nos hacía vernos al desnudo.

Fue colaborador generoso en los 14 números de la revista A pie. Crónicas de la ciudad de México, que publicó el Consejo de la Crónica, hasta que lo desapareció el actual gobierno capitalino. Ahí escribió crónicas verdaderamente sabrosas e ilustrativas sobre la ciudad de antes y la de hoy, que nos explican en mucho lo que somos. Les voy a compartir algunos fragmentos de una en la que habló de las nuevas especies, que nos traen a la mente Los mexicanos pintados por sí mismos, que nos legaron a personajes y oficios característicos del siglo XIX:

“Cada época le añade al pintoresquismo la dotación de especies que sorprenden, se vuelven habituales, se van desvaneciendo, se evocan desde la nostalgia (esa fiesta navideña de los sentimientos). En estos años por ejemplo los guagüis (que anuncian en las inmediaciones de los antros las virtudes de las teiboleras), y los fines de semana los cadeneros, los encargados de las cadenas que niegan o facilitan la entrada a las discotecas (Si todavía funcionase en algo la mitología grecolatina se les diría cancerberos).”

Tras la prolija descripción de estos personajes, sigue con los guaruras, los taxistas de medianoche, el stripper, la teibolera y el franelero del que dice: “Antes se les decía ‘el viene viene’, o los más sofisticados lo llamaban ‘el oríllese a la orilla”... Pero luego la ciudad se regimentó, se probó que las nuevas especies constituían legiones y se verificaron los instrumentos laborales del ‘viene viene’, en un trapo de franela, jabón y el silbidito que es pregón, anuncio comercial, aviso que lanza a la especie que naufraga a la tierra firme de las banquetas...”

Esto nos trajo a la mente la serie de dibujos que el extraordinario grabador y dibujante Alberto Beltrán, realizó sobre personajes populares del México de la segunda mitad del siglo XX, que tituló Los mexicanos se pintan solos. Aparecen magistralmente representados todos aquellos que de alguna manera han marcado la fisonomía capitalina: la tamalera, el cilindrero, el merolico, el que da toques y varios que ya han desaparecido, como el que entregaba la leche en las casas, el policía de crucero que se paraba en un pedestal, desde donde dirigía el modesto tráfico de los años 50 y la gente le llevaba regalos en Navidad. Sería maravilloso algún día ver juntos en una publicación, los trabajos de ambos notables cronistas.

Reproducciones de estos dibujos los puede adquirir en la Torre de Papel, ese sitio encantador situado en Filomeno Mata 6, a un lado del Palacio de Minería, en donde hay periódicos de todo el país. Su dinámica directora Silvia Izunza, le consigue los diarios de todo el mundo y le ofrece libros miniatura.

Como está casi enfrente de la cantina La Ópera, vamos a brindar con un tequilita por estos seres inolvidables que nos dejan un México mejor.