l dios de la religión judía es vengativo, intransigente, excluyente y de muy mal temperamento. Siempre jugó con la posibilidad del fin del mundo. Soñó, y por lo visto aún sueña, con destruir a sus enemigos. Sus profetas vivieron en siglos de invasiones y guerras de asirios, babilonios y persas (ya les llegarían los romanos). Isaías, el primero de ellos, reputado por su legua de fuego, acuñó el primer Apocalipsis, y con él los conceptos de devastación universal, abatimiento de la impiedad, condenación de la política humana (de los demás), juicio contra las gentes, liberación y definitiva gloria de Israel.
Dice Isaías en uno de sus oráculos capitales: Acercaos, pueblos, y oíd; escuchad naciones; oiga la Tierra y cuantos la llenan, el mundo y cuanto en él se produce. Porque está irritado Yavé contra todas las naciones, airado contra todo el ejército de ellas. Las destina al matadero, las entrega al exterminio, y sus muertos quedarán abandonados. Exhalarán los cadáveres un hedor fétido y por lo montes correrá en arroyos la sangre
.
Tal tono es constante en las escrituras bíblicas (reputadas de sagradas
por sus fieles), pero carga la tinta en los episodios proféticos con que cierra lo que la cristiandad denomina Antiguo Testamento.
El actual gobierno ultraderechista de ese pueblo, tan a gusto en la Ley del Talión, es percibido como un peligro mayor para la humanidad. Cultiva ese miedo, y los vecinos acusan recibo. Pero también temen eso los observadores críticos no contaminados por las creencias teológicas del judaísmo, ni las de sus enemigos, que siempre han sido todos los pueblos alrededor.
El israelita es un pueblo-libro, lo cual resulta muy permisivo en términos territoriales. Las aldeas y barrios judíos en Rusia, Polonia, Alemania o Hungría, y en su momento España, vivieron rodeados de enemigos y sin derecho territorial. La Inquisisión y los pogromos, con la culminación germánica de la solución final
y la brutalidad étnica del estalinismo, abonaron la repetición de un mito/historia que data de los Jueces (el libro de cronología más imprecisa en la Biblia, que ya es decir).
Este sufrimieto secular, alimentado de origen por el secuestro en Egipto y el tránsito del Éxodo, justifica que su dios sea irritable, impulsivo y demoledor cuando se encabrona. Mas nunca se arrepiente. Para los cristianos, Yavé no se equivoca, así que no necesita arrepentirse, y además perdona (de ahí su éxito). Para los judíos, el punto no es si equivoca o no, sino hacer justicia según los usos y costumbres de ese pueblo, con base en una inclemente teología de la venganza.
Los estudiosos coinciden en que el libro bíblico de Isaías es el que sufrió más retoques y alteraciones, palimpsesto entre los palimpsestos. Ante las translocaciones
y relaboraciones de la palabra de Dios, hechas por interesados mortales a lo largo de varios siglos, Nácar y Colunga comentan que parece como si hubiera habido un terremoto
en el manuscrito (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1959, página 774).
En términos históricos –tan incorrectos hoy cuando se discute la legitimidad del Israel contemporáneo–, Isaías es la falsificación de un profeta como quiera delirante. Sin embargo forma parte de esa monumental acta de propiedad agraria llamada Biblia, una de las bases documentales del permanente incendio sociopolítico en el actual Medio Oriente.
El escalamiento actual de la animosidad entre las teocracias militares de Israel e Irán, que piden a gritos un pretexto para tirar la bomba definitiva, es la redición siglo XXI del pavor nuclear durante la guerra fría. En vez de comunistas y mundo libre
(terminología de aquella época), hoy la pugna es de fieles contra infieles (caracterizaciones cambiantes según desde qué profecía se mire: la de Yavé, la de Cristo, la de Alá).
Las simpatías occidentales por Israel han disminuido considerablemente en los grupos y comunidades críticas. Cada día se necesitan afanar más Washington, la ONU y los gobiernos europeos para seguir apoyando las aventuras bélicas que Yavé aconseja su pueblo favorito.
El factor más grave es el abuso creciente contra los infieles en territorios que según las leyes internacionales, y las del propio Israel, pertenecen al Estado palestino en condiciones de secuestro violento y estado de sitio. Carece de racionalidad, pero es una ofensiva colonial de grandes alcances que domina los medios masivos de comunicación, los posicionamientos de la OTAN y el silencio cómplice de los tribunales internacionales. Entre qué fue primero, si el huevo o la serpiente, la defensa israelí invoca la seguridad ante los ataques desesperados de los palestinos.
Jóvenes y viejos fanáticos judíos, llegados de Europa del este, ocupan a la fuerza Cisjordania y Gaza, con tolerancia gubernamental, y vociferan el permiso que les dio Yavé mientras los generales mandan sus naves al golfo Pérsico y ponen el dedo en el dichoso botón.