os autos y los gobernantes se aman. Hay entre ellos un amor profundo y perdurable. Su fidelidad está a toda prueba y entre ellos sólo hay comprensión, apoyo mutuo, solidaridad… y exención de impuestos, como el anunciado por el gobierno la semana pasada.
Los autos y los gobernantes, de su amor profundo e interés mutuo, han procreado el pavimento, agrandado calles y avenidas, como una sola familia unida. Como regalo de los gobernantes a sus amores automotrices, han derribando camellones, árboles, campos de cultivo, bosques y estrechado banquetas.
Permisivos con los vicios de sus amores, a los automotores se les permite fumar siempre y en todo lugar (salvo un día a la semana a los que tienen más de 10 años). Los autos tienen más derechos fiscales, de abasto, hospital y alimentación que los que los humanos que los manejan.
A los automotores se les regalan cada sexenio, segundos pisos, puentes, circuitos, periféricos, ejes, carriles, espacios y más espacios. Una de sus características es que cuando les hacen un regalo, ya sea un segundo piso o una vía alterna, ya necesitan otra, pues los autos con crisis o sin ella, no dejan de venderse ni reproducirse.
Los autos son queridos porque no son longevos. Mueren muchos, pero nacen más de los que mueren y son destinados muchos miles más al servicio privado que al servicio público. Es más fácil tener un seguro para el auto, que para un humano. Los coches matan más humanos que el alcohol y el tabaco. Para los coches no hay gasolinas chatarras, sino pura buena alimentación Premium o Magna Sin, los mejores aceites y buenas refacciones.
Se dice que son la base de la economía y generan empleos, aunque cada día son adquiridos más los fabricados en el extranjero que los producidos en México. Los importados, por su bajo valor, son queridos por su bajo precio y se les quiere porque pagan impuestos especiales como las tenencias o pagan por las placas, tarjetones e inspecciones. Los autos, son lo que da origen a las policías de tránsito, la corrupción y la economía maravillosa de la mordida.
Pese a la contaminación que generan contra la salud y la energía que consumen, los automotores son amados por los gobernantes. Ellos les proporcionan ingresos a los gobiernos y por eso hay que retribuirles todo tipo de comodidades, estacionamientos, grúas, talleres y miles trabajando a su servicio. Los autos son los que tienen derechos, porque generan los empleos; los que los manejan, no.
Tener auto nuevo es tener una esposa bonita que todos quisieran. Por ello cualquier mexicano aspira a tener su propio auto, del año que sea, para poder librarse del infierno del transporte público y la fealdad de ser un pasajero colectivo. Tener un auto propio da estatus social, ascenso, aspiración, libertad, privacidad e individualidad.
Los gobernantes, tan preocupados por la salud y la economía, tienen un amor insalubre por los autos, pues si bien la industria genera empleos, también genera problemas a la salud pública como son la incidencia en accidentes, atropellamientos, problemas respiratorios, intoxicación, causa de enfermedades en piel, ojos, contaminación de alimentos, etcétera.
El automóvil privado surgió en el siglo XX como el gran símbolo de la modernidad y el progreso individual. Fue el concepto central del american way of life, como la forma de vida moderna, y ahora, en este siglo, es ya un símbolo de la decadencia por su impacto en el calentamiento global, por la contaminación que genera la explotación petrolera y el refinamiento de combustibles y porque en perspectiva la disyuntiva futura será producir granos para alimentar a los seres humanos o para producir etanol para los automóviles.
Es por ello que los gobernantes y los automóviles odian todo transporte público y alterno; es por eso que destruyeron los trenes, los condenaron al olvido y los han desaparecido poniendo pavimento sobre los rieles.
Los gobernantes mexicanos siguen teniendo un amor por los automóviles, es un amor viejo y pasado de moda, pero es amor y se conserva. Por él se tienen mil justificaciones y hoy las ciudades, la economía, el trabajo, el medio ambiente se ponen a disposición de la industria automotriz, que ama también a los gobernantes.
El anuncio del gobierno federal, la semana pasada, para deducir el pago de tenencia en autos nuevos, del impuesto sobre la renta (ISR) –en caso de reportar ganancias–, en un nuevo embrollo fiscal, que ni el secretario de Hacienda pudo explicar; es otra de las muestras de amor de los gobernantes a la industria automotriz. Es una prueba más del amor entre gobernantes y automóviles, promoviendo su uso y consumo, pero que traza una perspectiva llena de contradicciones entre el ordenamiento, la actividad económica y la sustentación ecológica.
Ese matrimonio entre automóviles y gobernantes revela que toda la preocupación por la salud pública de los ciudadanos es una farsa y que estamos atados a la cultura decadente del automóvil individual y a la crisis crónica de las ciudades.
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