Opinión
Ver día anteriorJueves 8 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Endgame
E

n sus últimas conferencias de prensa Luis de Tavira ha sido muy explícito respecto a la Compañía Nacional de Teatro y ha desvanecido las dudas que muchos tuvimos acerca de lo efímero de las temporadas de todas las escenificaciones, que se van dando como en cascada, y el desperdicio de algunas actrices y algunos actores de número –los que gozan de la beca como eméritos– que se encontraban casi relegados, con pocas opciones de aparecer en escena y que, de hacerlo, era en roles tan pequeños que desdecían de su excelente trayectoria. En el primer caso, ya se sabe que se está formando un repertorio variado y que a partir del próximo año se ofrecerán largas temporadas en distintos espacios y giras por diversos estados de la República. En el segundo, los miembros de número están eligiendo textos –del abanico que ofrece el propio director artístico– y papeles importantes por lo que nos es dable verlos ya en los escenarios con toda su enorme calidad.

Ha sido el caso de algunos y entre ellos el de Claudio Obregón, el gran actor que tradujo Endgame, montada bajo la dirección de Abraham Oceransky, respetando el título que Samuel Beckett utilizó al traducir al inglés su propia obra estrenada en 1957 en Francia como Final de partida, que es como la conocemos en México tanto en publicaciones como en las escenificaciones que ha tenido. Entre otras, más bien escasas, hay que recordar su estreno en 1960 bajo la dirección de Alejandro Jodorowsky y la que dirigió Octavio Michel –que en este montaje encarna a Nagg–, ganadora en 2006 del concurso de Teatro Universitario y con temporada posterior en 2008.

Se ha escrito tanto acerca de esta obra y de su autor que resulta casi ocioso referirme a su tema, pero intentaré un resumen para el posible lector que la enfrenta por primera vez. El final de un juego es el final de la vida en el planeta ya sea por la bomba atómica, como es posible que fuera la idea original de Beckett dado que el llamado teatro del absurdo se dio en el contexto de la guerra fría, ya sea por los cambios climáticos que ahora nos amenazan. Un mundo desolado a punto de extinguirse tras el refugio en que habitan Hamm, Clov y los viejos padres del primero, pero con un ramalazo de esperanza por la aparición de ese niño en lotananza del que no se vuelve a hablar. Juegos de poder entre el ciego Hamm y su hijo adoptado Clov, amo y esclavo, pero esclavo artero, y el ciego en silla de ruedas empeñado en estar en el centro, que es centro de la habitación y centro del mundo como muestra del egoísmo de Hamm que dejó morir de oscuridad a su vecina al negarle un poco de aceite para su lámpara. Absurdo en el perro de trapo, absurdo en la novela del ciego que siempre empieza hablando de un clima diferente, absurdo en la presencia de esos dos padres que algún estudioso compara con larvas. Curiosamente, ese absurdo envuelve un gran horror ante lo que puede tener de verdadero.

Oceransky ofrece una de sus mejores direcciones. En un espacio un poco torre, un poco refugio diseñado por el mismo director, respeta casi textualmente algunas acotaciones del autor, sobre todo al principio. Pero no es un ilustrador, sino un creador escénico, y subvierte algunas cosas. Utiliza la puerta que sería la cuarta pared cuando está cerrada para en sus estribos colocar encadenados a Nell (Gabriela Núñez) y a Nagg (Octavio Michel) conservando la idea de las larvas a las que algunos se refieren, en extravagante vestuario, en lugar de tenerlos sumidos en los botes de basura del original. El que los dos buenos actores que los encarnan sean muy jóvenes, también rompe con la manera en que Endgame suele representarse, marcando las tres generaciones, pero la idea de larva es idea de inicio y en este caso de regresión. La escalera de Clov y la silla de ruedas de Hamm por momentos se mueven solas, cambiando de sitio, empujadas por dos sombras del teatro oriental (Luis Lesher y David Lynn), o que resulta ominoso además de absurdo y apoya en mucho el trazo escénico. Y están los dos excelentes actores protagónicos. Diego Jáuregui, en su apocado y titubeante Clov no desmerece en nada ante un actor de la estatura de Claudio Obregón, quien matiza de manera extraordinaria a Hamm. El diseño sonoro y la musicalización son de Héctor Herrera y Unser Salinas.