rica es un lugar tan desesperado por todo –dinero, inversión, infraestructura, comercio– que no puede negociar estratégicamente y por ende rinde todos sus recursos ante el mejor postor. Los únicos países que tienen posibilidades de ofrecer dinero son Estados Unidos, que trabaja siniestramente por medio de las manos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; Rusia, que se infla de arrogancia en su mar negro de petrodólares, y China, el gran dragón del este que despierta lentamente.
Los dos primeros no demuestran el interés que tiene China por el continente negro. Por ejemplo, existen más chinos hoy en Nigeria que todos los ingleses sumados en la época colonial. En total casi un millón de chinos circulan por África anualmente.
Napoleón Bonaparte, uno de los grandes emperadores de la historia occidental, pronunció hace más de 200 años, dejen dormir a China, porque cuando despierte sacudirá al mundo
. Hoy, mientras las mentes ilustres del oeste calculan el límite de cada recurso natural, China se lanza como niño por los dulces que saltan de la piñata.
Despierta y alerta, la nación oriental busca su expansión. Y el jardín de Edén es África. Talan el timbre de Mozambique, cavan por petróleo en Sudán, extraen el cobre de Zambia, construyen fabricas de textiles en Kenia, exploran por uranio en Zimbabwe, compran el cobalto de Congo, pavimentan Angola. Son constructores fantasmas de hospitales, pipas de agua, vías férreas, aeropuertos, estadios de futbol, hoteles, y dejan que el líder del país se confirme autor de la modernización para que China tenga acceso a la materia prima.
David Glasser es un ingeniero químico sudafricano de 76 años que pronto morirá a causa de cáncer. La intensidad de la quimioterapia está terminado con su cuerpo, pero no con su ánimo por la vida ni su emoción por el proyecto que él cree cambiara el mundo.
David y un grupo de casi 60 científicos se han dedicado a analizar las plantas petroquímicas. Al considerar la cantidad de dióxido de carbono expulsado por estas plantas industriales, el grupo inventó una manera de utilizar el nocivo compuesto.
Por medio de pipas, añadidas a la gran maquina industrial, que redirigen el dióxido de carbono al corazón de la máquina, la cantidad de desecho nocivo se reduce casi 40 por ciento. Con la introducción del nuevo dióxido de carbono, la planta se vuelve autosuficiente al estar constantemente ingiriendo el mismo dióxido que desecha.
La meta del profesor Glasser, quien supervisa este proyecto desde su concepción hace 32 años en la Universidad de Witswaterand, Sudáfrica, es implementar esta tecnología en todas las nuevas plantas petroquímicas. En busca de oídos que compartan sus ideas de un mundo mejor, en los pasados tres años David ha visitado empresas en China, Australia, Alemania, Inglaterra, y Estados Unidos. Pero hasta ahora, sólo una empresa ha tenido el valor de aventurarse en el largo camino que promueve David.
La empresa es china, y después de construir una planta piloto (para confirmar en práctica las teorías del profesor Glasser) ha comenzado a diseñar una planta completamente funcional que echarán a andar en menos de diez años. China es el segundo país con mayor emisión de dióxido de carbono y en cinco años será el primero. Ante los ojos de los chinos, el proyecto de David Glasser es un telescopio que apunta a otro mundo. Empresas occidentales han considerado el proyecto, pero David explica que muchos de ellos, hombres de negocios, no ven la recompensa monetaria en construir una planta ecológica.
Para otros, la recompensa es clara. Invirtiendo en las mentes de África, China garantiza un flujo constante de ideas alternativas. Y al mantener un contacto respetuoso con los líderes de las naciones africanas –ya que el interés de China no es propagar ningún sistema politico– África tal vez tenga la oportunidad de colgarse en el último vagón del tren de la modernidad a expensas de entregar sus recursos a China.