Opinión
Ver día anteriorLunes 12 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Quesillo electoral
C

ontra todas las apariencias, la gente no votó en Oaxaca por Gabino Cué ni puso en él sus esperanzas. Salió de nuevo a la calle para terminar una de las tareas que dejó pendientes en 2006.

Dicen los analistas que la ciudadanía decidió creer en la urna una vez más. (Aguayo, Noticias 7/7/10). No es así. Los oaxaqueños siguen tan descreídos como siempre. Nunca han confiado en los procedimientos electorales: conocen bien sus horrores, tan interminables como repetitivos. ¿Y cómo creer que los gobernantes representan los intereses de los ciudadanos con gente como Murat y Ulises Ruiz? No, la principal de las instituciones de la democracia, la fe en ella, nunca se estableció en Oaxaca.

Para el 4 de julio, además, todo mundo sabía que era una elección de Estado: el gobierno empleó todos sus recursos legales e ilegales para inducir el voto y controlaba los órganos electorales. Ni siquiera cuidaron las apariencias. Ruiz confiaba en imponer a su guardaespaldas, pero preparó una ruta de escape: si perdía, las evidentes irregularidades llevarían a anular las elecciones. Podría así prolongar su mandato: un congreso bajo su control nombraría al interino. Fue una elección de Estado… en que el Estado perdió. Es esa la primera lección de la jornada electoral.

La coalición contra natura que postuló a Cué no podía hacerlo en nombre de una ideología, un programa o una plataforma. No era por algo, sino contra algo; así se constituyó. Consiguió su propósito… pero no podrá llegar más lejos. Los partidos que la forman sólo ejercerán una forma de voluntad colectiva para seguir desmontando la estructura mafiosa que los excluía o sometía o en algunas cuestiones puntuales en que coinciden.

Los analistas sostienen que las enormes expectativas de cambio de los oaxaqueños constituyen el principal desafío que enfrenta Gabino Cué. No hay tal. Es cierto que se ganó ciertas simpatías por la dignidad y mesura que mostró durante sus siete años de campaña por la gubernatura; por ser el único candidato que recorrió todos los municipios de Oaxaca, cuando los visitó con López Obrador; y por su gestión como presidente municipal de Oaxaca. Pero la mayoría de la gente no votó por él, sino contra el grupo mafioso enquistado por 81 años en el poder, y pocos abrigan esperanzas de que podrá, desde el gobierno, realizar los cambios que hacen falta.

Gabino Cué, por todo eso, está solo. La cargada de costumbre es engañosa. Tendrá en contra a lo que queda del PRI, a los caciques e incluso a los partidos que lo eligieron. A pesar de su legitimidad formal y de alguna popularidad en ciertos sectores, sólo podrá gobernar si lo hace con los ciudadanos. Muchos electores votaron con incomodidad, contra sus convicciones más profundas, como una táctica de lucha que nada tiene que ver con la democracia formal. Seguirán ejerciendo su propio poder, para la transformación de Oaxaca. Muy pocos ponen sus esperanzas en el nuevo gobernador. Sólo si los tres niveles del gobierno aprenden a obedecer a los ciudadanos organizados, cosa por demás difícil, podría asegurarse la transición pacífica a una nueva sociedad que la gente está buscando.

Desde la noche del 4 de julio, en la celebración, pudieron verse los síntomas de la nueva perspectiva. Era fascinante observar a jóvenes barricaderos de 2006 que ese día emplearon su organización consolidada para votar y vigilar las urnas, e inmediatamente empezaron a preparar los siguientes pasos. Como ellos, miles de personas, en las más diversas organizaciones, dedicaron la semana a organizar movilizaciones e iniciativas. Saben que los próximos meses serán difíciles, por los coletazos del dinosaurio, pero no creen que los siguientes vayan a ser fáciles.

Buena parte de quienes eligieron en 2008 a Barack Obama se sienten hoy frustrados y desencantados: no ha cumplido sus expectativas. No parecen haber escuchado las advertencias del candidato Obama: No les pido que crean en mí, sino en ustedes mismos; En la Casa Blanca no podré resolver los problemas actuales, pero ustedes pueden. El 4 de noviembre de 2008, empero, quienes lo eligieron se dedicaron a festejar el triunfo… y en su mayoría se sentaron a esperar que arreglase el desastre que había dejado su antecesor.

Puede verse con claridad el contraste. Al usar la trinchera electoral, bajo circunstancias peculiares, los oaxaqueños no trasladaron la esperanza de transformación a una persona o a un sistema viciado. Lo hicieron para remover un obstáculo del camino, plenamente conscientes de que el abierto ahora para ellos planteará dificultades cuya superación no dependerá de los funcionarios recién elegidos, sino de ellos mismos, de su capacidad organizada de generar el cambio que urgentemente necesitan.