as recientes elecciones realizadas en 14 entidades de la República constituyen, por sus resultados, un hecho inesperado, en el que la sociedad mexicana ha dado algunas lecciones interesantes a quienes, más que gobernar, controlan los aparatos políticos de nuestro país.
Luego de varios procesos caracterizados por la ausencia de ideas y propuestas de los candidatos, por imágenes tramposas como el famoso cambio
representado por Fox, por el dispendio de recursos especialmente en beneficio de las televisoras, por la descalificación de los contrarios y la guerra sucia, y por el desaseo y la ilegalidad de las elecciones en 2006, confesados cínicamente por el mismo Fox, en realidad era poco lo que se podía esperar de este proceso al igual que el de 2009; sin embargo, algo fue distinto, y de cierta manera conformó un pequeño avance.
Así, resaltan los resultados de las elecciones en Oaxaca y Puebla, estados cuyos gobernadores en función constituyen una vergüenza para el PRI, ante su empecinamiento para continuar gobernando sin importarles el rechazo popular a todo lo que ellos representan. Para ese partido debería ser claro que esos gobernadores constituían un desprestigio importante y un riesgo, ya que los tiempos de partido único han quedado atrás. Por eso resulta sorprendente que, además de mantenerlos en el poder contra viento y marea, les permitieran definir quiénes serían sus sucesores, figuras menores seleccionadas por esos gobernadores para asegurarse lealtades e impunidad.
De esta manera, ese partido que supuestamente habría aprendido de sus fracasos y errores anteriores, incluyendo el de Madrazo en 2006, mostró abiertamente sus tendencias a ceder ante la fuerza y las alianzas de los grupos de poder en su interior. Así, ante la existencia de candidaturas claramente mejores, la sociedad les cobró los agravios, derrotándolos en las urnas, al margen de las dudosas alianzas que se dieron entre el PAN y el PRD, que intervinieron aprovechándose del río revuelto.
No es desde luego el único caso donde el PRI se equivocó: los de Sinaloa y Durango llaman también la atención. En ellos, los priístas volvieron a cometer los mismos errores que en el pasado les habían costado la pérdida de gubernaturas; tal fue la situación de Zacatecas 12 años atrás, cuando la dirección del partido decidió hacer a un lado a Ricardo Monreal, su candidato más fuerte, para imponer a un aspirante del gusto
del presidente Zedillo, negándose a ver que, con ello, lo único que hacían era darle combustible y pertrechos a los otros partidos para que terminaran quitándole el poder; en aquella ocasión Monreal fue invitado
por el PRD, que así pudo hacerse de esa gubernatura, que de otro modo hubiese sido imposible. ¿A gusto de quién o de quiénes fueron ahora las designaciones en Sinaloa y Durango? Se ve que no de los electores de esos estados.
Vale la pena regresar al caso de Zacatecas, donde el PRD perdió la elección de manera un tanto similar a como la había ganado en 1998, y curiosamente fue Amalia García, la arquitecta de aquella victoria, la que ahora, cegada por el poder, logró imponer contra viento y marea un candidato que lejos estaba de ser el mejor, pero que era su favorito por razones poco claras. La decisión, avalada por la dirección del sol azteca, terminó de fracturar las raquíticas posibilidades de que el PRD pudiera seguir gobernando, permitiéndole al PRI regresar a sus antiguos feudos, mostrando de paso las curiosas similitudes entre los gustos y las debilidades actuales de ambos partidos.
Las victorias aparentes, logradas en los estados de Oaxaca, Puebla y Sinaloa por la dudosa alianza
, aprovechando los errores cometidos por el PRI, dejaron ver de un golpe algo que desde luego ya conocíamos: la estupidez de quienes dirigen hoy al PAN, que utilizando estos triunfos, que no son propios, como oráculos de un porvenir marcado por los dioses, piensan que tienen por fin el camino libre para retener el poder y seguir haciendo tropelías a partir de 2012, negándose, por lo visto, a aceptar el desastre al que han llevado al país en estos años, y haciéndose las cuentas del gran capitán, sin analizar siquiera las remotas posibilidades de que esos estados les aporten votos más adelante.
El caso de Veracruz, cuyos resultados pueden parecer a simple vista similares a los de Sinaloa o de Durango, es diferente, pues al contrario de los otros estados, la alianza entre derecha e izquierda no se dio por razones muy simples: el candidato del PAN –que ni siquiera lo era de ese partido– había sido impuesto por el propio Presidente como pago a los favores recibidos de la profesora Gordillo; un candidato inaceptable para los aliados, con una historia tétrica de corrupción, de odios y de rencores, que nuevamente sólo la soberbia de quienes se sienten poderosos podía impulsar. Miguel Ángel Yunes estaba condenado a perder, aun con las enormes sumas de recursos que el gobierno federal utilizó para su causa.
Si a la luz de los resultados hubo soberbia en el PRI, con la designación de sus candidatos, y ello lo llevó a perder tres elecciones; si hubo soberbia en el PRD en el caso de Zacatecas y la consecuencia fue perder ese estado, en el partido que hoy desgobierna al país la soberbia es aún mayor. Ante la situación general de la nación y el enojo generalizado, éste parece ser el mensaje que por una vez han dejado claro los electores, quienes mandaron una llamada de atención para que los partidos se bajen de sus pedestales y se pongan a pensar una vez en lo que la sociedad necesita, o al menos en lo que no está dispuesta a tolerar.