Se desinfla la sólida recuperación
A la baja, los pronósticos de crecimiento
Nuestro país no merece lo que le pasa
ué lástima. La euforia por la sólida recuperación
del país (inquilino de Los Pinos, dixit) va en decadencia, se desinfla, ante hechos no concomitantes con el triunfal discurso de ya saben quién. Las noticias que llegan del norte (del que depende en grado sumo la raquítica economía mexicana) dan cuenta de la ralentización del destartalado motor
del mundo, al tiempo que un personaje de la vida pública nacional, otrora negador de cualquier posibilidad de quebranto interno por efectos externos (léase aquel genio que diagnosticó un mero catarrito
ante la crisis más profunda en ocho décadas), encendió los focos amarillos ante la evidente pérdida de dinamismo
del crecimiento económico.
En Estado Unidos hay dudas
sobre el comportamiento económico interno, dados los resultados del primer semestre en indicadores clave (empleo, vivienda, sector manufacturero, confianza de los consumidores, consumo), mientras la mayoría de los estadunidenses (54 por ciento) considera que la economía de su país se encuentra todavía en recesión
; 41 por ciento que está empezando a salir de la recesión
, y sólo 3 por ciento que la recesión ha terminado
. Los blancos (57 por ciento del total) son más proclives a decir que la “recesión está en curso, contra 45 por ciento de los afroamericanos y 43 por ciento de los llamados hispanos (Pew Research Center, Balance a 30 meses: ¿cómo la gran recesión ha cambiado la vida en Estados Unidos?).
De las mismas tierras llega el resultado de una encuesta levantada por la Asociación Nacional de Economistas Empresariales (NABE, por sus siglas en inglés), el cual indica que para el segundo trimestre de 2010 las expectativas de crecimiento en aquel país se reducen con respecto al arranque del año, de tal suerte que a estas alturas sólo 20 por ciento de los encuestados consideró que el producto interno bruto (PIB) estadunidense avanzará más allá de 3 por ciento, contra 67 por ciento que no prevé un crecimiento más allá de 2 por ciento. Paralelamente, la Reserva Federal redujo su estimación sobre tal comportamiento (de 3.5 a 3 por ciento) y cada décima de recorte tiene un efecto directo en el comportamiento del sólido
cuan independiente aparato económico mexicano.
El gobierno federal no quita el dedo del renglón, y su apuesta por la recuperación
está anclada a los resultados económicos estadunidenses. Nada ha hecho para reactivar la economía interna y plácidamente espera a que el milagro del norte no sólo se materialice, sino que salpique hacia el sur del río Bravo. De acuerdo con cálculos oficiales, el impacto interno por cada punto porcentual de incremento en el PIB de Estados Unidos es de medio punto; en sentido contrario, la relación es de uno a uno, según la estimación que en su momento hizo pública el secretario foxista de Hacienda, Francisco Gil Díaz.
En este contexto de noticias no concomitantes con el triunfal discurso del inquilino de Los Pinos y delfín que lo acompaña, uno de los grupos financieros más fuertes del país, Banorte, reconsideró a la baja sus estimaciones sobre el comportamiento económico nacional. Así, de acuerdo con sus estimaciones más recientes, el PIB mexicano crecería poco menos de 4 por ciento en 2010, contra 5 por ciento calculado al arranque del año. Lo anterior, como resultado de la desaceleración en la manufactura de Estados Unidos y el rezago en el mercado interno.
De igual forma, para 2011 la proyección se redujo de 3.5 a 3.1 por ciento, de tal suerte que en el periodo 2007-2011 la tasa promedio anual rondaría uno por ciento. En 2010, anota el corporativo, se estima un mejor desempeño del mercado interno, mejoría en la generación de empleo, mayor confianza de los consumidores y aumento en el flujo de remesas, pero lo anterior no alcanza para compensar el menor ritmo de exportaciones, de tal suerte que si bien se registrarán números positivos, éstos no corresponderán con los divulgados en el discurso oficial.
Y mientras el inquilino de Los Pinos felicita al saliente secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, y lo premia con hueso dorado en la propia residencia oficial, los industriales de la transformación también encienden los focos amarillos y exigen rediseñar las estrategias de desarrollo industrial y empresarial que permitan el crecimiento cuantitativo y cualitativo. Esa es la única forma de elevar la oferta de empleos y el nivel de vida de la población
. Lo anterior, pues, no indica más que la urgente necesidad de tapar los profundos hoyos abiertos por Eduardo Sojo y el citado Ruiz Mateos durante su estancia en la Secretaría de Economía, y dar rumbo y solidez al flácido aparato productivo nacional más allá de la pasiva apuesta externa.
De acuerdo con la Cámara Nacional de la Industria de Transformación (Canacintra), México debe fortalecer su capacidad de crecimiento económico sobre la base del mercado interno con más productividad, mayor fortaleza para competir y creciente capacidad de respuesta a los escenarios cambiantes
del panorama mundial. Parte fundamental en el llamado rediseño
propuesto por el organismo mencionado es la reactivación y fortalecimiento de la banca de desarrollo (propiedad de la nación), es decir, las instituciones financieras que desde tiempos de Ernesto Zedillo, pero con mayor vehemencia desde los de Fox y ahora en los Calderón, el gobierno federal ha desmantelado y pretendido sepultar. En síntesis, poner en marcha una verdadera política industrial.
Las rebanadas del pastel
El rector de la UNAM, José Narro Robles, de nueva cuenta pone el dedo en la llaga: “para contar con verdaderos conductores del desarrollo nacional se debe aceptar que el modelo que hemos seguido ya no sirve para atender nuestras necesidades de desarrollo; hay que cambiarlo, pensar en grande y a largo plazo, renunciar a las ambiciones de poder, a los resultados de la próxima elección y, en particular, abandonar la búsqueda de culpables en la historia para definir tareas para el futuro… Se requiere entender que la política no se sustituye con la obediencia y tampoco con negociaciones o falsas articulaciones… Nuestro país no merece lo que le pasa. A problemas seculares que lo han acompañado a lo largo de la historia, como la pobreza y la desigualdad, se suman hoy nuevos azotes, como la inseguridad, el narcotráfico, las primeras consecuencias del deterioro ambiental y, aún peor, la falta de expectativas, el desánimo y las desavenencias entre grupos y sectores”.