Sábado 24 de julio de 2010, p. 8
En un auténtico examen de conciencia Michael Jackson se confiesa ante el rabino ortodoxo Shmuley Boteach. Habla de su trauma por el transcurso de una infancia anormal, su afición a la pornografía, el miedo a las mujeres, su paso como Testigo de Jehová, el amor hacia los niños, su pasión por el escenario, etcétera. A continuación ofrecemos fragmentos que revelan sus intenciones suicidas, el constante maltrato por parte de su padre, el miedo a la vejez y su complejo por la fealdad contenidos en el libro Confesiones de Michael Jackson: las cintas del rabino Shmuley Boteach, con la autorización de Editorial Océano y Global Rhythm Press. La obra procede de 30 horas de diálogos íntimos grabadas entre agosto de 2000 y abril de 2001
Telón de fondo
La llamada del destino: una muerte prematura
Michael siempre me hablaba del poder del misterio; no era un prisionero solamente porque fuese tímido, sino también porque creía en la reclusión: tenía que mantenerse en cierta medida oculto para asegurarse el interés del público. En términos de fama, la exposición excesiva era la muerte. Así que le pregunté...
Shmuley Boteach: Entonces, ¿tú dirías que, de hecho, lo mejor que pudo pasarles a los Beatles fue que se separaran y que por eso han sido tan duraderos, porque, de repente, ¡pum!, ya no estaban y por eso nunca te podías cansar de ellos, por eso nunca perdían fuelle?
Michael Jackson: Sí, Marilyn Monroe murió joven, no se la vio vieja y fea. Vamos, que ése es el misterio de James Dean.
SB: Y la gente dice de los Beatles: «Ojalá siguieran juntos».
MJ: Sí, sí.
SB: Y uno (el fan) acaba por convertirte en parte de ese deseo. El público los mantiene ahí precisamente por lo mucho que ansía que se vuelvan a reunir.
MJ: Desde luego, si no ahora estarían pasados de punto y viejos y no interesarían a nadie.
SB: Entonces, Michael, ¿podría ésa ser una razón para que un día digas «hasta aquí» y te retires?
MJ: Bueno, sí, me gustaría desaparecer de algún modo, que llegara un momento en que me volviera invisible y dedicarme a hacer cosas para los niños, pero nada que se viera. Desaparecer es muy importante. A las personas nos van los cambios, necesitamos el cambio en nuestras vidas, por eso tenemos primavera, verano, otoño e invierno.
En ese momento empecé a preocuparme y quise saber a qué se refería cuando hablaba de «desaparecer»: una cosa es dejar el mundo del espectáculo y otra muy distinta albergar deseos de morir, así que le comenté...
SB: Ya, claro, pero tú quieres vivir muchos años, no quieres desaparecer como –Dios no lo quiera– desaparecieron todas esas estrellas, del modo como lo hizo Marilyn. No quieres morir joven, ¿verdad?
MJ: Pues... es una pregunta interesante. ¿Seguro que quieres que te la responda?
SB: Sí, seguro.
MJ: Bueno, te voy a ser sincero. Bueno... eeh... El gran sueño que me queda por cumplir –porque claro, he visto cumplirse mis sueños con la música y todo eso, y me encanta la música y el mundo del espectáculo– es un proyecto con niños, una cosa que estamos haciendo. Pero... ummm... Porque todo lo demás me da igual, de verdad, de verdad que me da igual todo, de verdad que me da igual, Shmuley. Lo que hace que siga adelante son los niños. Si no, en serio que... yo... Ya te lo he dicho en alguna ocasión, y te juro que lo digo como lo siento. Si no fuera por los niños y los bebés lo haría, tiraría la toalla. Ésa es mi más sincera respuesta... y ya lo he dicho antes; si no fuera por los niños, elegiría la muerte. Lo digo de corazón.
Y parecía que hablaba completamente en serio. Aquellos comentarios no podían ser más alarmantes: ¿de verdad acababa de decirme que elegiría la muerte? No me lo podía creer, así que le pedí que me lo aclarara.
SB: ¿Elegirías la muerte del mismo modo que Marilyn Monroe?
MJ: De algún modo. Encontraría la manera de abandonar el planeta porque la vida ya me da igual. Vivo para esos niños y esos bebés.
SB: Porque el hecho es que los ves como una parte, un reflejo de Dios en la Tierra, ¿no?
MJ: Te juro que así es.
SB: Así que para ti son lo más espiritual que existe...
Mj: Para mí no hay nada más puro y espiritual que los niños y no puedo vivir sin ellos. Si ahora me dijeras «Michael, no puedes volver a ver a un niño», me quitaría la vida. Te juro que lo haría, porque no tengo ninguna otra razón para seguir viviendo. Es así. Sinceramente.
Me sorprendió, y también me conmovió mucho lo que me decía. Tenía que conseguir que entrara en razón, así que...
SB: ¿Quieres vivir muchos años?
MJ: A ver, retiro lo de jurar porque no hay que jurar por Dios. Lo retiro. No quiero usar esa palabra. ¿Qué me preguntabas?
SB: Decías que querías desaparecer. ¿Te parece que desaparecer es importante?
MJ: No quiero vivir mucho... No me gusta, es que no, no... Creo que hacerse viejo es lo peor, lo peor que hay. Cuando el cuerpo empieza a dejar funcionar y te vas arrugando... Me parece terrible. No... es que no lo entiendo, Shmuley. Y no quiero mirarme en el espejo y encontrarme con eso. No me entra en la cabeza. De verdad que no. Y la gente dice que hacerse viejo es la experiencia más bonita que hay, y esto y lo otro. No estoy de acuerdo en absoluto.
SB: Así que quieres morir antes de que eso ocurra...
MJ: Ee... No quiero llegar a viejo. Lo que me gustaría es...
Sé que no debería haberle cortado cuando estábamos hablando de un tema tan serio, pero sus alusiones al suicidio eran de lo más inquietantes y sentí una necesidad imperiosa de alentarlo a escoger la vida, así que dije...
La apariencia física: feo en el espejo
Shmuley Boteach: Todavía te quedan muchos años de vida, ¿de verdad crees que un día te recluirás y desaparecerás para siempre?
Michael Jackson: Sí.
SB: ¿Te encerrarás en Neverland y punto?
MJ: Sí, sé que lo acabaré haciendo
SB: ¿Pero por qué? ¿Porque no quieres que la gente vea cómo envejeces?
MJ: No puedo con eso. Me gustan demasiado las cosas bellas y las cosas bellas de la naturaleza en particular, y quiero que mis mensajes lleguen a la gente, pero no quiero que me vean... como cuando vimos mi foto en Internet antes, es que se me revuelve el estómago al verla.
SB: ¿Por qué?
MJ: Porque soy como un lagarto. Es horrible. Nunca me gustó mi aspecto. La verdad es que desearía que no me pudieran hacer fotos, ser invisible para todo el mundo, y lo cierto es que me obligo a hacer las cosas que hacemos, ésa es la verdad.
Se estaba refiriendo a las conferencias que había pronunciado en público siguiendo mi consejo, como la de la Universidad de Oxford o la que dio en el Carnegie Hall de Nueva York. Y, sin embargo, era muy importante que empujara un poco a Michael para que saliese de su reclusión y se mostrara públicamente en beneficio de una causa superior.
SB: Michael, se ha escrito que tu padre solía decirte que eras feo, ¿es cierto?
MJ: Pues sí. Solía reírse de... Me acuerdo de una vez que estábamos en un avión justo a punto de despegar; yo estaba pasando por esa etapa rara de la pubertad cuando tus facciones empiezan a cambiar y el fue y me dijo: «¡Puf, menuda nariz tienes! Desde luego de mí no la has sacado». No se dio cuenta del daño que me hizo con aquel comentario. Me hizo tanto daño que quería morirme.
SB: ¿No sería un comentario hostil que en realidad iba dirigido a tu madre con eso de «desde luego de mí no la has sacado».
MJ: No sé qué estaba tratando de decir exactamente.
SB: ¿Crees que es importante decirles a los niños que son guapos?
MJ: Sí, pero sin pasarse tampoco. Se es bello por dentro. Es mejor algo así: por ejemplo, Prince se está peinando mirándose en el espejo y me dice «estoy guapo», y yo le contesto «sí, estás bien».
SB: ¿No te parece que tu padre te inculcó la creencia de que no eras guapo? Así que intentaste cambiar tu apariencia un poco y aun así sigues sin estar contento de verdad, así que, ¿no te parece que ya va siendo hora de que empieces a quererte y apreciar tu aspecto y a ti mismo y todo eso?
MJ: Ya lo sé. Ojalá fuera capaz.
Miedo al padre
Shmuley Boteach: ¿Sabes una cosa, Michael? Yo solía juzgar a mi padre con mucha dureza hasta que un día dejé de hacerlo porque advertí que él tenía que lidiar con sus propios retos, que ha tenido una vida muy difícil que comenzó en la más absoluta de las miserias, en Irán, y para un judío no es nada fácil criarse en Irán... ¡Vete a saber lo que fue su infancia en realidad! ¿Tú todavía juzgar a tu padre?
Michael Jackson: Solía hacerlo, solía enfadarme tanto con el... simplemente me iba a mi cuarto y me ponía a gritar de rabia porque no entendía cómo podía haber nadie tan vil y malintencionado como él. Recuerdo una vez que ya estaba metido en la cama, durmiendo, debía de ser alrededor de la medianoche y me había pasado todo el día grabando en el estudio, cantando sin parar, sin tiempo para la menor diversión, ni un minuto para jugar. Y entonces llegó él –ya era tarde– y me gritó desde el otro lado de la puerta: «Abre ahora mismo –yo había echado el pestillo–. Te doy cinco segundos y luego tiro la puerta abajo». Y entonces se puso a pegar patadas a la puerta hasta que la desencajó. «Por qué no has firmado el contrato?», me preguntó a gritos. Y yo le contesté, «no sé, no lo sé», a lo que él me respondió: «Pues fírmalo. Si no lo firmas te vas a enterar de lo que es bueno». Y yo pensaba «¡Dios mío!, ¿y qué hay del amor, del cariño de un padre?», así que le pregunté: «¿Lo dices en serio?». Y el me empujó y me golpeó con todas sus fuerzas. Era un hombre muy físico.
SB: ¿Empezaste a sentir que para él no eras más que una máquina de hacer dinero?
MJ: Sí, claro que sí.
SB: ¿Igual que lo que contó Macaulay Culkin?, ¿sentías que te utilizaba?
MJ: Sí, y entonces un día –odio contarlo–, un día dijo –y Dios bendiga a mi padre porque por otro lado hizo cosas maravillosas y era un genio, brillante–, pero un día nos dijo a todos los hermanos: «Si alguna vez dejáis de cantar, conmigo no contéis para nada, no quiero saber nada de vosotros a partir de ese momento». Aquello me hizo muchísimo daño. Lo normal era suponer que se daba cuenta de que teníamos corazón y sentimientos, ¿acaso no era consciente del daño que nos hacía diciendo algo así? Si yo les dijera algo parecido a Prince y a Paris me doy perfecta cuenta de que les haría daño, no se le puede decir una cosa semejante a un niño; desde luego a mí se me quedó grabado a fuego y sigue afectando a mi relación con él.
SB: ¿Así que si dejabas de actuar él dejaría de quererte?
MJ: No querría saber nada de mí a partir de ese momento. Eso fue lo que dijo.
SB: ¿Y tú madre siempre venía por detrás a arreglar las cosas, a decirte: «No le hagas caso, no lo dice en serio»?
MJ: A mi madre siempre se la oía en un segundo plano cuando él perdía los nervios y la emprendía a golpes y empujones con nosotros. Me parece estar oyéndola [Michael imita la voz de su madre]: «Joe, no, ¡los vas a matar! ¡No, Joe, no, basta, basta, te estás pasando!». Y mientras tanto él rompiendo muebles, era horrible. Siempre he dicho que si alguna vez tenía hijos nunca me comportaría así, que no les tocaría ni un pelo. La gente dice siempre que quien ha sido víctima de malos tratos luego se convierte en maltratador y no es cierto, ¡no es cierto! En mi caso es exactamente lo contrario. Yo, lo peor que llego a hacerles es mandarlos de pie al rincón durante un rato, ¡como mucho!, con eso los pongo a raya si hace falta.
SB: Creo que llevas razón. Odio oír cosas como eso de que las víctimas de abusos siempre acaban siendo abusadores, es como decir que estás condenado a ser mala persona.
MJ: ¡Es que no es verdad! Yo siempre me he dicho que nunca nunca haría lo mismo, nunca. De hecho, si oigo a alguien regañando a un hijo me pongo fatal y me echo a llorar porque me recuerda a cómo me trataron a mí cuando era niño, me derrumbo inmediatamente y me deshago en sollozos y temblores. No lo soporto. Es muy duro
(...)
Todavía le tengo miedo a mi padre. Cuando entra en una habitación, Dios es testigo de que ha habido veces en que me he desmayado por el mero hecho de su presencia. Bueno, para ser más exactos, me he desmayado una vez, y he vomitado en su presencia porque cuando entra en una habitación viene envuelto en esa aura suya... y me empieza a doler el estómago y sé que me voy a poner malo. Ha cambiado mucho, el tiempo y la edad lo han cambiado y ahora quiere estar con sus nietos y trata de ser mejor padre, es casi como si hubiera dejado en dique seco esa faceta suya para siempre, pero a mí me cuesta muchísimo aceptar que este tipo es el mismo que me crió... ¡Cómo me gustaría que hubiera aprendido la lección mucho antes!
SB: ¿Así que todavía te da miedo?
MJ: Sí, porque la cicatriz, la herida, sigue ahí.
SB: O sea, que sigues teniendo presente la imagen de cómo era antes y te cuesta mucho trabajo verlo como un hombre nuevo.
MJ: No logro verlo como un hombre nuevo. Me siento como un ángel -aterrizado y frágil- cuando lo tengo delante. Un día me dijo «¿por qué me tienes tanto miedo?», y no fui capaz de responderle; me entraron ganas de decirle: «¿Tienes la menor idea de lo que has hecho? [se le quiebra la voz] ¿Tienes la menor idea de lo que me has hecho?».
El protector de Janet
Shmuley Boteach: Déjame que te diga un cosa: has dicho que tu padre te humillaba durante los conciertos y que te hacía llorar y te sacaba del escenario a empujones delante de todas aquellas fans que te adoraban, pero... ¿para qué? ¿Para demostrar el poder que tenía sobre ti?
Michael Jackson: Pues... mmm... no. No lo hacía en el escenario. Era después de los conciertos: el camerino podía estar lleno de fans –a mi padre le encantaba que vinieran chicas al camerino–, así que estábamos allí comiendo algo o lo que fuera y la habitación estaba repleta de chicas lanzando risitas nerviosas, fans que nos adoraban, temblando de la emoción de pies a cabeza. Y si yo estaba hablando o algo así y pasaba algo que no le gustaba, me miraba de aquel modo... me miraba de un modo que me mataba de miedo, y entonces me daba un bofetón, con todas sus fuerzas, y luego me sacaba a empujones a la sala contigua, que también estaba llena de fans, con lágrimas corriéndome por las mejillas y, claro, ¿qué iba a hacer yo?
SB: ¿Cuántos años tenías? [Se oye a Prince a cierta distancia: «¡tengo tres años!» (carcajadas)].
MJ: Ummm... no debía de tener más de doce... once, más o menos.
SB: Así que esos fueron los primeros momentos de tu vida en que te sentiste humillado, verdaderamente humillado, ¿no?
MJ: No, hubo otros. Era tan duro, cruel... muy cruel... No sé por qué. Era implacable. Nos pegaba con tal violencia... ¿sabes? Me acuerdo de que nos obligaba a desnudarnos primero y nos untaba con aceite, era todo un ritual... Lo hacía para que luego, cuando nos pegara con el final del cable de la plancha, nos doliera más [Michael imita el sonido de los golpes], ¿sabes?... Y el dolor era horrible. Nos pegaba en la cara y por todo el cuerpo, por la espalda, por todo el cuerpo. Y siempre se oía a mi madre por detrás: «¡No, Joe, no, los vas a matar, los vas a matar, no!». Yo simplemente me rendía, aceptaba que no podía hacer nada para evitarlo. Eso sí, lo odiaba, lo odiaba con toda mi alma. Todos lo odiábamos. Y se lo decíamos a nuestra madre, nos lo decíamos lo unos a los otros. Me acuerdo de una cosa que nunca olvidaré: estar hablando con Janet y decir... decir.
–Janet, cierra los ojos.
–Ya, ya los tengo cerrados –me respondía ella.
–Imagínate a Joseph en un ataúd, muerto, ¿te da pena?
–No –me contestaba.