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La cultura, techo y sustento
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La autora, Elena Poniatowska; el político, diplomático y escritor Enrique González Pedrero, y Andrés Manuel López Obrador, ayer en el Zócalo capitalinoFoto María Meléndrez Parada
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n los años 70, conocí a un niño excepcional que venía de Tomatlán, Puebla: Gelasio Castillo. Lleno de curiosidad, de iniciativa, me deslumbró por su inteligencia. Era un cerebro que podía encauzarse con educación, un posible Benito Juárez, un posible Flores Magón, un posible López Velarde, pero su tía lo necesitaba para cuidar las borregas. Unos años después, pregunté por él. Murió, fue la respuesta. Lo encontraron en una zanja de un campo de manzanas. Pensé en todos los Orozcos, Riveras, Rulfos, Revueltas, asesinados en México por la miseria y la falta de oportunidades. Gelasio, en otro contexto, sería ahora referente de nuestra sociedad.

El techo y el sustento, la educación y la cultura, son las dos mitades de la manzana que no le tocó a Gelasio. En México, a la fecha, 2 millones 300 mil niños se quedan sin escuela. Desde hace un tiempo se habla de los ninis, jóvenes que ni estudian ni trabajan. El Instituto Mexicano de la Juventud dice que son unos 7 millones. Para muchos, la alternativa es ir a engrosar las filas del narcotráfico. ¡Y cuántos Gelasios huérfanos está dejando esta guerra! Tan sólo en Ciudad Juárez, hasta junio de 2010, 10 mil niños perdieron a sus padres. ¡Y cuántos hacen falta para que el gobierno comprenda que no puede dejar sin sustento a familias enteras! ¡Y cuántos migrantes asesinados en ambas fronteras para integrar un continente, nuestro continente, que aspira a la civilización y a dejar atrás la barbarie. A lo largo de los pasados cuatro años pueden contarse 24 mil 832 ejecutados, y la inseguridad es tal que se ha vuelto normal que los padres prevengan a su hijo adolescente: Si sales hoy en la noche, te van a matar. El abandono de los jóvenes por parte del gobierno es un crimen que el futuro nos cobrará muy caro.

Nada más ligado a la cultura que los sentimientos comunitarios, el amor que nos tenemos unos a otros, el amor a los niños, a los ancianos, a los animales. Educar es hacer aflorar en la mente y en el corazón lo más digno, valioso y crítico que hay en la persona. La educación es la que forja la realidad política, económica y ética de cada sociedad. La cultura es identidad y es cohesión. La identidad la dan los usos y costumbres, y en nuestro país tenemos un patrimonio extraordinario que nos enaltece y nos singulariza. Fomentarlo es hacernos un lugar sobre la tierra, un sitio privilegiado dentro de la comunidad de las naciones.

La cultura en los países europeos es instrumento de defensa nacional integrada a la vida cotidiana, la influencia más definitiva en su desarrollo humano. En América Latina, México lo tiene todo para identificarse con la palabra cultura, porque nuestro pasado indígena asombra al mundo entero y nuestra cultura independiente puede exportar bienes culturales a todos los países. Nuestra resistencia está en las personas que crean, los hombres y las mujeres de ciencia, las artesanas y los alfareros mexicanos que de la nada hacen surgir una olla de barro negro oaxaqueño, un tejido chiapaneco, un bordado huichol, una tortuga de Toledo.

La cultura lleva necesariamente a la democracia porque la creatividad hace al hombre libre y, sobre todo, más crítico. El disfrute de la cultura en todas sus manifestaciones también es instrumento no sólo de respeto por uno mismo, sino de liberación. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y otras instituciones públicas de educación superior han formado a profesionistas que nos honran. Con sus aportes, construyen el tejido social de México y fomentan la integración de los 105 millones de mexicanos que somos.

La creatividad de los mexicanos es materia prima para el engrandecimiento de nuestro país. La marcha silenciosa y el mitin del desafuero del 24 de abril de 2005 del político que ha demostrado tener más base social en México, Andrés Manuel López Obrador, fue una muestra de creatividad sin precedente, y surgió de uno de los barrios más pobres donde las escuelas de artes y y oficios, como el Faro de Oriente, han dado resultados óptimos.

Imposible hablar de democracia mientras no se incluya a los mexicanos más pobres. Imposible hablar de identidad mientras se excluya a los 10 millones de indígenas. Imposible seguir adelante sin integrar a las mujeres que hasta la fecha somos las grandes olvidadas de la historia. Allí están las 400 asesinadas de Ciudad Juárez para comprobarlo. Imposible olvidar a las minorías con opciones sexuales distintas. Así como el presidente Lázaro Cárdenas se ocupó de los de abajo, un presidente que se ocupara de las mujeres, transformaría al país.

Los que tienen que dar ejemplo de austeridad son los que están en el poder. Si los funcionarios mandaran a sus hijos a escuelas públicas éstas mejorarían junto con la educación que se imparte, si tomaran el Metro y el autobús, éstos serían más eficaces, más limpios y más seguros, si los poderosos se atendieran en las clínicas del IMSS y del ISSSTE la atención sería de primera. Subir los salarios mínimos, sería dignificante para todos. Si se elevara el nivel educativo de los mexicanos, nuestro país sería más democrático, más solidario, más tolerante y más culto, porque la educación incluye a todos: maestros, alumnos, padres de familia, sociedad y gobierno. Un pueblo educado tiene más elementos para condenar los actos de impunidad y de corrupción de sus gobernantes y no cae en la adulación o el servilismo. Una educación laica y gratuita crea ciudadanos críticos que no tienen miedo de expresarse.

Lo primero que salió de los escombros de una Varsovia destrozada por la Segunda Guerra Mundial fue una florería. Era conmovedor ver cómo por encima del desastre, entre dos muros caídos se erguía una insólita tiendita floreada. Esto es lo que queremos –parecían decir las mujeres. Queremos pan y rosas. Porque aquí no pasan cosas de mayor importancia que las rosas, escribió Carlos Pellicer. Hoy las mujeres del mundo seguimos luchando por pan y rosas. Además de pan, necesitamos belleza, cultura, arte, y en México nos resulta indispensable seguir haciendo juguetes, golosinas, palomitas de papel, piñatas para cantar: Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino.

Perder el camino es perder nuestra oportunidad de un cambio verdadero. México tiene todo para construir su identidad sobre la cultura; es decir, el disfrute de su patrimonio y el fomento de su creatividad. México, Estado cultural; México, nación de cultura; México, sociedad de conocimiento; México (como lo fue Grecia), patrimonio cultural de la humanidad. Fascinante y conmovedora ha sido nuestra resistencia. En los años que vienen, la cultura podría salvarnos al convertirse en el objetivo de todas las clases sociales, una cultura que hiciera renacer la confianza en nosotros mismos. La filosofía náhuatl nos dijo que éramos los cimientos del cielo y los antiguos mexicanos nos llamaron el Pueblo del Sol. Bajo ese sol y ese cielo se levanta nuestra esperanza.

*Discurso que leyó la escritora en la Asamblea Nacional del Movimiento por la Transformación de México a la que convocó ayer Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo capitalino