ace casi tres meses tuvo lugar la inauguración de la muestra pictórica Dark Trees, del polémico artista británico Damian Hirst, en la Galería Hilario Galguera en la colonia San Rafael.
Como ha sucedido con otros creadores, a Hirst se le cobró cierta animadversión debido a sus animales en formol, a sus desplantes y al cráneo que cubrió de joyas.
Ante la inminencia de la clausura de la exposición, a fines de esta semana me sentí movida a comentarla. Es como un homenaje velado a Francis Bacon, perpetrado mediante las vanitas barrocas en el tono de la portentosa vida de la muerte.
Las calacas asumen expresiones como las de la serie baconiana del papa Inocencio III, combinando magistralmente lo pictórico a lo dibujístico.
Salvo una excepción, la del tríptico Bad Omen, todos los fondos son negros o muy oscuros y las calaveras suelen fosforecer como huesos calcinados. Debido a los fondos negros, hay un cierto efecto didáctico
de pizarrón y tiza.
Se dice que el artista obsesionado con la muerte y la medicina, algo que bien se sabe, sufrió la pérdida de un colega que se adentró en una foresta con el propósito de quitarse la vida, lo cual consiguió después de dos días colgándose de un árbol, buen tema para desarrollar un requiem que amalgama al pintor británico nacido, al igual que el suicida, en Irlanda.
El descendiente lejano del filósofo isabelino sir Francis Bacon murió en 1991 y sus crepitosos contenidos, sumados a su destreza, provocaron en un tiempo que se le considerara entre los mejores pintores del siglo XX.
Hirst pareciera desear ese tributo y la muestra es glorificatoria de la pintura con todo y los punteados densos en forma de retícula, el control colorístico reducido a su mínima expresión sin por ello prescindir de los efectos y la tónica entre saturniana y humorística.
¿Qué hay en los cuadros, por cierto perfectamente enmarcados y vistos a través de un vidrio que extrañamente no acoge reflejos como los cristales normales? Sólo calaveras, a veces gesticulantes, otras mudas, de frente o de perfil, en cuyo caso muestran la columna vertebral, con lo que adquieren aspecto de fósiles animalescos.
Aparecen solas o en grupos de tres, acompañadas de ciertos adminículos, siempre los mismos. Un vaso de agua, o vasos vacíos, jarra de cristal, tijeras enormes que cortan los hilos de la vida, ceniceros de vidrio a veces con colillas apachurradas, la cruz sin el Cristo vista en fuga, el tenue trazo de una arquería sostenida por columnas dóricas, un cuchillo. Hay animales, el más frecuente es la iguana y en ella se depositan dosis de color vivo, preferentemente rojo. Alguna cucaracha hace también incursión.
El tríptico de la profecía maligna es una secuencia en la que un pajarraco negro explota en el alambrado derramando goterones viscosos de sangre espesa. Este es el único caso en el que el fondo no es negro, sino claro y texturado.
Hay calaveras que se ríen de sí mismas, en tanto que otras son perseguidas por sus propios fantasmas; hay alguna acuática y otra que se asume como medusa. En ciertos casos las calaveras contienen todavía restos de carcasa.
En cuanto a composición, todas están situadas en una red lineal que las encierran en un cubo o ciclorama o bien emiten directrices. Una de las piezas pareciera así simbolizar el altar sacrificial de la santa misa.
La Galería Hilario Galguera tiene filial en Leipzig y representa a Hirst desde hace varios años en México, país que el artista suele visitar, pues posee una propiedad en las costas de Guerrero.
En mancuerna con Other Criteria publicó un libro catálogo cuya introducción estuvo a cargo de Waldemar Januszczak, quien escribe que Hirst empezó a encerrarse en su estudio y a pintar, sin asistentes ni ayudantes, a la manera en que lo hacían los artistas del pasado, con óleo sobre lienzo
.
Lo único objetable de la aseveración es que la remite al pasado. No es posible ignorar que hay miles de artistas –reconocidos y famosos, o no tanto– en cualquier latitud, que han seguido y siguen haciéndolo así y el veterano Lucian Freud –alto competidor de Hirst en su calidad de artista británico con precios estratosféricos– es uno de ellos.
Los lectores de este artículo pueden quedarse con la impresión de que esta muestra es tremendista
, como otra de Hirst, ofrecida en la misma galería de esta capital. Curiosamente no lo es: salvo unas cuantas excepciones, lo que hay es un conjunto de pinturas de alto nivel que inclusive son gozosas.