a administración Obama proclama a los cuatro vientos que la economía estadunidense se recupera y que pronto regresarán los tiempos felices. La inversión aumentará, el desempleo se reducirá y las cuentas públicas nuevamente encontrarán su punto de equilibrio. Desgraciadamente, los datos no permiten confirmar estas predicciones felices. Y mientras tanto, el tiempo corre.
No está claro por qué los asesores de Barack Obama escogieron creer en las predicciones más optimistas de sus modelos macroeconómicos. En los escenarios más favorables de esos modelos la inversión y el empleo aumentarían, y el crecimiento generaría una recaudación mayor, con lo que el déficit sería eliminado en unos cuantos años. Lo cierto es que la economía estadunidense no va por ese camino. El sector privado sigue en su trayectoria de desendeudamiento. Las familias no están interesadas en pedir crédito para ir de compras. Por su parte, las empresas enfrentan un escenario de escasa demanda y una sobrecapacidad instalada, por lo que sus niveles de inversión son bajísimos. Así, el estímulo fiscal es lo único que ha permitido compensar parcialmente este colapso de la demanda agregada.
Ese paquete fiscal que Obama logró aprobar al inicio de su administración alcanzó los 700 mil millones de dólares (mmdd), monto que se antoja colosal, pero que en realidad resultó insuficiente para sacar definitivamente a la economía estadunidense de la crisis. Aún así, el estímulo fiscal permitió evitar una caída más fuerte del PIB y sirvió para recuperar un crecimiento débil. El problema es que el desempleo ha permanecido alto (en la vecindad del 10 por ciento de la población económicamente activa). Los pronósticos de crecimiento más favorables para 2011 no rebasan 2.4 por ciento, lo que es insuficiente para revertir la tendencia negativa en materia de empleo.
Hoy, en lugar de proponer un nuevo paquete de estímulo fiscal, el equipo de Obama optó por otro camino y afirma que el primer estímulo fiscal ha dado buenos resultados. Recientemente Tim Geithner, el secretario del Tesoro, ha señalado que la economía ya ha mejorado lo suficiente como para dejar que el sector privado se encargue de consolidar la recuperación. El mismo Barack Obama se manifestó en este sentido hace un par de semanas y casi le faltó poco para anunciar que ya se debe regresar a los dogmas neoliberales de austeridad y presupuesto equilibrado. Este error tendrá consecuencias políticas desastrosas.
En vez de mantener una intervención decidida en la economía estadunidense, la Casa Blanca está cambiando de rumbo y perdiendo la única oportunidad que tiene para realizar los cambios que Obama prometió en su campaña. En especial, debiera estar buscando activamente un nuevo paquete fiscal para consolidar el crecimiento y promover el cambio estructural que se necesita para resolver el grave problema del desempleo. Su mensaje debiera hablar con la verdad, señalando con claridad que aunque el primer estímulo sí funcionó, ha resultado insuficiente.
Los republicanos en el Congreso manejan una versión distinta. En su narrativa el estímulo fiscal habría fracasado, por lo no es necesario recurrir a otro paquete fiscal. De este modo los republicanos culpan directamente a Obama por la falta de buenos resultados en la lucha contra la recesión. En noviembre, cuando lleguen las elecciones y todo mundo pueda ver con claridad que las historietas sobre la recuperación carecían de fundamento, los demócratas pagarán el costo político de tener una economía con un nivel de desempleo de 10 por ciento.
Se dice que Obama teme perder su credibilidad si reconoce que se equivocó al pedir un estímulo fiscal que resultó insuficiente. Pero otra explicación es que, como muchos políticos, este hombre no acaba de entender los aspectos básicos de la política económica y le ha dejado todo a su equipo. A la cabeza está Geithner, un agente del mundo financiero que tiene clavado en su pequeño cerebro el dogma de que el déficit fiscal es dañino a la economía a mediano y largo plazos. La teoría macroeconómica dominante ve en el déficit fiscal un problema porque supuestamente conduce a un aumento en la tasa de interés y a una caída en la inversión privada. Hay que decir que esa misma teoría es la que nunca previó la crisis actual. Además, hoy el problema no es ni la inflación, ni los aumentos en la tasa de interés, que está en cero. Por supuesto, el déficit no es la solución a los problemas estructurales de la economía estadunidense, pero por el momento es evidente que la frágil recuperación es resultado directo del déficit fiscal. Sin un estímulo fiscal adicional, la recuperación económica en Estados Unidos abortará y habrá una recaída.
Faltan 86 días para las elecciones legislativas en Estados Unidos. El electorado le pasará la factura a Obama por la recaída y los republicanos recuperarán el control del Congreso. El costo de esta ominosa eventualidad lo pagaremos todos.
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