El tenor culminó su concierto con un final apoteósico: entonó tres temas de José Alfredo
Antes, el público reconoció con calidez el desempeño del cantante y la soprano Virginia Tola, quienes interpretaron arias y romanzas en la primera parte del recital, el sábado pasado
Lunes 9 de agosto de 2010, p. a12
Durango, Dgo., 8 de agosto. Un final inesperado, apoteósico, fue el que tuvo el concierto que Plácido Domingo ofreció el sábado en esta ciudad. El público se convirtió de forma espontánea en un monumental coro de 10 mil voces que siguió de principio a fin los tres temas de José Alfredo Jiménez que interpretó el tenor fuera de programa.
Habían transcurrido ya una hora y media de actuación y una veintena de piezas –entre arias de ópera y romanzas de zarzuela, así como una serie de boleros mexicanos–, cuando de manera inesperada el cantante de origen español reapareció en el escenario vestido de charro, con un elegante atuendo negro con botonadura dorada, y se arrancó con el primero de esos temas vernáculos.
Paloma querida caló hondo en el ánimo de la concurrencia, que de inmediato se conectó emocionalmente con el intérprete y lo impulsó con alaridos, silbidos y aplausos, para después acompañarlo a viva voz con ese popular tema de José Alfredo. Euforia colectiva.
Ésa fue, en adelante, la tónica que mantuvo la velada, con un tenor entregado, feliz, correspondido por la multitud que coreó las otras dos canciones más que el cantante obsequió del popular compositor guanajuatense: Ella y El rey.
Integrada en su mayoría por emperifolladas damas y trajeados caballeros, la concurrencia, ya encarrerada, hizo lo propio también con una moderna versión de Bésame mucho, de Consuelito Velásquez, y ni qué decir la Granada, de Agustín Lara, que se ha hecho ya un himno del tenor. La algarabía estaba al borde.
Así, después de poco más de dos horas, concluyó este concierto, el cual marcó el regreso de Plácido Domingo a Durango después de medio siglo de ausencia, entidad emblemática en su carrera, pues fue aquí donde debutó en el papel de Pinkerton, de la ópera Madama Butterfly, en 1961.
Ya lejos de inconvenientes
Momentos antes, había irrumpido en el escenario un mariachi con los acordes del Son de la negra, que de inmediato prendió el ambiente dentro del foro, cuyas 10 mil localidades se agotaron, a pesar de que los precios oscilaron entre 358 y 4 mil 721 pesos y, con cena incluida, hasta en 7 mil pesos.
Ya para ese entonces, nadie parecía resentir el descenso de la temperatura ni acordarse del estrepitoso aguacero que obligó a interrumpir el concierto durante 20 minutos, apenas media hora después de haber comenzado. En la atmósfera del recinto al aire libre, sólo cubierto por una gigantesca lona, la mesa estaba dispuesta para la fiesta.
De ello se habían encargado el tenor y la soprano de origen argentino Virginia Tola en la última parte del programa formal, con una serie de tres llegadores boleros: Júrame; Te quiero, dijiste, y Bésame mucho (los dos primeros de María Grever y el otro de Consuelito Velásquez), además de Estrellita, de Manuel M. Ponce.
Estos temas lograron desencadenar toda esa emoción contenida que flotaba en el ambiente. Sí, el público había reconocido de forma cortés y cálida el desempeño del tenor y la soprano con las arias y las romanzas que integraron la primera parte del concierto y un gran tramo de la segunda, pero sin lograr conectar del todo.
Sólo había podido manifestar su júbilo con dos de las tres intervenciones que tuvo a solas la orquesta. La primera con el Intermedio de Las bodas, de Luis Alonso y, la otra, con el Preludio de El tambor de granaderos, la única de la noche que dirigió el titular de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Juárez del Estado de Durango, Jorge Armando Casanova, ya que el resto del concierto estuvo bajo la batuta del músico estadunidense Eugene Kohn.
Si algo predominó en la velada fue la zarzuela, con 13 de los 20 temas programados. Entre otras se pudieron escuchar romanzas y dúos de Luisa Fernanda, El barberillo de Lavapiés, El gato montés y Las hijas de Zebedeo. Fueron sólo dos las arias que se escucharon: O, souverian, de El Cid, de Massenet, y Mi tradi, de Don Giovanni, de Mozart, temas todos en los que Domingo y Tola alternaron su interpretación, fuese como solistas o en dueto.