on inmensa autoconfianza, Luiz Inacio Lula da Silva ha expresado que la presente campaña será la más fácil para el Partido de los Trabajadores (PT). En comparación con las anteriores, el PT tiene la ventaja de poder exhibir los resultados de su gobierno sin estar limitado por un contexto crítico sobre otras administraciones. Este factor ya decidió –en gran medida– favorablemente la elección de 2006, pero ahora, tras dos periodos, parece contar aún más.
Para el favoritismo actual, cuentan también los errores de la oposición, de lo que esta campaña es una demostración cabal. Antes que nada, la derecha –que sobre todo mantiene el monopolio de los medios de comunicación como su mayor fuerza– persiste en la creencia de que representa el poder de la opinión pública, algo que cada vez es menor.
La campaña de 2005 contra el gobierno y la utilización pertinaz del monopolio mediático en el primer turno en los comicios de 2006 –donde consiguieron, con manipulaciones, pasar a segunda vuelta– les produjeron una sensación de omnipotencia desde donde hablar en nombre del país, de la opinión pública. Se quedaron con la impresión de un poder –declinante– que fueron perdiendo conforme se iba consolidando el apoyo al gobierno.
Pero las mayores equivocaciones vinieron de la mano de la asunción a fondo de valores neoliberales –suponiendo que la gente se plegaría a estas posiciones–, confundiendo sus intereses con los del país, algo típico de los medios de comunicación conservadores. Llegaron a creer que el brasileño aborrece el Estado, que lo que viene de él se percibe como negativo y, en consecuencia, lo producido por el mercado es aceptable para la población.
Criticaron todo tipo de gasto del gobierno, sin discriminar ni analizar su destino, como si al pueblo cualquier acción estatal le pareciera negativa. No diferenciaron entre si se trataba de contratar burócratas ineficientes –el cliché que tienen del funcionario público– o a profesores, enfermeras, médicos, para la atención masiva de la gente.
Las críticas del ex presidente Fernando Henrique Cardoso y del candidato opositor José Serra acerca del corporativismo
(?) del gobierno de Lula carecen de sentido para personas comunes a quienes escapa el significado del concepto, por lo que no lo consideran entre los principales problemas del país. La revista conservadora británica The Economist juzga incluso que al pueblo brasileño le simpatiza el Estado que garantiza sus derechos. Como este proceso no está incluido en el punto de vista neoliberal –el de los derechos–, la derecha resulta víctima de sus propios prejuicios y se ubica a contramano de la opinión del elector.
Consideran, asimismo, que la participación de los sindicatos y los partidos es tenida como negativa por el pueblo, y afirman que todo sustento ideológico desvirtúa las finalidades del Estado. Son incapaces de comprender que la gente prefiere un gobierno afín a los sindicatos –que representan las reivindicaciones de un gran número de personas– a uno como el de Cardoso, que criminalizó a los gremios y les negó sus derechos.
A escala internacional, la derecha arrastra la concepción tradicional sobre relaciones privilegiadas
(subordinadas) con Estados Unidos y Europa. Se imaginan que la dinámica económica externa a seguir es por esas rutas y propugnan privilegiar dichas relaciones. La situación presente ha demostrado exactamente lo contrario: los países capitalistas centrales no salen de la crisis, mientras que aquellos que optaron por la integración regional lo hicieron al lado del conjunto de naciones del sur.
La derecha cree en las mentiras que propaga. Por ejemplo, que existe un empate técnico y que los candidatos inician el calendario electoral en Brasil en situación de equilibrio. La derecha es víctima de su propio veneno.
El error más significativo, sin embargo –por el que paga un alto precio–, fue el del gobierno de Cardoso, cuando consideró que la simple estabilidad monetaria le podía ganar apoyo popular para perpetuar en el poder el proyecto del bloque de tucanes y demistas
(alianza de su partido, el Movimiento Brasileño Democrático, con el de los Demócratas Brasileños). Su régimen sacrificó las políticas sociales, el desarrollo económico, la soberanía nacional, el papel activo del Estado, la regulación económica, los derechos generales de la población, en función del ajuste fiscal y la hegemonía del capital financiero. Cardoso eligió como tema central de conducción la estabilidad monetaria, con la inflación golpeando los salarios y el ajuste fiscal como remedio para todos los males. Lula escogió atacar la injusticia social y le aplicó crecimiento y distribución del ingreso como antídotos. Quedó claro quién tenía razón y quién ganó: los méritos para la izquierda y los errores para la derecha.
Traducción: Ruben Montedónico