l pasado 16 de julio se cumplieron 65 años de la primera detonación de un artefacto nuclear. Fue un ensayo que llevaron a cabo los científicos que se habían incorporado al proyecto Manhattan del gobierno de Estados Unidos. Tuvo lugar en Alamogordo en el estado de Nuevo México, en un desierto atinadamente llamado Jornada del Muerto. Ahí empezó la era nuclear.
Esa prueba fue un éxito y poco después el presidente Harry S. Truman dio la orden de utilizar esta nueva arma en contra de Japón. Las condiciones meteorológicas determinaron el blanco y el día 6 de agosto de 1945 Hiroshima fue víctima del primer ataque nuclear, y Nagasaki del segundo, tres días después.
Ese ensayo en Nuevo México y los ataques a Japón fueron la culminación de una larga competencia científica y el inicio de otra larga competencia militar. Ciencia y militarismo son los dos aspectos que han definido la era nuclear.
El capítulo científico se remonta al siglo XIX. Se trata de una competencia entre científicos, hombres y mujeres, que se desarrolló en universidades europeas, principalmente en Alemania.
Cabe recordar que el director científico del proyecto Manhattan, J. Robert Oppenheimer, estudió química en Harvard pero para continuar sus estudios en física experimental tuvo que matricularse en la Universidad de Cambridge, donde trabajó en el laboratorio Cavendish, dirigido por Ernest Rutherford. Luego quiso estudiar física teórica y se trasladó a la Universidad de Göttingen, y a los 22 años obtuvo un doctorado bajo la supervisión de Max Born.
Uno de los asistentes de Born en esos años fue Werner Heisenberg, quien pronto se fue a trabajar con Niels Bohr en Copenhague y ahí conoció a muchos físicos teóricos, incluyendo a Albert Einstein. Dos décadas más tarde Heisenberg dirigiría (sin éxito) los esfuerzos alemanes para construir una bomba atómica.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Oppenheimer se incorporó al departamento de física teórica de la Universidad de Princeton, donde fue colega de Einstein. Princeton se convirtió entonces en un nuevo Göttingen.
El capítulo militar de la era nuclear se inició durante la Segunda Guerra Mundial cuando Hitler ordenó la construcción de una bomba atómica. Los aliados respondieron con su propio proyecto, primero en Inglaterra y luego en Los Álamos, Nuevo México.
La curiosidad científica influyó mucho en el desarrollo militar del átomo. Junto con Enrico Fermi, Oppenheimer fue el padre de la bomba atómica. Desde el inicio del proyecto Manhattan se quiso conocer la diferencia entre los efectos que tendría una bomba construida con plutonio y otra basada en uranio enriquecido. De ahí la planta para enriquecer uranio en Oak Ridge, Tennessee, y otra para producir plutonio en Hanford, estado de Washington.
De ahí también que las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki hayan constituido un experimento científico más en la cadena de conocimientos que se empezaron a perfeccionar en Göttingen. El ensayo del 16 de julio de 1945 fue llamado Trinity y se utilizó un artefacto fabricado con plutonio y conocido como el Gadget. La perversidad de la nomenclatura habría de continuar cuando los científicos bautizaron las bombas destinadas a utilizarse en Japón: Little Boy, de uranio enriquecido para Hiroshima y Fat Man, de plutonio para Nagasaki.
Llevamos seis décadas y media lidiando con la problemática nuclear. Las potencias nucleares se multiplicaron y se han realizado más de 2 mil ensayos, primero en la atmósfera y luego subterráneos. La posibilidad de poner fin a una carrera de armamentos nucleares se esfumó cuando Estados Unidos se rehusó a perder su monopolio nuclear. Desde 1946 Washington insistió en tener un sistema internacional para controlar el átomo antes de desarmarse. En 1949 la Unión Soviética empezó a construir su propio arsenal y le siguieron Reino Unido, Francia, China, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte.
A instancias de Estados Unidos se creó en 1957 el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), cuya doble función es promover el uso pacífico de esa energía y controlar que no se desvíe hacia fines militares. Pero Washington y sus aliados han preferido implantar su propio sistema de verificación y han menospreciado los esfuerzos del OIEA y de la ONU. He ahí el caso de Irak y la actual política hacia Irán.
El uso con fines pacíficos de los conocimientos en el campo nuclear sigue siendo importante. Sus aplicaciones prácticas son muchas. Basten tres ejemplos. La medicina radiológica ha desarrollado técnicas para detectar y tratar tumores cancerosos. La radioterapia sigue siendo una técnica importante en el tratamiento del cáncer.
Un segundo ejemplo lo tenemos en la agricultura. Hace una década que la polilla del nopal amenaza a México. Tanto el OIEA como la FAO han venido colaborando con nuestros científicos para prevenir esta plaga invasora con medidas como la técnica del insecto estéril.
Por último, la construcción de plantas nucleares para la generación de energía eléctrica es quizás el ejemplo más conocido y a la vez controvertido. Algunos países como Francia han confiado en estas plantas. Otros, como Suecia, siguieron por ese camino hasta que los accidentes de Three Mile Island, en Estados Unidos, y Chernobil, en Ucrania, los obligaron a abandonarlo. Hoy las cosas han cambiado y hay un renovado interés en la energía nuclear.
El pasado 6 de agosto se llevó a cabo la ceremonia anual para conmemorar a las víctimas del estallido nuclear en Hiroshima. Tres días después hubo otra ceremonia en Nagasaki. Como siempre estuvieron presentes los hibakusha, los sobrevivientes de los ataques atómicos en esas ciudades. Este año hubo un cambio importante, ya que por primera vez participó un representante oficial de Estados Unidos. Es parte del mensaje que el presidente Barack Obama ha venido pregonando acerca de un mundo libre de armas nucleares.
Desafortunadamente, ese mensaje se ha visto empañado por los intentos del presidente Obama de aumentar mucho el presupuesto para seguir manteniendo y desarrollando el arsenal nuclear de Estados Unidos.