urante muchos años se pensó que la oxitocina, hormona producida en una región del cerebro conocida como hipotálamo, tenía efectos sólo sobre las funciones del cuerpo femenino. Cuando yo la estudié, hace ya muchos años, en los cursos de fisiología y ginecología, se sabía que actuaba provocando las contracciones uterinas, por lo que aún hoy se le emplea para inducir el trabajo de parto. También se sabía que tenía un efecto muy importante sobre la lactancia. En ese entonces, la atención se centraba en sus funciones en las mujeres, en particular sobre los procesos reproductivos. Pero hoy se sabe mucho más acerca de esta sustancia, y empiezan a ganar terreno los estudios sobre sus influencias en los hombres.
En efecto, la oxitocina, como otras hormonas que se consideraban antes como femeninas, se encuentran presentes en los dos sexos. Hace unos días apareció un trabajo fascinante, en el que Llanit Gordon y sus colegas de la universidad Bar-Llant, en Israel, muestran que esta sustancia puede desempeñar un papel importante, no solamente en la maternidad, sino también en los hombres, específicamente sobre la paternidad.
Antes de proseguir, debo aclarar que desde la última década del siglo pasado, diversos estudios han documentado los importantes efectos de esta hormona en aspectos como el manejo del estrés en mujeres y hombres. También sobre algunas conductas sociales, por ejemplo, el sentimiento de confianza, lo que ha llevado a autores como Kosfeld, a plantear en 2005 en la revista Nature –de forma muy bien documentada pero algo tendenciosa–, que la oxitocina puede desempeñar un papel prosocial al incrementar la confianza en las relaciones entre humanos.
Kosfeld afirma que la confianza es indispensable para la amistad, el amor y el funcionamiento de las organizaciones, y desempeña un papel clave en la economía y la política… Esto me recuerda el excelente libro de Francis Fukuyama, Nuestro futuro poshumano, en el que muestra cómo muchos de los adelantos de la ciencia y la tecnología, en especial en el campo de las neurociencias, pueden ser empleados potencialmente para el control social, por medio de la manipulación farmacológica de la conducta humana.
Desde un punto de vista químico, la oxitocina es una molécula pequeña, formada apenas por nueve aminoácidos (unidades básicas de las proteínas). Se forma en varios grupos de neuronas en el cerebro, y es transportada a la glándula hipófisis, desde donde es secretada y transportada por medio de la sangre a sitios distantes en el organismo, lo que explica su papel en la reproducción y la lactancia. Pero también, una amplia variedad de regiones cerebrales cuentan con sitios que reconocen a esta sustancia (llamados receptores a oxitocina), por lo que también ejerce influencia sobre las propias funciones cerebrales, lo que puede explicar sus efectos sobre la conducta.
Los primeros datos se obtuvieron por estudios realizados en animales. El reconocimiento entre individuos, por ejemplo en roedores, es esencial en las asociaciones sexuales y en la conducta de protección de las hembras y los machos con sus crías, así como en las conductas de agresión materna o paterna ante amenazas externas. Esto implica la formación de una memoria social, que es la base de las relaciones filiales y la vinculación, lo que resulta indispensable para la supervivencia de los grupos sociales en esas especies. Diversos autores han señalado que estas conductas están mediadas por la oxitocina.
Pero si bien estos efectos se habían descrito en otras especies, la relación entre la oxitocina y el parentesco en los humanos permaneció por mucho tiempo en la oscuridad. El trabajo de Llanit Gordon y sus colaboradores, publicado el 15 de agosto en la revista Biological Psychiatry, aporta pruebas de esa relación, y es particularmente ilustrativo, en mi opinión, del papel de los hombres en los cuidados paternales.
El estudio se realizó simultáneamente en padres y madres con un hijo recién nacido a los que se determinó la presencia de la molécula en la sangre y saliva. La hormona se incrementa en las mujeres durante los primeros seis meses (que es el periodo que cubre la indagación), pero lo mismo ocurre en los hombres y, de manera interesante, no se observan diferencias en las cantidades de esta sustancia entre ellos. Los niveles de oxitocina en los padres se correlacionan con el grado de contacto físico con el hijo o hija.
Trabajos como el citado dan las primeras pistas para entender lo que algunos consideran las bases biológicas del parentesco
, y muestran adicionalmente que una hormona considerada durante mucho tiempo como femenina
tiene efectos orgánicos y conductuales también en los hombres.