Cultura
Ver día anteriorJueves 2 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

Durante muchos años no fue tomado en cuenta, y su obra fue calificada como arte naif

Henri Rousseau, el padre espiritual de los surrealistas, a 100 años de su fallecimiento

Su determinación abrió las puertas a los vanguardistas contra el academicismo del siglo XIX

Foto
Los libros del colegio, el Museo de Ciencias Naturales de París y el invernadero del Jardín Botánico le sirvieron al artista como fuente de inspiración para sus paradisiacas imágenes de la selva. En la fotografía, El sueño (1910), una de sus últimas obras
 
Periódico La Jornada
Jueves 2 de septiembre de 2010, p. 6

París, 1º de septiembre. Durante mucho tiempo Henri Rousseau no fue tomado en serio. Las formas anatómicas de sus personas y animales no resultaban coherentes, como tampoco sucedía en ocasiones con la perspectiva. La relación de proporciones entre sus imágenes zoológicas o humanas parecía un tanto estrambótica y a veces algún brazo semejaba estar torcido.

Es cierto que Rousseau intentó emular a los grandes maestros del Louvre, pero fue en vano. Era un autodidacta, y su obra, arte naif, como los expertos califican las coloridas pinturas de los aficionados. Pero el artista que falleció hace justo 100 años, el 2 de septiembre de 1910, a causa de una septicemia, era todo menos naif en lo que a inocencia se refiere. Y es que el pintor apodado El Aduanero, por su oficio burgués, fue un admirado vanguardista y precursor del surrealismo.

Rousseau estaba convencido de que sería pintor, aunque no le fue fácil. Procedía de una familia de clase trabajadora de Laval, en el norte de Francia. Su padre era fontanero y la modesta situación en casa le obligó a financiarse por sí mismo su sueño de convertirse en artista. Así, trabajó con un abogado antes de conseguir un puesto en las aduanas, de ahí viene su apodo, Henri Rousseau Le douanier.

Su obra contradice todas las convenciones académicas y se adelantó a su tiempo. Con obstinación, desarrolló un estilo que lo convirtió en pintor de lo raro, de lo diferente. Sus pinturas son representaciones poéticas y despreocupadas de sueños personales. Los surrealistas vieron sobre todo en sus famosos cuadros selváticos imágenes del inconsciente, e hicieron de Rousseau su padre espiritual.

Sus construcciones planas, su manera de representar a hombres, animales y plantas como si formaran parte de un decorado de teatro allanaron el camino al concepto estético de los surrealistas. Y éstos también hicieron de Rousseau su precursor, porque su inalterable determinación abrió las puertas a los vanguardistas contra el academicismo del siglo XIX.

El escritor surrealista francés André Breton opinaba que a partir de Rousseau se podía hablar de realismo mágico. Y Guillaume Apollinaire, que en 1917 acuñó el término de surrealismo, lo calificó de Uccello de nuestro siglo. Paolo Uccello fue un conocido pintor renacentista que, debido a su estilo poco convencional, fue apodado por sus contemporáneos como El loco Paolo.

Rousseau apenas pudo viajar. Los libros del colegio, el Museo de Ciencias Naturales de París y el invernadero del Jardín Botánico le sirvieron como fuente de inspiración para sus paradisiacas imágenes de la selva. Esa jungla, que él halló en París, era un lugar lleno de peligros, pero también de paz, donde los leones atacaban a antílopes y los monos jugaban a la pelota y pescaban.

Lo sorprendente de Rousseau no es sólo que creyera obstinadamente en su sueño de ser pintor, sino que fuera inmune a la influencia de los vanguardistas que lo rodearon. Pablo Picasso, quien también lo admiró, le dijo en una ocasión: En términos generales, usted se dedica al estilo egipcio, mientras que yo me inclino hacia la modernidad.