e noche, a escondidas, como delincuentes Chedraui volvió al lugar del crimen a continuar la destrucción.
A escondidas, en lo oscurito, sin enterar siquiera al cabildo de Oaxaca, las autoridades municipales otorgaron a la empresa certificado de impunidad y premiaron su delito con los permisos para llevarlo a término.
El 8 de julio de 2008, violando abiertamente las ordenanzas municipales y la ley, Chedraui destruyó un magnífico bosque urbano: 185 árboles, algunos de 100 y 200 años, fueron cortados esa madrugada; ardillas y otros animales fueron liquidados a palos. Una breve imagen del desastre puede verse en Youtube: nota ecocidio.
Ante la indignación ciudadana y la presión pública, el presidente municipal canceló el permiso condicionado que se había otorgado e impuso una multa de 10 millones de pesos, así como la obligación de reparar el daño ecológico mediante la siembra de árboles. Manifestó que intentaba un castigo ejemplar, para que ninguna otra empresa se atreviese a hacer algo semejante. Se comprometió a negar el permiso durante la actual administración, que termina a finales del presente año.
Mientras los ciudadanos, confiados ingenuamente en este compromiso público, preparaban planes para que la siguiente administración crease en el predio un espacio verde de convivencia y aprendizaje, el municipio no pudo, no supo o no quiso defender los intereses sociales. Cuando la empresa ganó un amparo contra la multa, las autoridades renunciaron a sus facultades y opciones legales, la redujeron a un monto insignificante, condonaron la reparación del delito ecológico y otorgaron a la empresa permiso para seguir cortando árboles, llevarse la riquísima tierra de humus centenario e instalar su tienda... en una zona residencial saturada ya de comercios.
En Oaxaca existe una tradición siniestra: los funcionarios gozan de impunidad por sus tropelías. El principio se extiende a las empresas. Lo ejemplar no fue el castigo sino el modelo: hace unos días otra empresa privada cortó olivos negros en peligro de extinción, de más de 100 años, en el centro de Juchitán.
La morosidad burocrática de las autoridades ante el recurso de revocación de los permisos presentado por los ciudadanos contrasta con su celeridad para atender intereses privados.
Los actuales reclamos ciudadanos estimularon una página de propaganda de Chedraui, en la cual muestra inaudita desfachatez, notable ignorancia de la realidad oaxaqueña y del significado de las palabras democracia
y ecología
y clara alianza con las autoridades, a las que felicita por su desempeño transparente e institucional
. A semejanza de quienes hacen obscena su fealdad al cubrirla de cosméticos, Chedraui intenta esconder el crimen tapando con arquitectura verde
su destrozo. Presume de los empleos y subempleos que creará, sin mencionar el número mucho mayor de los que destruirá. Se dispara así a su propio pie. Quizá podrá silenciar a algunos medios que viven de esas planas pagadas, pero ¿quién podrá todavía creer en su propaganda comercial? Su comportamiento niega brutalmente sus lemas. ¿Quién le compraría un auto usado a un ladrón? ¿Quién le confiaría sus hijos a Ulises Ruiz?
En todo caso, estos hechos tienen lugar en una sociedad alerta y decidida, que no está dispuesta a seguir tolerando semejantes atropellos. De la misma manera que el 4 de julio usó las urnas para deshacerse de la mafia política con la que ahora se alía Chedraui, sabrá impedir el desaguisado actual. La tienda no se instalará en el predio. Los ciudadanos no permitirán que se profundice el daño y sea sepultada en cemento y chatarra su esperanza democrática de contar con este espacio natural privilegiado para la convivencia.
Grupos conscientes y bien organizados están utilizando todos los recursos legales e institucionales que aún están abiertos. Algunos se muestran decididos a pasar a la acción directa, si las autoridades siguen haciéndose cómplices de este atropello irresponsable e insensato y quieren esconder, tras una actitud gentil y paciente, incompetencia, ignorancia, deshonestidad…o las tres cosas juntas, lo mismo que una grave carencia de dignidad.
Antonio Chedraui tendrá que reconsiderar la decisión caprichosa de instalar otra tienda de su cadena en el predio que tiene rentado. Adriana Sarmiento, la dueña del predio, padecerá la ignominia de atestiguar cómo los ciudadanos protegerán y regenerarán, contra ella, el sueño que forjó su padre con sabiduría y cariño. Ni las autoridades de Oaxaca ni los administradores de Chedraui parecen haberse dado cuenta de la realidad oaxaqueña actual: ya no pueden seguir engañando y corrompiendo a los ciudadanos y destruyendo la ciudad, aunque puedan conseguir algunos cómplices para lo que intentan. Los funcionarios necesitan votos; acaban de perderlos. Chedraui necesita clientes: los perderá. Y no sólo en Oaxaca. El atropello resonará en el país entero.