a muestra más clara del desinterés del gobierno por el país está cada año en su iniciativa de ley de ingresos y el proyecto de presupuesto de egresos de la Federación. Este año no es una excepción. El paquete económico del 2011 del gobierno muestra que no existe el menor afán de comenzar a reparar el desastre en el que se encuentra hundido el país.
Es un paquete de política económica que simplemente mantiene al enfermo en modo de supervivencia y su principal estrategia sigue siendo la de rezar para que se componga la economía de Estados Unidos. El análisis que se hace de la crisis en ese país es superficial y las conclusiones son engañosas al insistir en el regreso a la normalidad
en el corto plazo. El gobierno pretende ocultar lo que todos saben: a la Gran Recesión estadunidense seguirá un largo periodo de estancamiento.
Lo esencial es lo que quiere ignorar el gobierno: es tiempo de reconstruir y no de simplemente sobrellevar la coyuntura nadando de muertito. Y la reconstrucción pasa por transformaciones en los componentes medulares de la estrategia económica mexicana.
La economía mexicana está sometida al capital financiero en todas sus modalidades. Eso permite financiar el déficit externo y mantener en los estratos de altos ingresos y hasta en las clases medias la ilusión de un estándar de vida alto y un patrón de consumo similar al de los países ricos. Para lograr esto se abrió la cuenta de capitales y se sometió la política monetaria a las necesidades del capital financiero. En una época en la que la rentabilidad en los países ricos era (y continúa) baja, México ofrendó su espacio económico a los flujos de capital.
Pero los flujos de capital tienen efectos desestabilizadores y mantienen apreciado el tipo de cambio. De este modo contribuyen al deterioro de la balanza comercial y desmantelan sectores enteros de la economía real (sean o no competitivos en el mercado mundial). Estos flujos de capital explican una buenas parte de las altas reservas que mantiene el Banco de México e imponen una seria rigidez en la paridad porque hay que dar garantías cambiarias implícitas a los inversionistas extranjeros.
La segunda faceta de la deteriorada vía mexicana está en la liberalización comercial, los amarres que impone el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y su extraordinaria concentración del intercambio comercial con Estados Unidos. La apertura comercial se justificó con la idea de que México tendría un motor de crecimiento en las exportaciones. Los arquitectos de esta apertura comercial desconocían el funcionamiento de las grandes empresas multinacionales que hoy controlan más de 68 por ciento del comercio mundial e ignoraban todo sobre la evolución de la economía mundial. En especial, ignoraban lo que estaba pasando en los tigres asiáticos y en China. Se habían tragado enterita la píldora del Banco Mundial que en aquéllos años insistía que Corea era ejemplo de éxito ¡del modelo neoliberal!
Lo cierto es que la segmentación de procesos productivos y el modelo de las maquiladoras, por definición, llevaron a un sector exportador desconectado del resto de la economía. Nunca hubo tal motor de crecimiento. De hecho, debido al déficit crónico en la balanza comercial el sector externo hace una contribución negativa al crecimiento del PIB.
La tercera cara del modelo mexicano es la desarticulación entre política macroeconómica y políticas sectoriales. En la medida en que el rumbo de la estrategia de desarrollo se dejó a los mercados y se aniquiló la capacidad del gobierno para marcar orientaciones, las políticas sectoriales se abandonaron. La política macroeconómica dejó de asignar recursos que podían ayudar al cambio estructural implícito en cualquier estrategia de desarrollo y se convirtió en el garante de la rentabilidad del capital financiero.
El gobierno federal ha aplicado este modelo sin chistar desde 1989. La crisis de 1995 puso al descubierto la naturaleza del esquema neoliberal mexicano. El rescate bancario a través del colosal fraude intergeneracional en el Fobaproa sigue hoy marcando el rumbo de la política macroeconómica. Poco importa que aumente la pobreza, se acabe de desintegrar lo poco que queda de la industria y que el campo siga siendo un desastre. La prioridad es la rentabilidad para los flujos de capital. Esto es lo que hay que entender: todos los mexicanos trabajamos, día y noche, para que este objetivo se realice.
Mientras una buena parte del país se encuentra sumergida por las inundaciones, otra se encuentra ahogada en sangre y fuego. Parecería que ese es el destino de México, vivir siempre jaloneado por elementos descomunales, sin poder asentarse un minuto para construir un destino más suave. Edificar ese futuro pasa por el rescate del país y su economía. Eso es algo que el gobierno no parece estar dispuesto a llevar a cabo. Algún día, el pueblo de México dará por terminada la espera y comenzará la reconstrucción.
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