esde hace unos años se ha levantado una polémica donde se entrecruzan diferentes debates. Las discusiones reflejan las preocupaciones sobre el futuro que nos espera y los retos de un mundo que se resquebraja a marchas forzadas. Conservadores, neoliberales, socialdemócratas e izquierda construyen estrategias tendentes a corroborar o a negar alternativas sobre la profundidad de la crisis capitalista, las luchas anticapitalistas, las perspectivas de la democracia y la viabilidad del socialismo.
Para no errar en el análisis debemos partir de un marco contextual. Nos encontramos inmersos en el dominio del modo de producción capitalista. Poco se resiste a su lógica. Un ejemplo nos lo da el cuerpo humano. Ojos, riñones, hígados o huesos adquieren un valor de cambio. Las clases populares, explotadas y dominadas, aportan sus órganos para enfrentar el hambre; de esta forma pueden pagar sus deudas y comer durante algún tiempo, mientras la burguesía alarga su vida gracias a estos donantes
de necesidad. Llegados a este punto, los límites éticos los engulle el mercado.
Sin embargo, desde hace un tiempo acceder a un banco privado de retinas, plasma, sangre o riñones se interpreta como un avance civilizatorio. Nada puede resistirse al tren del progreso, y si existen efectos no deseados será la propia revolución científico-técnica la que cree los antídotos, revirtiendo y reparando el daño infringido. Ni el calentamiento del planeta ni la pérdida de biodiversidad son un obstáculo.
Si el imperialismo y el mercado imponen su lógica sin contrapesos se profundizarán las guerras para apropiarse de los recursos naturales, imperando la ley del más fuerte y emergiendo gobiernos totalitarios y depredadores. Estamos ante una disyuntiva: o se cambia de rumbo o asistiremos a una catástrofe de proporciones planetarias.
Puestos en esta situación, la lucha teórica se ubica en el primer plano de la batalla política dentro del capitalismo del siglo XXI. Ya no es posible, si alguna vez lo fue, reflexionar sobre el cambio social democrático al margen de los procesos de liberación, las tecnociencias y las nuevas formas de actuar y del pensar. Ejemplos de luchas democráticas, de liberación nacional y anticapitalista, la hayamos en el Sumak Kawsay o el buen vivir desarrollados en la nueva Constitución de Ecuador, en el Estado plurinacional y la ciudadanía plena reconocidos en la Carta Magna boliviana, pero también lo encontramos en los municipios autónomos de rebeldía zapatista; sin olvidarnos de los aportes provenientes de la revolución cubana y las propuestas como la Alba o el Banco del Sur, lanzadas por la República Bolivariana de Venezuela.
En esta lucha por salvar y dotar de rostro humano al capitalismo se enquista la mentalidad progresista social-conformista. Sus analistas proceden de la intelectualidad autodenominada progresistas de izquierda. Desentrañar equívocos y desmantelar la mentalidad progresista nos obliga a realizar una inmersión en sus postulados. Bajo el sincretismo teórico hacen uso de cualquier filosofía o tópico, si ello les da beneficios. Falsean la naturaleza de instituciones. Para los progresistas, un banco bien podría ser una entidad caritativa si se le dota de un organigrama solidario. Sus mentes pensantes, construyen un mundo dual, en el cual polarizan el mundo y cuyo resultado consiste en enfrentar las fuerzas progresistas versus la derecha cavernícola. De la noche a la mañana y por arte de magia, debemos entender que ser progresista consiste en ponerse al lado de los desamparados, los dominados, explotados y excluidos, y cubrir con un manto de sensibilidad social sus políticas públicas. De esta manera tan laxa, todos aquellos que posean esta sensibilidad social, pueden considerarse progresistas y soldados en la lucha contra la derecha oscurantista y neoliberal.
Si aceptamos esta definición de progresistas, los ejemplos de hombres y mujeres pertenecientes a esta clase son muchos. Podemos empezar con el todo poderoso Billy Gates. En su haber apuntamos su decisión de donar la mitad de su fortuna a obras sociales. En segundo lugar situaríamos a la mismísima reina de Gran Bretaña: ella financia de su bolsillo a jóvenes de escasos recursos para concluir sus tesis doctorales. El siguiente progresista sería George Soros, empresario filántropo, mecenas del arte y la cultura. Tampoco puede faltar a la cita de los progresistas empresarios como Carlos Slim, preocupado por el buen hacer de las políticas sociales de los gobiernos, con alto grado de sensibilidad social, ni de banqueros responsables. Ellos son la personificación del altruismo, invierten beneficios en obra social. Financian universidades públicas, se comprometen en la defensa del medio ambiente y emprenden campañas por la integración de los disminuidos síquicos y físicos al mercado de trabajo. En fin, para concluir la lista, podríamos afirmar que cualquier partidario de luchar contra el efecto invernadero o salvar al lince ibérico es progresista por definición. Así, Brigitte Bardott puede ser considerada un estandarte del progresismo cuando rechaza el asesinato de focas para el comercio de pieles y, a la par, conservadora cuando se une al Frente Nacional ultraderechista de Le Pen. En esta circunstancia esquizofrénica me asaltan dudas: ¿Puedo aliarme con Briggite Bardott en su lucha contra la matanza de las indefensas focas y abstraer su ideológica neofascista? El desconcierto aumenta al leer a Bardott: Hemos perdido el derecho a escandalizarnos cuando los clandestinos y pordioseros profanan nuestras iglesias y las transforman en pocilgas humanas, cagando detrás del altar o haciendo pis en las columnas, expandiendo sus olores nauseabundos bajo las bóvedas sagradas
. Tal vez necesite un respiro y ver el lado positivo: Brigitte Bardott ha sido una sex-simbol, no importa que sea racista y xenófoba, a fin de cuenta tiene un corazón progresista cuando se trata de focas. Por consiguiente, tomaré su mano y la investiré de progresismo amparándome en el dicho popular: no importa de qué color sea el gato, blanco o negro, lo importante es que cace ratones
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1. Véase su libro Un grito en el silencio, Editorial Le Roche, 2003. Un tribunal de París la condenó a pagar 5 mil euros por las declaraciones xenófobas y racistas contenidos en el texto, y a la editorial otros 5 mil euros por publicarlos.