Opinión
Ver día anteriorSábado 18 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Pianomanía!
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in la generosa advertencia de algunos amigos cinéfilos y melómanos, pude haber pensado que un filme documental sobre las peripecias cotidianas de un afinador de pianos no pasaría de ser un aburrido ejercicio descriptivo sólo apto para especialistas. Y mi error pudo haber sido mayúsculo.

En realidad, Pianomanía: en busca del sonido perfecto (Lilian Franck, Robert Cibis, 2009) es una película fascinante, no sólo porque es muy buen cine, sino porque logra convertir un asunto aparentemente tedioso en un fascinante recorrido por un ámbito muy particular del mundo musical.

Stefan Knüpfer es un experto austriaco afinador de pianos, asociado con la prestigiosa empresa Steinway, y se dedica a poner a punto diversos instrumentos como parte de la preparación de recitales, conciertos y grabaciones de famosos pianistas. A partir de esta sencilla premisa, el espectador potencial podría pensar que no hay mucha tela de dónde cortar, en el entendido de que los legos en la materia no sabemos mucho más allá del hecho de que un afinador ajusta las clavijas que tensan las cuerdas de un piano para hacer que produzcan una nota perfectamente afinada, de frecuencia impecablemente correcta, y nada más.

Sin embargo, desde sus primeras imágenes (y sonidos), Pianomanía muestra al asombrado espectador un oficio lleno de variantes, retos improbables y soluciones que van desde una sencillez casi minimalista hasta una complejidad insondable. Durante seis meses, las cámaras de Franck y Cibis siguieron al infatigable Stefan Knüpfer en su cotidiana labor de afinar y ajustar pianos, y decantaron el abundante material en un soberbio documental de hora y media de duración que resulta una delicia para cualquier melómano.

El filme de Franck y Cibis propone dos temas principales que, a la manera de un tradicional allegro de sonata, van interactuando entre sí y se van trenzando en una fascinante narrativa dialéctica.

El primero de ellos es la descripción de las numerosas y en ocasiones inverosímiles operaciones técnicas que debe ejecutar (a veces inventándolas él mismo) el hábil e incansable Stefan Knüpfer para solucionar los problemas de afinación y sonido que presenta un piano en determinado momento de su vida útil. En este ámbito de Pianomanía, el espectador conoce, boquiabierto, la cantidad asombrosa de intervenciones que un afinador puede realizar sobre los mecanismos de un piano, y el nivel impensado de sutilezas que pueden intervenir en estos procesos.

El segundo tema, aún más fascinante, es el de la relación (tan maniática como el título del filme lo indica) que guardan los pianistas con sus instrumentos y, por extensión, con el estoico y esforzado afinador. Escuchar de viva voz de estos grandes pianistas las exigencias y necesidades (reales o ficticias) que plantean al piano del momento y al técnico encargado de su mantenimiento y ajuste, es una fascinante lección de musicalidad, conocimiento de causa, visión artística y, claro, manías sin fin.

De ahí surge la fascinación de observar la interacción de Knüpfer con pianistas como Till Fellner, Alfred Brendel y Lang Lang. Pero la columna vertebral de Pianomanía es la relación entre el afinador de pianos y el formidable pianista francés Pierre-Laurent Aimard quien, embarcado en el proyecto de grabar El arte de la fuga, de Johann Sebastian Bach, pide a Knüpfer que el piano suene, alternativamente, como un clavicordio, un órgano o un clavecín. Observar a Aimard justificar sus exigencias y a Knüpfer aplicando todos sus recursos para cumplirlas es la delicia fundamental del filme. Y lo es por partida doble porque Stefan Knüpfer, el experto afinador, aborda estas y muchas otras complicaciones de su trabajo con una concentración ejemplar, combinada con una admirable paciencia y un envidiable sentido del humor.

Por si todo ello fuera poco, el espectador asiste a varias divertidas escenas en las que se cumple cabalmente la versión musical del tormento de Sísifo: Suban el piano, bajen el piano. Una pianomanía altamente recomendable cuyo disfrute hubiera sido cabal a no ser por una infame proyección en la Cineteca Nacional, con media pantalla fuera de foco y groseras variaciones de frecuencia en el sonido.