25 años sin Rockdrigo
ra un gran rancho electrónico, con sus charros cibernéticos y sarapes de neón; era un gran pueblo magnético con Marías ciclotrónicas, tragafuegos supersónicos… Era un gran tiempo de híbridos, medusa anacrónica, una rana con sinfónica, en la campechana mental... en la vil penetración cultural, el agandalle transnacional, el oportunismo norteño-imperial, la desfachatez empresarial, el despiporre intelectual, la vulgar falta de identidad”. Así cantaba en Tiempo de híbridos, Rodrigo Eduardo González Guzmán (1950-1985), mejor conocido como Rockdrigo y, por su vigencia, bien habría venido al caso como tema del bicentenario, en vez de la pobreza lírica que nos ofreció el también tamaulipeco y admirado Jaime López.
No la hacen mucho de tos
A 25 años de su muerte, en el trágico terremoto del 19 de septiembre de 1985, Rockdrigo González sigue siendo recordado, pero cada vez más de manera estática y totémica, como la estatua que se le elevará, y cada vez menos con la atención que merecen sus letras y su aportación al imaginario de la ciudad de México. Pertinente es desmitificar y poner en justo lugar lo que redactó como el Manifiesto Rupestre: más un apelativo para llamar la atención de modo creativo, en torno a un festival efectuado en noviembre de 1983, a petición del entonces programador del Museo del Chopo, Jorge Pantoja, en una época en que el rock independiente hecho en México era menos que invisible y aún poco aceptado por la misma audiencia, que un tratado solemne.
Rockdrigo definía: Los rupestres por lo general son sencillos, no la hacen mucho de tos con tanto chango y faramalla, como acostumbran los no rupestres, pero tienen tanto que proponer con sus guitarras de palo y sus voces acabadas de salir del ron; son poetas y locochones; rocanroleros y trovadores
. El grupo de músicos de inicios de los años 80, que aún sin mucha conciencia de sus filiaciones generacionales, fueron agrupados en tal Manifiesto, incluía a gente como el citado López, Roberto González, Emilia Almazán, Rafael Catana, Fausto Arrellín, Alain Derbez, Armando Rosas, Eblem Macari, Guillermo Briseño, Roberto Ponce, Hebbe Rossel, Nina Galindo, Arturo Meza, Gerardo Enciso, la banda Trolebús. Por su imaginación alucinada, pacheca personalidad y creación prolífica, Rockdrigo empezó a despuntar y llamar la atención de afines y ajenos. José Agustín sentenciaría: Con Rodrigo González tenemos ya, de entrada, un rock más complejo, crítico, inteligente y muy mexicano
.
Y es que a decir de Fausto Arrellín, integrante del grupo Qual, que lo acompañó hasta sus últimos días tocando, y con el que estuvo a punto de grabar un álbum con WEA, con un estilo un tanto más progresivo, los rupestres
eran híbridos que venían de tradiciones tanto rocan-blueseras, como de la música tradicional como el huapango, el son y el bolero.
Todos somos rupestres
Pero una vez que ya todos les llamaba rupestres, término que hoy prevalece, en lejana entrevista con La Jornada, a inicios de 1985, González puntualizó: “El concepto rupestre nace de una broma; definitivamente no es un concepto. Es una especie de fantasma para identificar a un grupo de canijos, solitarios, solistas, unidos por el interés de encontrar foros, buscarlos, para una música contrapuesta a los movimientos estéticos extranjerizantes… Somos los jodidos del Tercer Mundo… pero no nos sentimos acomplejados, pues existen grandes grupos con una tecnología arrogante que no tienen nada qué decir… Híbridos, como una mezcla vegetal de todas las corrientes, la nuestra es una alegoría a la humanidad, en la que el hombre común y su pensamiento se expresan”. También dijo a Javier Cadena Cárdenas, en junio de 1985: “…estamos más cerca de las cavernas que de la sociedad industrial… El avance técnico predomina sobre el conocimiento; la mayoría todavía estamos luchando contra el mismo ser humano… así que viéndolo bien, todos de alguna manera somos rupestres”.
Esta actitud deliberadamente antiestética, a medio camino entre el folclor y el rocanrol, contagió a una generación que tuvo la claridad de que debía existir un rock con mayor identidad, como asimiló su contemporánea Botellita de Jerez. Y aunque hoy muchos lo ven más como trovero que roquero, su actitud chocarrera lo desmarca del viejo Canto Nuevo pues, aunque incorporaba temáticas filosóficas y políticas, no se manifestaba en favor de ninguna solución política, sino de elaborar melancólicos y desenfadados retratos citadinos. Mucha falta hace en la lírica rocanrolera actual, gente que siga recreando el pulso de lo que vivimos, como él lo hacía. ¡Larga vida a Rockdrigo González!
Tocadas/homenaje, informes sobre donativos para elaborar su estatua, grabaciones inéditas descargables (reveladas en 2007 por Radio Mexiquense), en rockdrigo.com.mx.
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