Motivos para celebrar y para no celebrar
Primera llamada
eclaro pertenecer a esos mexicanos que creen tener motivos de sobra para festejar dos siglos de vida independiente, con todo y la ironía que esta aseveración pueda tener. Esta nación tiene una historia milenaria. Aquí coexisten diversas lenguas y pueblos, culturas diversas, una gastronomía que es Patrimonio de la Humanidad, y por todo esto y más, tenemos no sólo el derecho, si no también la obligación de festejar y recordar a aquéllos que buscaron otra forma de gobernarnos.
No confundir peras con manzanas. Del México actual poco podrían reconocer Hidalgo, Morelos, Allende, doña Josefa Ortiz y demás personajes ilustres que nos antecedieron; su asombro sería inconmensurable. Al pensar que el horno no estaba para bollos (violencia, desempleo, etcétera), millones se preguntaron: ¿tenemos algo que celebrar? Si así fuere, ¿de que manera?
Las opiniones se polarizaron, como es costumbre, pero, las críticas se centraron en el dispendio descomunal de casi 3 mil millones de pesos que realizó el gobierno federal. Lo más visible fue, sin duda, el desfile del 15 de septiembre, en el que hubo de todo: desde los nopalitos tricolores recién salidos del kínder de la miss Lupita, hasta la comparsa que cerró e hizo gala de imaginación y creatividad.
Segunda llamada
Extrañamente, los medios electrónicos insistían de que era mejor verlo por televisión, desde la comodidad del hogar y... lo lograron. La parada militar rebasó, por mucho, a los asistentes a esa tan esperada fiesta de todos. La transmisión por televisión se quedó corta; fue rebasada por la magnitud del desfile; faltó producción e imaginación y los conductores eran los mismos, diciendo siempre lo mismo.
Horas antes caminamos por las desiertas calles de Bucareli. Tan sólo había uniformados y más uniformados hasta la glorieta de Colón. Después de tres horas de espera llegó la vanguardia del desfile: una banda estilo Superbowl, con todo y tubas blancas, marchando –eso sí– con música mexicana, seguida de una columna de jovencitos a los que les crecieron nopales en la cabeza. La gran mayoría de estas comparsas fueron voluntarios, que sin su apoyo hubiera sido imposible la celebración.
Se perdió una oportunidad para reconocernos en esa maravillosa diversidad cultural de esta nación. Hubo una gran producción en los grupos que desfilaron con grandes bandas, o en su defecto con un audio que se escuchaba a centenares de metros, pero cuando pasaron los rarámuris –con vestidos ceremoniales y rostros pintados–, acompañados de tambores y violines tradicionales, era imposible escucharlos. A nadie se le ocurrió que a estos grupos, más que a otros, deberían apoyarlos con sonido.
Y así pasaron los purépechas, los yaquis, los de la Sierra de Puebla, grupos que representan lo más entrañable de esta nación. Los de la identidad, a los que nos debemos, tan sólo los dejaron desfilar. Daba la impresión de que se colaron; afortunadamente, grupos como los de Oaxaca vinieron acompañados por sus extraordinarias bandas, como las de la sierra Mixe. De Morelos estaba la banda de Tlayacapan.
Tercera llamada
Hubo comparsas de primera, segunda y tercera categoría, en producción, recursos e imaginación: las tropas revolucionarias venidas del más allá, zapatistas y corceles apocalípticos que en cualquier momento podían cobrar vida. Fascinante.
Un Gulliver atado, de quien, cuando cobra vida en el Zócalo, descubrimos que el guerrillero tenía roto el espadín. La gente nunca supo quién era. A mi lado estaban artistas, escenógrafos, promotores e incluso algunos de los autores de los cuadros artísticos. A la mitad del desfile alguien preguntó: ¿Qué país quisiéramos dentro de 11 años para celebrar la consumación de la Independencia? ¿Podríamos festejarla sin importar talento foráneo?
El palmarés de los que vinieron a venderle chiles a Clemente Jacques era impresionante y nos preguntamos ¿qué pasó, entonces?
Carros alegóricos con enormes letreros luminosos: bolero, danzón, cha cha cha, mambo. Son géneros cubanos, ¿no?
alguién preguntó, y Miguel Nieto, gran promotor (Salón Los Ángeles) contestó: Sí, pero son géneros que se bailan en todo el país; hace décadas forman parte de nuestra cultura popular.
Nos quejamos de todo, pero hacemos poco. ¿Qué impronta dejamos a las futuras generaciones? Don Porfirio –entre otras obras– inauguró, en tiempo y forma, el símbolo de ésta ciudad capital: El Ángel de la Independencia.
A 200 años, ¿hay leyes para unos y para otros no se aplican? En hoteles y restaurantes había bebidas alcohólicas; para los de a pie, ley seca. Después de 200 años, ¿no podemos tener candidatos independientes? ¿ No somos capaces de que los pirotécnicos nacionales surcaran con sus luces el cielo de esta capital?
Y sí, hubo motivos para estar enojados... pero con nosotros mismos.