Perú taurino o la deliberada dependencia
a maldición de los dioses precolombinos, derribados impunemente por la lucrativa evangelización de la corona española, se cierne sobre el continente inventado
, incluidos sus países taurinos, a merced todos desde hace casi 500 años de unas elites tan ambiciosas como renuentes a valorar e impulsar, con sentido de nación no de clase, el potencial de recursos naturales y humanos de la vasta región.
En México, al cabo de dos centurias de supuesta emancipación, es notoria la creciente dependencia económica con respecto a España, y en lo taurino el pensamiento neoliberal llevó a la práctica la nefasta sustitución de inversiones y producción nacionales por la alegre importación de toreros buenos, regulares y malos, equivalente a la nociva política de apertura comercial sin criterio a cargo de sesudos tecnócratas encargados de rematar, en ambos sentidos, al país.
Pero hubo tiempos –primera mitad del siglo pasado– en que los toreros mexicanos supieron ser ídolos, dar la pelea y superar, aquí y allá, a los diestros españoles, como resultado de la firme convicción de ser y del sereno orgullo de pertenecer a un pueblo dispuesto a construirse a sí mismo. Luego, sucesivas traiciones a los postulados de la Revolución e incontables saqueos han socavado en la población su fe en sí misma, haciéndola aceptar los torpes criterios de quienes se adueñaron de México.
Ahora, en materia de dependencia taurina las naciones sudamericanas nos superan por amplio margen. La mentalidad colonizada-acomplejada de los dueños de aquellas naciones ha desperdiciado una rica tradición popular que data del siglo XVI y que de haberse estimulado habría contribuido sin duda a la economía de esos países y a la autoestima de sus pobladores a través de más Cintrones, Girones y Rincones que enaltecieron su origen en los ruedos del mundo. Pero tampoco Mario Vargas Llosa quiso hablar de esto cuando pronunció el pregón de la Feria de Sevilla en el año 2000.
Inmunes al ridículo, los empresarios taurinos sudamericanos organizan cada año sus principales ferias a base de figuras españolas, a ciencia y paciencia de unas agrupaciones taurinas incapaces de darle nuevos bríos y mejores cauces a la torería de cada país, así como de una afición habituada ya al coloniaje taurino y reduciendo su gran potencial a meros proveedores de plazas, ganado, público y dinero.
Entre el 7 de noviembre y el 5 de diciembre se realizará en Lima la tradicional Feria del Señor de los Milagros que, en sólo tres corridas, contará con la invasión de figuras españolas como Enrique Ponce y Miguel Ángel Perera (dos tardes cada uno), así como del Juli, Morante de la Puebla, Sebastián Castella, José María Manzanares, Cayetano y El Fandi, en un fugaz cuanto bochornoso primermundismo taurino de otro país necesitado pero manirroto con los de fuera.
Como ocurre siempre, tres toreros peruanos –esta vez Juan Carlos Cubas, Fernando Roca Rey y Alfonso de Lima– tendrán su corridita de consolación. Menos mal que en la novillada fue incluido el mexicano Diego Silveti, pero desde luego no aparece ningún matador nuestro –carecemos de figuras–, ni el colombiano Luis Bolívar, triunfador en España, ni un ecuatoriano ni un venezolano.
América taurina dividida por sus propios promotores colonizados y a merced de toreros españoles unidos y organizados, que simplemente aprovechan la patológica postración de los cosmopolitas que siguen viviendo en el Virreinato del Perú y enviando el oro a la metrópoli. Así defienden los taurinos latinoamericanos la fiesta de los toros, sin valorar lo propio, pero importando al precio que sea, ah, y con cartitas de protesta porque en Cataluña prohibieron las corridas a partir de 2012.