Miércoles 29 de septiembre de 2010, p. 3
Eran las 18:20 horas cuando del hangar de la Secretaría de Marina despegaba la tercera aeronave del día con destino a Oaxaca. A bordo, una treintena de marinos dispuestos a reforzar las labores de rescate en Santa María Tlahuitoltepec, en la zona mixe, y varios representantes de medios de comunicación empeñados en ampliar la cobertura de la que para entonces se presagiaba como una de las peores tragedias del país
en el pasado reciente: un pueblo sepultado por el lodo, se pensaba entonces.
Casi 20 minutos después de haber despegado del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el Antonov de la Marina, que formaba parte de una suerte de puente aéreo que varias dependencias montaron a lo largo del día para atender la emergencia, viraba de retorno a la capital del país, donde aterrizó a las 19 horas.
No fue una falla técnica. Oficialmente, la dependencia daba el reporte de la suspensión del vuelo de emergencia. Al Estado Mayor de la Armada de México llegó el informe formal de la Coordinación Nacional de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación que distaba mucho de la alarma que a lo largo del día había mantenido virtualmente en vilo al gobierno federal: se había notificado que eran cuatro los muertos, 12 desaparecidos y cinco casas sepultadas. Luego se sabría que no estaban confirmados los fallecidos.
El parte oficial que circulaba ya a esa hora entre las máximas instancias de Protección Civil federal hizo que la Secretaría de Marina valorara que la situación estaba bajo control
con los elementos que ya había en la zona, incluido el Ejército y los servicios de emergencia federales y estatales.
No fue la única aeronave que inesperadamente suspendió la ayuda. En el hangar de la Policía Federal, casi 80 brigadistas provenientes de Jalisco, Coahuila, estado de México, Querétaro y el Distrito Federal, con dos toneladas de equipo de rescate, perros entrenados y una tonelada de víveres destinados a la comunidad mixe, también cancelaban su salida.
Se iba despejando la incertidumbre en torno a la tragedia de Santa María Tlahuitoltepec, la cual comenzó casi con el amanecer, cuando se difundió la información de que 300 casas de esa comunidad habían sido sepultadas por un alud de lodo, producto del desgajamiento de un cerro.
Casi de inmediato, por las dimensiones que para entonces se manejaban del desastre, la noticia trascendió los portales de medios de comunicación nacionales para ubicarse, inclusive, entre las principales noticias de la BBC de Londres o de El País, en España.
El país, en vilo
En correspondencia con la información generada en Oaxaca, las posturas originales de la autoridad municipal y del gobernador Ulises Ruiz, que advertían de una tragedia de grandes proporciones
, en la ciudad de México, el gobierno federal reaccionaba y se aprestaba al apoyo, preparando una importante operación de rescate.
Desde su cuenta de Twitter, Calderón advertía de las dificultades para llegar a la zona del desastre por las condiciones adversasd del terreno; más tarde, Presidencia emitiría, sin cuantificar los muertos, sus condolencias a los deudos de las víctimas. A ese duelo, posteriormente se sumaría el embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual.
En paralelo, el Presidente ordenaba al secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, coordinar la ayuda de las secretarías de la Defensa Nacional, Marina y Comunicaciones y Transportes, así como de la Comisión Federal de Electricidad y Pemex.
Al mediodía, Blake Mora, acompañado por la coordinadora nacional de Protección Civil, Laura Gurza, viajó a Oaxaca. En la tarde, media docena de funcionarios de Gobernación estaban ya en la capital del estado para coordinar el apoyo que para entonces ya se tenía en tránsito.
Aunque transcurrían las horas, la incertidumbre continuaba por las malas condiciones climatológicas –que complicaban los sobrevuelos a la zona– y los derrumbes que dificultaban el acceso por vía terrestre, lo que alentaba la alarma en el gobierno federal. Prevalecía la desinformación original derivada de las versiones locales sobre los alcances de los sucesos.
Desde la mañana, cuando se conoció de la tragedia, el Ejército movilizó una fuerza de tarea de 30 elementos destinados a las labores de auxilio, y horas después envió otros 100 elementos de la Octava Región Militar. Debido a las difíciles condiciones meteo rológicas, la ayuda llegó vía terrestre –alrededor del mediodía–, ya que los helicópteros no pudieron descender en la zona.
Por su parte, la Armada de México envió 50 elementos adscritos a la Segunda Zona Naval, con sede en Salina Cruz, Oaxaca, para que apoyaran a la población afectada y mantuvo la posibilidad de que dos helicópteros pudieran salir rumbo a la zona del desastre.
Las repercusiones de la información original llegaron hasta el Congreso, y en ambas cámaras fue motivo de posicionamientos en el pleno. Los legisladores demandaron al Ejecutivo federal utilizar, sin dilación, todos los recursos disponibles para la atención del desastre, y en el Senado, se pidió además revisar la vulnerabilidad de miles de comunidades.
Hacia el anochecer, se conocerían con mayor precisión las consecuencias reales del desgajamiento.
Trascendió después que conforme se dimensionaba la situación real de Santa María Tlahuitoltepec, en instancias federales había irritación con el gobierno del estado por el manejo en torno al desastre, que implicó una gran movilización.