asado el barullo que provocó la celebración de la Independencia, ahora hay que prepararse para conmemorar la Revolución el próximo 20 de noviembre, fecha canónica de nuestro calendario cívico. A diferencia del anterior, no parece que este aniversario vaya a estar rodeado de fastos comparables a los que presenciamos el pasado 15 de septiembre; tampoco parece despertar polémica, como si no mereciera un gran festejo, o como si no hubiera disputa en relación con ese pasado. Este aparente acuerdo no es tal; más bien parecería que el gobierno federal decidió concentrar todos sus recursos y su atención en los acontecimientos de 1810 y dejar en manos de otros el festejo del inicio de la Revolución –concretamente del PRI, que se apresuró a organizar una fiesta, pero la oportunidad será mejor aprovechada por el PRD, que se ve a sí mismo como el legatario de los revolucionarios verdaderos
–. Ojalá me equivoque, porque si bien no es cierto que todos los auténticos mexicanos
fueran hijos del PRI, también es cierto que todos nosotros hemos nacido, crecido y vivido en un país cuyas transformaciones más profundas ocurridas en el siglo XX fueron producto de la Revolución de 1910.
La formación de una identidad nacional fue en buena medida resultado del movimiento revolucionario, que fue una experiencia compartida por la mayor parte de los habitantes del territorio mexicano y forma parte central de nuestra memoria colectiva, nos aporta numerosos referentes culturales y políticos y es mucho más que una identidad política. En su conmemoración no hay filiación partidista que valga, y sería un imperdonable anacronismo prolongar hasta la primera década del siglo XXI los antagonismos y las querellas del pasado.
Para medir los cambios que ha experimentado el país no hay más que comparar las conmemoraciones de 1960. Entonces el movimiento de Independencia cumplía 150 años, y la Revolución era una joven de 50 años. Gobernaba el país Adolfo López Mateos, quien había triunfado en las elecciones de julio de 1958 con el apoyo desde luego del PRI, pero también del Partido Popular Socialista (PPS) y del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). De suerte que fue una competencia bipartidista en la que el único otro contendiente fue Luis H. Álvarez, un joven empresario de Chihuahua, candidato del PAN. Como era de esperarse, López Mateos ganó con más de 80 por ciento del voto, según los resultados oficiales.
El aniversario tuvo lugar en el momento en que arrancaba con éxito el desarrollo estabilizador, el PRI estaba en auge: tenía el apoyo incontestable del Estado y una gran capacidad de influencia y de control político. La combinación de crecimiento económico acelerado con estabilidad se apoyaba en una estructura centralizada del poder que toleraba mal la oposición y la participación independiente. A diferencia de lo que ocurre ahora, a lo largo del año el gobierno federal se concentró en la conmemoración de la efeméride revolucionaria y, como se trataba de exaltar la etapa constructiva
del movimiento de 1910, el presidente inauguró un gran obra pública cada mes. Estaciones de ferrocarril, termoeléctricas, mercados, hospitales, escuelas, avenidas, puentes, pasos a desnivel, fueron inaugurados por el presidente ese año. Emblemática de esta forma de celebración fue la inauguración de la Unidad Independencia, destinada a los trabajadores y sus familias, al sur de la ciudad de México, el 20 de septiembre. Este moderno conjunto habitacional, con capacidad para albergar a más de 12 mil personas, era símbolo del compromiso de la Revolución con los trabajadores, del cumplimiento de sus promesas, así como de que el país había ingresado a la modernidad urbana, con el apoyo de profesionistas mexicanos que habían diseñado y construido esta pequeña ciudad.
No obstante este gran despliegue de obra pública, en general, el cincuentenario de la Revolución fue conmemorado casi en sordina. La revista Política, que había empezado a circular en mayo de ese mismo año y que era portavoz de corrientes de opinión de izquierda, escribió que los festejos eran en familia
, y reprochaba al PRI que se hubiera apropiado de una experiencia nacional que, en todo caso, había traicionado. Más que exclusividad, lo que revela la conmemoración del cincuentenario de la Revolución es cautela y, hasta cierto punto, temor, pues detrás de una fachada de éxito estaba la tremenda desigualdad, el descontento de muchos campesinos sin tierra o sin créditos, la creciente ola de disidencia sindical, los desequilibrios regionales y la antidemocracia. Tan delicada parecía la situación social que la celebración tuvo lugar en un contexto de incertidumbre del que poco se hablaba en las ceremonias oficiales, pero que se adivinaba en las repetidas advertencias contra soluciones que no provinieran del arcón de la Revolución. Aun así, los festejos valieron la pena. Si no, dense una vuelta por la Unidad Independencia.