L
a Isla
que recuerda un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, es el espacio, que no lugar, en el que se refugiaba Pablo Neruda para meditar, escuchar y amar.
Isla tendida como reptil cerca de las claras márgenes del agua en cuyas arenas de oro se forjó el Chile heroico. Un jardín, una fuente de piedra dorada por el sol, donde el viento va deshilando el chorro fresco y alegre de un surtidor. Una alameda que abre camino lejano a nuestro eterno deseo de cambiar, un vivir en frondoso bosque en plena isla, a cuya sombra el verano es estación joven y fuerte… Este es el escenario que recrea el amor del cartero (il postino) por Amada, una bella italiana.
Interpretado por Charles Castronovo, Mario, además de enloquecer de amor, logra la amistad de Pablo Neruda al entregarle a diario su correspondencia. Representado por Plácido Domingo, a quien le toma prestada partes de su poesía para enamorar a la espectacular italiana: Total, la poesía no es de su autor, sino de quien la necesita
.
Daniel Catán escribió esta ópera estrenada a escala mundial la semana pasada en Los Ángeles, California. Ópera que aparte del despliegue de ternura de Mario, el cartero, y Pablo el poeta, hicieron vibrar a los aficionados angelinos con el drama del exilio en una isla italiana.
Calca del exilio de españoles e hispanoamericanos en el siglo pasado. Lo que da a la ópera el tono dramático de la romántica historia. Polvo de tradición lleno de un dulce encanto misterioso. Aromas penetrantes a mujer que palpitaban en el ambiente. Mágicos girones de leyenda bajo el alero de los tejados. Recreo de un mundo de fantasía en la voz de Plácido Domingo que se sentía invadido de la nostalgia del exilio entre escenarios en movimiento que hacían vivir la sensación de la expulsión de la propia tierra. Música grave y lenta que acompañaba el fluir de todas las fantasías de la imaginación. En la que brillaban las pupilas azabaches de esta italiana cautiva del amor.
Música seductora de Daniel Catán integrada a un devenir incesante de imágenes en movimiento, sin fijeza, sin centralidad, que al desaparecer dejaban en la memoria una melodía que recuperaba todo un mundo de imágenes y sentimientos.
Catán vive un continuo desdoblamiento capaz de integrar las alturas de la composición musical a los infiernos de la política hispanoamericana. Música que aporta lo intransferible, el espíritu que se esconde tras las formas autobiograficas en busca del ser.
Música a base de nuestro pasado fatalista extraído lisa y llanamente de las propias fuentes de Daniel, dejando emanar en la música lo que corre por sus venas y arterias. Música que se vuelve sonido, decir desprejuiciado herido de fatalismo que se nos escapa.
Eso que vivimos a diario: violencia, guerras al narco, inseguridad, zozobra, etcétera. Innovación sensitiva enlazada a lo intelectual que se va como las olas del mar y espléndidamente captó Daniel Catán.
Un público enloquecido y vibrante aplaudía sin terminar a los cantantes, en especial a Plácido Domingo y al compositor Daniel Catán.